Hailee
—Hijo de puta. —Cierro de golpe el cajón de mi tocador y camino pisoteando hacia el baño contiguo a mi habitación. El que a regañadientes comparto con mi hermanastro.
—¡Jason! —Grito, hurgando en el cesto de la ropa sucia, haciendola volar por todas partes. Se
me corta la respiración en ráfagas cortas y rápidas—. Jason, lo juro por Dios, voy a…
—¿Algún problema, cariño? —La cabeza de mi mamá aparece por la puerta. Agarra una camiseta que le aviento y la hace bola en sus manos, mirándome como si me estuviera volviendo loca.
—Jason se robó todos mis sostenes.
—Hailee Raine, estoy segura de que él no ha hecho eso. —Su expresión dice que lo cree
posible, su frente lisa se llena de arrugas—. ¿Estás segura de que no están todos allí?
Hace un gesto hacia el cesto; en el que todavía estoy hurgando como una persona que ha
perdido la razón.
Levanto las cejas mientras grito—: No encuentro ninguno. Tuvo que ser él, lo voy a matar. —Cariño. —Deja escapar un suspiro cansado—. ¿Podrían Jason y tú intentar llevarse bien
este año? Es el último año, prácticamente son adultos. Estas tontas bromas que ustedes dos se
juegan…
—¿Denise, has visto mi billetera? —Creo que la dejaste junto a la cafetera —le grita mamá a su nuevo esposo, mi padrastro,
Kent—. Mejor voy a ayudarlo y luego necesito irme o llegaré tarde al gimnasio, pero, nena…
Hace una pausa y vuelve a mirar al baño. —Por favor, inténtalo, por mí. —Claro, mamá, nos vemos más tarde —le digo con los dientes apretados, la mentira saliendo
de mi lengua con facilidad. Sonríe, deseándome un buen primer día antes de desaparecer por el
pasillo.
Hace mucho tiempo aprendí a no esperar que mi mamá intervenga en una de nuestras peleas.
Pero no importa; no la he necesitado para pelear mis batallas. —Jason —grito, irrumpiendo en su habitación. Ni siquiera me molesto en tocar, caminando
directamente hacia adentro. Por suerte para mí, está poniéndose los jeans. Aunque no habría sido
la primera vez que lo veo desnudo. —Buenos días —dice secamente, pasándose una mano por su pelo de recién despertado. —¿Dónde están? —¿Qué cosa? —Sus cejas se arrugan, pero su máscara de inocencia no me está engañando. —Mis sostenes, imbécil. Sé que los agarraste. —Si quisiera robar sostenes, podría pensar en formas más creativas. —En sus ojos brilla la
picardía y yo entrecierro los míos, fulminándolo con la mirada. —Es el primer día de escuela. Necesito un sostén. —De ninguna manera podría sobrevivir un
día entero sin uno. No soy una de esas chicas con el estómago y el pecho planos. Tengo mis
curvas, a veces más de lo que me gustaría; especialmente en la clase de gimnasia cuando el señor
Tinney nos hace jugar al quemado o voleibol. —Devuélveme uno —le digo—. Y olvidaremos este pequeño incidente.
—No tengo idea de lo que estás…
—¿Quieres guerra? —Siseo al sentir una oleada de irritación extenderse a través de mí—.
Bien, y te convendría recordar que la venganza es un plato que se come frío. —Oh, Me muero de miedo. ¿Qué vas a hacer, cortarme con esos? —Jason sonríe, bajando sus
ojos hacia mi pecho, donde mis pezones se han endurecido por el aire frío. Me rodeo con las
manos y la ira burbujea entre mis venas.
Odio es una palabra fuerte, pero es el único sustantivo que describe con precisión lo que
siento por mi hermanastro. Se ríe entre dientes, arrojando objetos al azar en su mochila. Me
sorprende que incluso se estuviera molestando en hacerlo. El último año es básicamente una
formalidad para los Rixon Raiders. Pasarán más tiempo en la cancha de fútbol este semestre que
sentados en clase, porque su desempeño en el campo es mucho más importante que cualquier
calificación, obviamente.
Poniendo los ojos en blanco, murmuro—: ¿Así es como quieres jugar? —Le doy una
oportunidad más para que cambie de opinión, pero debería haber sabido que no lo haría. Jason
Ford puede ser mi hermanastro, pero todavía es un imbécil de proporciones épicas. —Como dije, Hailee Raine… —Se para ahí con esa arrogancia, sabiendo cuánto odio cuando
mi madre me llama así—. No tengo idea de lo que estás hablando. —Bien, pero no digas que no te lo advertí. —Le hago la seña del dedo del medio antes de
salir de allí, su risa presumida se escucha detrás de mí.
Cuando finalmente bajo las escaleras quince minutos después, Kent me mira con el ceño
fruncido, o, mejor dicho, mira a lo que tengo puesto. —No preguntes —digo, sin ánimo de seguir uno de sus tontos intentos de broma. —No iba a decir nada —responde con una media sonrisa, mientras agarro la caja de Pop-Tarts
del gabinete y meto una en la tostadora. —Esas cosas te pudrirán los dientes. —¿Esta parece la cara de alguien a quien le importa? —Seamos honestos. —Jason entra en la habitación—. Nadie va a mirarte a la cara hoy. —Jódete —articulo. —Escuché eso —se queja Kent ganándose una risita.
Son tan malos el uno como el otro. De tal palo tal astilla. Jason tiene el buen aspecto de su
padre: cabello castaño rebelde, ojos azul hielo enmarcados por largas pestañas y una sonrisa que
podría encantar incluso a la chica más mojigata para dejar caer sus bragas. Pero es más que eso.
Jason proviene de una larga línea de jugadores de fútbol americano. Siempre ha circulado el
rumor de que Kent se hubiera dirigido directamente a la NFL antes de que una lesión en el último
año terminara su exitosa carrera universitaria con los Penn Quakers. Debe haber sido una píldora
muy dura de tragar, pero ahora Jason está listo para seguir sus pasos. Y toda la ciudad no podría
estar más orgullosa. Alguien páseme el balde, necesito vomitar.
La tostadora suena, y agarro una servitoalla de papel, utilizándola como un guante para agarrar
la Pop-Tart. —Esa es para mí, adiós —le digo—. Trata de no romperte una pierna.
Le guiño un ojo a Jason antes de salir de la casa.
Mi mejor amiga, Felicity o Flick, como suelo llamarla, ya me está esperando al final del
camino de entrada en su Beetle amarillo. —Hoy te vestiste de manera bastante interesante. —Sofoca una carcajada cuando entro. —Ugh, ni me digas. —Me pongo los lentes en la cabeza para mantener el cabello alejado de
mi cara mientras muerdo la Pop-Tart, dejando que la sobrecarga azucarada reduzca un poco mi ira.
—. Jason se robó todos mis sostenes.
Tuve que improvisar y usar el top de un bikini. Tiene un poco de relleno, pero es obvio para
cualquiera que me conociera que no tiene el soporte habitual. Sin embargo, con el clima aún
caliente, no es como que me pueda poner otra cosa que no sea una blusa delgada. No, a menos que
quiera pasar el día sudando y sin soporte.
Flick suelta una risita mientras conduce. —Realmente pensarías que tiene cosas más importantes que hacer con su vida dado que es su
último año. —Oh no, Jason todavía tiene tiempo más que suficiente para hacer que mi vida sea un infierno.
Pero no te preocupes. —Le dedico una sonrisa—. Estoy tramando su desaparición mientras
hablamos.
Ella hace una mueca. —No es que no haya disfrutado que lo hayas puesto en su lugar una o dos veces en los últimos
años, pero ¿no crees que deberías ... retroceder? Estuvo mal el año pasado, pero este año él
estará… —Se estremece, sin terminar su pensamiento.
Flick tiene razón.
Desde que Jason y yo fuimos forzados a vivir en la misma casa en sexto grado, cuando su
padre y mi madre anunciaron que se mudarían juntos, hemos estado en guerra. Jason no quería una
hermana y yo no tenía tiempo para un hermano. Especialmente uno tan molesto y engreído como
Jason.
Somos polos opuestos: él: popular y atlético; y yo: artística y de espíritu libre. Jason vive y
respira por su adorado deporte, como la mayoría en Rixon. Pero yo no. Apenas se las reglas del
juego. No hace falta decir que, a medida que crecíamos, la brecha entre nosotros sólo se hacía
más grande. A él le encanta molestarme y mi pasatiempo favorito es pasar mis días tramando mi
dulce venganza. —El hecho de que todos los demás piensen que caga diamantes, no significa que tenga que
arrodillarme a sus pies y aceptar todo de buena gana.
Flick levanta las cejas. —Sin embargo, aunque no cagara diamantes, podría verle el culo todos los días. —Retráctate. —Casi me ahogo con un bocado de Pop-Tart—. Retráctate, ahora mismo. —¿Qué? —Su suave risa llena el auto—. Nunca probaría la mercancía, pero no está de más
mirar. —Oh, Dios mío, no puedo escuchar esto. No a primera hora de la mañana en un lunes. —Me
meto los dedos en los oídos, pero ella no se calla. —¿No me digas que nunca has echado un vistazo a los chicos cuando están en tu casa? Debes
haber echado un vistazo a Asher o Cameron.