Los chicos entraron a la iglesia sin hacer ruido, pues no querían interrumpir al hombre que daba instrucciones a tres adolecentes.
—¿No cree que se verá mejor en el suelo, junto al altar? —preguntó uno de ellos.
—¿Es enserio tu pegunta, Neto?, ¿piensas de verdad que San Cristóbal estaría mejor en el suelo, junto a su altar vacio? —preguntó el robusto hombre, señalando la repisa de concreto.
—Si —respondió Neto sin duda alguna.
—¿No será que prefieres que se quede en el suelo, porque te da pereza levantarlo?
—Eso también podría ser —admitió el chico entre risas cínicas.
—Ustedes dos, ayúdenle a Neto a subir a San Cristóbal al altar —pidió el hombre a los otros dos chicos, cuando sus ojos se toparon con los cuatro desconocidos.
—Sí, padre —dijeron al unisonó los adolecentes, adelantando al intrigado hombre quien sonriendo, se acercó a ellos, pues no solo eran desconocidos en su iglesia, sino que debían serlo en todo el pueblo, ya que Mawbush era tan pequeño, que el padre Eric podía asegurar con certeza que conocía a cada habitante de él, al menos de vista.
—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó con las manos en su espalda.
Romy se adelantó a sus compañeros, dejándole a Fátima su muñeco Kiko y sacando el pequeño saco de rayas, mostrándoselo al sacerdote.
—¿Usted es el padre Eric? —preguntó.
—Así es, ¿que se te ofrece?
Romy sacó el borrador y lo extendió hacia el cura, quien lo aceptó con una sonrisa de incertidumbre.
—Temo que no entiendo.
Romy bajó la vista, mientras el carmín acudía a su rostro.
—Ese borrador llegó a mí en un momento muy crucial de mi vida: la muerte de mis padres.
—Lamento eso.
—Fue hace mucho, yo estaba en primaria. La niña que me dio el borrador con olor a naranja, me dijo una frase que cambiaría mi forma de ver la vida… unas palabras que se volverían mi filosofía a lo largo de esta. Sin saberlo, esa niña cambió mi mundo para bien, me dijo que siempre habría momentos peores y mejores que los que vivía, y que, en resumen, debía tomarlo con serenidad, pues tanto lo malo como lo bueno pasaría… —Sin darse cuenta, Romy sonreía, concentrado en su recuerdo, al mismo tiempo, el sacerdote iba perdiendo su sonrisa, al entender la historia del chico—. Luego, de regalarme esa goma, ella me dejó dormir bajo un árbol, y cuando desperté, ya no estaba.
“Lo que se vino después fueron muchos cambios en mi vida, y desgraciadamente, nunca volví a ver a la niña para agradecerle. Así que, mis amigos y yo, nos hemos propuesto encontrarla, para cerrar por fin ese ciclo”.
—¿Cómo entro yo en esa bella historia? —preguntó el hombre con voz ronca.
—Esa niña, la compañera de mi salón, es su sobrina, al menos si estoy en la iglesia correcta.
El sacerdote alzó una ceja, por lo que Romy se obligó a continuar.
—Petula, Petula Tsergas…
Eric sonrió con pesar, a pesar de toda una vida entregada a Dios, le seguían sorprendiendo los caminos que trazaba el Señor para sus hijos.
—Dígame que usted es el tío de Petula, dígame que puede ponerme frente a ella, para que yo pueda agradecerle… —El hombre asintió con pesar, y estiró su mano, para guiar a Romy.
—Ven a mi despacho, hablemos en privado.
Los ojos de Romy se llenaron de llanto, mientras el hombre abría una puerta al lado del confesionario.
—¿Petula está aquí? —preguntó con temor, ante los ojos impávidos de sus amigos. Eric solo asintió, reforzando su invitación, para que Romael entrara al pequeño cuarto, al cual se precipitó.
Ante la respuesta positiva del sacerdote, Faustó dejo salir todo el aire que hasta el momento, contenía sin percatarse.
—Por un momento creí que el tipo diría que Petula estaba muerta. —Fátima asintió suavemente, dándole la razón.
El despacho del sacerdote era una habitación pequeña y cuadrada inundada por la luz de una ventana, había un escritorio, un par de sillas y unos cuantos libreros, además de cuadros de temáticas religiosas y estanterías con ídolos de yeso y barro.
Romy buscó con la vista algo que le indicara el camino a seguir, cuando sus ojos descubrieron a una hermosa chica rubia.
Los ojos de Romael se cuajaron en llanto al entender que aquella chica era Petula, la rubia era tan bella como la recordaba, pero más mayor. Su fleco caía al ras de sus ojos aguamarina y su sonrisa dulce inspiraba paz.
—Tú no lo sabes… —comenzó Romy entre hipos, atropellando sus palabras que salían sin control—… pero tú cambiaste mi vida. Me diste un borrador… este borrador, y me dijiste las palabras más lindas que nadie me ha dicho. Me ayudaste no solo a superar la muerte de mis padres, tu forma de ver la vida, que se volvió la mía también, me ayudó a superar muchos problemas y a salir de muchas depresiones.
Los ojos del sacerdote seguían a Romy en silencio, sin atreverse a interrumpirlo, de cualquier forma, el nudo en su garganta era grueso y se lo habría impedido de haberlo intentado.
—Yo no hice nada, solo me quedé ahí dormido, no dije ni gracias, y eso se quedó conmigo desde entonces… y hace tres días, ya no pude más y vine a buscarte, mis mejores amigos vienen conmigo. ¡Dios! Hemos vivido tanto en este viaje —dijo secando sus lágrimas con sus mangas, pero nuevas volvían a fluir—... Lo que quiero decir es, me ayudaste tanto, y cuando yo quise buscarte… cuando quise agradecerte… ya era… ¡ya era tarde! —sintiendo que las fuerzas lo abandonaban, Romy se dejó caer con violencia en el suelo, frente al retrato y la urna de Petula—. ¡Llegué tarde!
Eric lo miraba en silencio, dejándolo llorar, y no habló hasta que los hipos de Romael se calmaron.
—Petula era una chica buena y positiva, y no solo te ayudó a ti, ayudó a mucha gente. Su muerte fue una perdida terrible. Pero, ¿quieres saber algo que parece que no puedes terminar de entender? —Al decir esta frase, el sacerdote caminó hasta Romael y posó su mano en el hombro del chico, sintiendo sus espasmos.
Editado: 10.04.2022