Las lágrimas caían de a poco en mi acolchada almohada, llenas de pesar y del recuerdo de aquel martirio que viví en la universidad.
Me besaste, me tomaste de la quijada con desesperación y plantaste tus carnosos labios sobre los míos, haciéndome delirar y llevar al borde de la cordura. Fue fantástico, claro que lo fue.
Lo que no sabía es que, posteriormente mi amiga veía todo y que solo ejerciste aquel gesto para deshacerte de ella. Usándome a mí de por medio.