Los jóvenes se encontraban reunidos en la sala de estar esperando la llegada de Dimitri y Abel.
—¿Por qué tardarán tanto? —Dania se encontraba jugando con sus dedos.
—Seguro que les están dando un buen regaño —suspiró Damián.
—Por cierto, ¿al final en qué quedó el partido? —preguntó curiosa Cinara.
—Pues se quedó en empate y decidieron que, cuando se hiciera otro torneo, se haría el desempate —le contestó Damián.
—¿Los gallitos de pelea todavía no han llegado? —quiso saber Nessa mientras entraba a la sala.
—Todavía —le contestó Cinara— ¿Cómo sigue tu hermano?
—Mejor, la enfermera dijo que no era grave, que en una semana estará como nuevo.
Terminando de hablar la castaña, se escucharon los pasos de los que faltaban.
—Buenas noches —saludó bajando la cabeza el iraní— Nessa, lo siento por lo de tu hermano.
—Yo igual, no era mi intención que alguien más saliera herido —habló Dimitri.
—Está bien, la verdad es que el karma le tenía que llegar tarde o temprano —trató de relajar el ambiente la castaña— aunque eso no significa que se vayan a librar fácilmente de él.
Los recién llegados suspiraron cansados, puesto que sabían que Nessa tenía razón y que seguramente ese pequeño desliz les costaría muy caro.
Cuando ya la noche era más profunda, dos estudiantes se encontraban en la habitación de Abel Schmidt revisando el lugar en donde se encontraba la “puerta” que daba al pasadizo. Esta era una pequeña ranura al lado de la cama y después de un tiempo tratando de descifrar el mecanismo, lograron abrirla.
—Ni el de la biblioteca fue tan difícil —comentó Dimitri mientras entraban.
Se dieron cuenta rápidamente de que el camino era estrecho y que a pesar de la poca iluminación, se podía ver con claridad. Después de pasar algunas puertas dieron con una más grande y, al traspasarla, se encontraron con una extensa y espaciosa habitación. Estaba oscura, pero poco a poco se encendieron candelabros en las esquinas y, por último, iluminó una gran lámpara colgante en lo más alto de todo el lugar. Sin la oscuridad se vio claramente: ocho mesas miraban hacia el centro, ocho escritorios, ocho mundos. En algunos había pinceles, en otros cámaras viejas, en todas había algo que en otras no.
—Esta escuela sin duda no deja de sorprenderme —dijo Abel contemplando todo a su alrededor, y al acercarse a una de las mesas se dio cuenta de que había un mapa viejo, pero por alguna razón este le pareció hermoso. Tanto así que no se dio cuenta de lo que significaba hasta que Dimitri habló.
—¿Qué encontraste?
—Un mapa... parece el de unos laberintos.
—¿Crees que sea el de los túneles de la escuela o este? —se acercó para ver el mapa más de cerca.
—La verdad es que no sé —lo miró un momento en silencio— pero algo me dice que no es el de ninguno de los dos.
—Parece más bien el de unas celdas —al ver el reflejo de duda en los ojos de su compañero, le aclaró— Si notas bien, están en habitaciones y cada una tiene lo que parece ser un signo; lo más lógico sería que fuera el mapa de algún calabozo.
—¿Pero qué haría un mapa de un calabozo en... lo que sea que es esto? —señaló alrededor— Cada vez le encuentro menos sentido a este lugar.
—Creo que eso nos da más motivos para seguir investigando —Dimitri desvió la mirada a ningún lugar en particular— en especial estas semanas que podremos explorar más a fondo la biblioteca sin que nadie sospeche.
Abel asintió en acuerdo.
—Lo mejor será irnos, mañana te espera mucho.
—Sí... —a pesar de que en su rostro no se notaba, en sus ojos había un rastro de cansancio.
—Por cierto, Dimitri... —decidió preguntar el alemán mientras iban de camino a la salida— ¿Por qué estabas distraído en el partido?
—Abel, hay cosas que no sé explicar —zanjo el tema en un susurro sereno que ocultaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
El domingo en la mañana se encontraba Axel Bianchi en la sala a la espera de los jóvenes a los que tendría que dar un castigo, y definitivamente él no se iba a contener. En eso notó cómo una alegre española salía de la cocina hacia las escaleras sin siquiera notar su presencia, cosa que por alguna razón desconocida le molestó, pero al bajar sí lo miró y al instante le dedicó una sonrisa.
—Buenos días, Nessa ya está por bajar.
—No vine por ella —le respondió serio.
—Buenos días, Fratellino, ¿viniste por tus próximas víctimas? —la castaña los interrumpió antes de que pudieran seguir hablando.
—Efectivamente —el mayor sonrió de forma sádica.
—¿Vas a ser muy duro con ellos? —preguntó preocupada Cinara.
—¿Te preocupan mucho? —asintió la española—. Entonces sí.
—¿Eh?
—¿Sabes? El mayor castigo que les puedes dar es que tengan que convivir juntos —sugirió Nessa.
—¿Quieres que se maten? —protestó Cinara.
—No creo que lleguen a ese extremo.
—¿¡Crees!? —su hermano le dedicó una pequeña sonrisa—. Gracias por la idea, Nesy.
No faltó mucho tiempo para que bajaran los involucrados en la pelea del día anterior junto al resto de TM.
—Al fin bajan, ya me estaba aburriendo —comentó el mayor al verlos—.
—Bianchi... lo sentimos —dijeron los dos al unísono—.
—Vaya, me siento honrado, ¿lo practicaron? —a pesar de su mirada fría, la ironía desbordaba en sus palabras—. Como sea, ya vámonos.
—¿A dónde? —preguntó Darius.
—Aquí las preguntas las hago yo, ¿entendido?
—¡Sí!
Después del desayuno, Rony, Damián y Nessa fueron al salón de pintura de la casa, pues a pesar de haber quedado en empate, Nessa aceptó ser retratada. Al llegar, Rony rápidamente se sentó en el sofá del fondo a jugar con su celular.
El estudio de pintura, testigo del talento, era un pequeño ecosistema de creatividad. El aire que se respiraba en ese lugar era clave para entender la pasión de un pintor: la mezcla del olor a pintura, de la madera del caballete, de pinceles nuevos, el tierno olor del lienzo... un deleite para la nariz. En el estudio solo penetraba la bella claridad del sol por cada ventana, una luz perfecta que no creaba sombras. El suelo de madera estaba lleno de salpicaduras de pintura de todos los colores, manchas secas e incluso húmedas. Se formaba una constelación de caballetes por todo el lugar; en cada uno había un lienzo queriendo ser pintado, un lienzo blanco y perfecto. En todas las paredes colgaban cuadros antiguos, pinturas nunca conocidas, con un ligero sentimiento hacia lo misterioso e inteligente. Al fondo del estudio, aparte de haber mesas llenas de pinturas, pinceles y paletas, también había un sofá grande que abarcaba gran parte de la pared trasera: realmente un lugar lleno de paz, tranquilidad e ideas nuevas.