Mientras Max conducía, Sam no podía dejar de elucubrar opciones que dieran una respuesta a lo que habían visto. Casi no tenía noción de que había sido testigo de dos asesinatos por primera vez en su vida y lo estaba normalizando a la velocidad del rayo.
—Qué espanto… ¿Y ahora qué se supone que pase? ¿Perdimos el caso o lo que sea? ¿Qué buscábamos realmente?
—No. No lo perdimos. O eso creo. Berardi pudo o puede ser una persona con cierta habilidad especial que incluye algún tipo de desdoblamiento temporal. Cuando su versión futura “asustó” al presente con ese video, en realidad lo protegía de caer en manos enemigas. Si se mató, puede que sea en una sola de sus realidades, y la otra siga viva y huyendo.
—¿Manos enemigas? ¿Huyendo de qué?
—No solo tu agencia de cabecera nos persigue.
—Mi… ¿qué quieres decir con eso?
—La agencia nacional de inteligencia no es en realidad lo que te vendieron Sam. No me quieren preso. Y no actúan solos.
—Me siento acorralada… otra vez.
Max estacionó el auto al borde del camino y dirigió toda su atención a Sam.
—Hay una sección especial que tiene libertad de acción total y medios como para apoderarse de un país completo si quisiera. Pero no únicamente por la fuerza y con un golpe de estado, sino adueñándose de la voluntad popular. Algo que ni la mente más enferma puede imaginar.
—Yo, al menos, no puedo imaginar cómo.
—No hará falta que lo imagines.
—Max, yo… no sé qué decirte. Ni siquiera te conocía mejor, solo nos habíamos visto una vez y…
—No tienes que darme explicaciones. Sabía que enviarían a alguien para vigilarme. Por eso me adelanté y comencé a buscar a quien pudiese manejar, hasta que apareciste tú. No fue nada personal.
Sam abrió la boca tanto como pudo, Realmente no vio venir esa posibilidad.
—¿Estás diciendo que sabías de antemano que yo iría a verte? ¿Cómo podría a ayudarte a ti o al gobierno si no soy más que una marioneta? ¡Me siento casi lista para usar y descartar!
—Haces bien. En definitiva cuando terminen conmigo harán lo mismo contigo.
—Me estoy asustando de verdad. Ya no sé en quién confiar.
—Te diría que en mí, pero en realidad, si de verdad me interesas, debiera decirte “en nadie”. Y así aumentarás tus posibilidades de seguir viva.
—¿Qué acabo de escuchar? “Si de verdad me interesas” ¿Eso fue algo parecido a la manifestación de un sentimiento real?
—No te entusiasmes. Pero si, cuando vi tu expediente hubo algo que hizo que quisiera meterte en esto. Y al margen de saber lo mucho que puedo haberte complicado la existencia, no puedo decir que me arrepienta.
Sam comenzó a ruborizarse. De todos modos no quería bajar la guardia, no podía engañarse asegurando que no sentía nada por ese hombre, porque cada vez que lo hacía, actuaba contradiciéndose. Pero una vez más, cayó.
—Me gustaría decirte que estoy decepcionada, que siento que me manipulaste, que has hecho que mi vida corra serio peligro… y tantas otras cosas con total fundamento. Pero… diablos, no me mires así, por favor.
Max sonrió. Sabía que debía estar viéndola con cara de embobado, y se odió por eso, aunque le estuviese dando resultado. Y podía compartir sus impresiones sobre cada cosa que dijo su compañera y agregarle el “yo también”, pero optó por algo más práctico. Se inclinó sobre ella y tomó su cara para acercarla a su boca. Se detuvo a milímetros de la suya. Los labios de Sam estaban tan húmedos como sus ojos.
—Esto será un error, pero quiero cometerlo contigo. —dijo tan cerca de ella que compartió su aliento.
—Ya cállate y bésame, antes de que me arrepienta —susurró Sam. Él obedeció, no por miedo a su arrepentimiento, sino por la calidad de irrefrenable de lo que le provocaba esa chica. La besó sintiendo un estremecimiento que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Ella respondió con toda la calidez que podía brindarle en ese momento. Se abrazaron y acariciaron con toda la pasión posible, aflojando la tensión acumulada en las últimas horas. Max comenzó a acariciar el pecho henchido de Sam, cuando el bocinazo de un vehículo que pasó junto a ellos los sacó de esa dulce realidad. Se detuvieron y volvieron a sus posiciones como si los hubiesen pescado intentando robar un cajero automático. Se miraron y rieron, quizás con la mayor complicidad y franqueza posible desde que se vieron por primera vez. Max sacó un sobre que tenía en el bolsillo interno de su chaqueta y se lo extendió.
—Por cierto. Aquí están tus honorarios.
Samanta lo abrió sin decir palabra. Contó seiscientos dólares en billetes de cien.
—¿Son reales?
—No. Pero servirán.
Max puso en marcha de nuevo su auto, con una sonrisa medio torcida en su boca. Samanta lo miró otra vez con algo de desconfianza. En los parlantes comenzó a sonar “Unchain my heart” por Joe Cocker.
Ninguno de los dos se percató de que mientras se alejaban, Yanel los observaba con mucha atención, montada en una motocicleta, desde la esquina de la calle opuesta.