Conciencia Negra - Escucha a tus muertos

Capítulo 3 - Yo tengo el poder

El director Armendariz abrió la puerta de su despacho para dar paso al senador Franco Linares, que entró decidido y con aire de suma preocupación. La oficina más importante de la dirección de Inteligencia era bastante austera. Andrés Armendariz, era un hombre que no gustaba de las demostraciones de lujos en exceso. Tenía una buena colección de cuadros de pintores locales a los que decidió difundir como un gesto de nobleza —pero sin dejar de hacerles notar a los autores que iban a deberle ese favor— y muebles sin demasiado peso puesto en su diseño, por tratarse de una oficina gubernamental.

—Créame que esto me incomoda más a mí, director —bramó Linares sin saludar—, pero si no es usted quien tiene los medios para frenar lo que se viene… ¡Dios nos salve!

—Creo que en la mesa se están preocupando demasiado, Franco. —respondió el director con tono tranquilizador—. Si esta señora quiere creer que realmente tiene autonomía, eso no debería molestarnos, ni a ustedes ni a mí. Ya sabemos cómo son las cosas.

En realidad Armendariz ocultaba como podía su auténtica preocupación. Hablaban de la presidente de la Nación, Victoria Yáñez, una mujer a la que decidieron impulsar y apoyar desde sus inicios como candidata, dada su popularidad, pero que ahora, una vez en el poder, estaba incomodando demasiado con ciertas actitudes que no tenían que ver demasiado con lo convenido.

—No peque de omnipotente, director. En definitiva ella goza de la simpatía popular y eso tiene su peso. No tiene más que ponerse un poco demagoga para que la gente crea en ella y acepte que se cumplan algunos de sus planes, que no tengo que aclararle que son bastante diferentes a los nuestros.

—Entonces sea claro con lo que pretende. No puedo atacar a la presidente de la nación de manera preventiva o como para enviarle algún mensaje. No somos la mafia organizada y tampoco conviene que, si la advertencia no es lo suficientemente efectiva, se le ocurra usarla para victimizarse y denunciar un foco sedicioso en su propio gobierno. Los efectos serían contraproducentes.

—Usted sabrá que hacer, confío en eso. La junta solamente quiere saber que si ha dejado que una pieza nueva entre al tablero, se trate de un peón y no de una reina. Si ella es consciente, mejor. Pero si no lo es y se le ocurre creerse el cuentito patrio… Bueno, usted ya sabe por qué y gracias a quien está en ese sillón, ¿no?

Armendariz cambió su semblante. Su mirada se volvió fría. Linares, al igual que muchos de sus colegas de la Junta, realmente lo conocían muy poco, sobre todo si creían tener algún poder sobre él. Que jueguen a eso, estaba bien, que pretendan usarlo como factor de presión, era inadmisible. Y antipático.

—No necesita amenazarme, doctor.

—No es una amenaza. Únicamente un recordatorio.

Franco Linares se puso de pie sin esperar, respuesta, como si hubiese tirado la última ficha sobre el tablero y supiera cuál sería la carta ganadora. Se retiró del despacho sin saludar,  creyendo tener el control sobre la situación. Cuando se fue de la oficina, Armendariz se hundió en su sillón, resoplando. Debía tomar medidas con respecto a eso, cuanto antes. Aunque fuesen extremas y quisiera evitarlas por el momento.

 



#1381 en Detective
#371 en Novela policíaca
#3180 en Thriller
#1708 en Misterio

En el texto hay: misterio, crimen, amor

Editado: 05.07.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.