Con solo un rastro de color

4-Primer día

En la mañana, mientras todos desayunaban, Abel y Dimitri no pasaron por alto el hecho de que los "exploradores" actuaban de forma distraída, principalmente porque Elenice y Ariadna, que hasta el momento habían demostrado ser alegres y vivaces, se encontraban perdidas en sus pensamientos.

-¿Sucede algo? -preguntó el pelinegro.

-¿Eh? -todos lo miraron con duda.

-Ustedes seis han estado actuando muy raro desde la mañana, no los conozco bien, pero podría jurar que esconden algo.

-Para nada, solo nos encontramos nerviosos por ser el primer día de clases -respondió apresurada y nerviosa Ariadna.

-Es normal sentir presión el primer día, Abel. Además, ¿qué podrían esconder si ni siquiera llevamos 24 horas aquí? -las defendió Rony.

-Ya... -contestó dudoso Abel.

En la escuela, todos se dividieron por su especialidad, dándose cuenta de que su horario era bastante distinto al de los demás, al igual que sus aulas, ya que estas eran privadas, dependiendo de su rango. En el aula de pintura se podía notar que estaba en muy buena posición, ya que la luz solar era perfecta, tanto que no eran necesarias las luces propias del aula desde que amanecía hasta que oscurecía. Todo el salón estaba lleno de caballetes de pintura que se veían antiguos pero en magnífico estado. Cada uno sostenía un lienzo de lino muy blanco, que parecía absorber la luz solar al punto de hacer que brillara; era de muy alta calidad. Contra las paredes había una larga mesa equipada con colores, pinceles de todos los tamaños con mangos de madera y cabezales de cerdas, paletas portátiles de madera (para mezclar los colores). También había botes de agua y, para los bocetos, lápices y carboncillos. Se dieron un recorrido admirando todo hasta que Ariadna rompió el hielo: tomó pintura y todo lo necesario, se sentó ante uno de los caballetes y empezó a pintar.

Por su parte, los fotógrafos caminaban por los pasillos, intrigados por cómo sería la sala de fotografía. La puerta del estudio estaba justo al frente y... todo era bello. La pared que daba hacia afuera no existía, en su lugar había un vidrio que les permitía tomar fotos sin problemas. La sala contaba con un escenario, papeles de escenas y lámparas que iluminaban excelentemente. El aula era completamente blanca y... según decían... la sala cambiaba de colores en la noche, haciendo que las fotos nocturnas salieran auténticas.

Al culminar las clases, Dimitri y Abel decidieron explorar la escuela antes de irse a la fraternidad, llegando a la conclusión de que el mejor lugar para comenzar era la biblioteca. Esta parecía el corazón de la antigua escuela. Abarcaba cada una de las paredes de arriba a abajo, llena de estantes en donde abundaban los libros. Este lugar olía igual que cuando compras un libro y lo ojeas justo debajo de tu nariz. Ese olor quitaba toda preocupación y te invitaba a abrir un libro. Abarcaba dos pisos repletos de libros: de historia, de arte, de conocimiento. Era el lugar donde el encargado de estudio, Joseph Bosvenier, pasaba la mayor parte del día, perdido entre páginas.

La exploración del lugar los llevó a un pasillo adornado con algo peculiar: estantes con estatuas, figuras de personas que seguramente alguna vez habían estado vivas, personajes importantes tal vez, solo que ninguna se les hizo conocida. Esto causaba curiosidad, así que siguieron por ese pasillo mirando estatua por estatua, una y otra vez, hasta que llegaron a una parte abandonada de la biblioteca, un lugar oscuro.

-Dimitri, ¿no estás de acuerdo en que en la mañana todos estaban raros? -quiso retomar el tema, aprovechando que estaban solos.

-Solo estaban nerviosos...

-Lo dudo, Nessa y Darius se la pasaron susurrando y Dania no paraba de mirar alrededor.

-¿Entonces piensas que por eso están ocultando cosas?

-¿No lo entiendes? ¿Cómo actuaron Ariadna y Cinara?

-Pues... -reflexionó por un momento- la verdad es que estuvieron muy distraídas como para ser el primer día.

-Ya ves, seguro que esconden algo. Dimitri solo lo miró con duda.

-Tal vez, pero lo que pase con ellos no es nuestro problema.

Esta parte sombría, en la que casi no llegaba luz solar, contaba con numerosos estantes, pero ya esta zona olía distinto, un olor viejo y a humedad que se filtraba por las fosas nasales. Aparte de los enormes estantes también había libros apilados en el suelo, como si alguien los hubiera sacado y leído uno a uno, aunque al parecer eso había ocurrido hace mucho tiempo.

-Mira esto... -señaló una ranura en la pared-. En mi antigua casa había ranuras parecidas, pero todas llevaban a laberintos secretos.

-Dimitri, ¿no crees que no deberías tocar nada? -tenía una expresión preocupada.

-¿Por qué no? Sería interesante encontrar un sótano privado o algo que esconda esta escuela.

-Ya, pero estaremos en serios problemas si se entera alguien.

-Tranquilo, nadie se va a enterar.

Al presionar una parte de la pared, hizo que esta se abriera, mostrando adentro una habitación con estantes llenos de cámaras viejas y rollos de fotografía, al igual que un escritorio de caoba al fondo. Todo se notaba descuidado, lleno de polvo y telarañas, parecía como si nadie hubiera entrado a esa habitación en siglos.

-Jamás pensé que algo así se encontraría dentro de una biblioteca -dijo sorprendido el alemán, aunque sin demostrar verdadera emoción en el rostro.

-Te lo dije...

Siguieron explorando la pequeña biblioteca y en medio del escritorio se encontraba un libro. Parecía que llevaba mucho ahí, pero... ¿cómo podía algo tan rancio conservarse tan bien?

-Mira esto, parece interesante -dijo el pelirrojo mientras abría el libro, dándose cuenta de que todo estaba escrito en portugués-. Joder, no entiendo nada -hizo una mueca de disgusto.

-Déjame ver -tomó el libro y, al levantarlo, una llave cayó de la cubierta trasera.

Dimitri rápidamente la recogió.




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