Armendariz encendió un puro mientras aflojaba su corbata. Su despacho estaba en penumbras, disfrutaba de la paz que le daban las sombras y hasta de lo artístico del humo del cigarro reflejando la luz de la lámpara de escritorio. Se puso de pie para ir a servirse un vaso de whisky a la mesa de la esquina de su despacho, y notó que una silueta ocupaba el sillón que estaba contra la ventana. No distinguió su rostro, aunque sabía perfectamente quien era ese anciano de boina con visera. Para algunos era toda una leyenda en los servicios de inteligencia de aquel país tan subestimado y minúsculo que tan pocas materias primas podría brindar desde su territorio al mundo. Muy pocos conocían su nombre real y no se atrevían a pronunciarlo. Circulaba el mito de que quien lo nombraba, terminaba muerto, o algo peor. Así que ese hombre era conocido simplemente como “Conciencia Negra”. Su apodo tenía que ver directamente con su capacidad para alterar realidades, recuerdos, nociones de los objetivos humanos sobre los cuales le tocara trabajar. El director solía tratarlo como a un empleado más, hasta con cierto desdén, pero si a alguien le temía, era a él. Sabía por haberlo experimentado de primera mano, de los alcances de su poder, y pasó noches sin poder dormir hasta que supo que lo tenía de su lado. Pero claro, también era consciente de que nada era para siempre y ese vínculo era endeble. Si algo deseaba, era saber a cada momento como comportarse con una criatura tan extraña como esa, y el no tener ese conocimiento lo sacaba de sus casillas.
—Será mejor que dejes de aparecerte así. No eres un gato ni yo un objetivo para que juegues conmigo a las entraditas sorpresa.
—Disculpe si disfruto de verlo asustado, director. —dijo risueño el anciano, que parecía calmo como siempre.
—No creo que muchos tengan ese placer. De todos modos no es más que una travesura de viejo aburrido. Aún necesito saber que puedo escurrirme en cualquier lugar sin que nadie note que me suenan las rodillas, no se preocupe.
—No, claro que eso no me preocupa, te permito la licencia si te hace feliz. Pero sí me preocupa que se nos haya escapado un nuevo potencial recluta. Un tipo con una habilidad asombrosa. Se me hacía agua en la boca sopesando las posibilidades de uso.
—¿Se refiere a uno más que no tendría elección? Quizás no siempre sea posible el reclutamiento. Ni con mi ayuda.
Conciencia Negra sabía deslizar que no estaba del todo de acuerdo con manipular a cada objetivo para que no tenga ninguna chance de negarse a participar. Gracias a él, la agencia podía decir que no presionaba ni extorsionaba a ningún candidato para que se integrara y fuese parte del equipo, y vaya si lo hacía notar. Armendariz se ponía muy nervioso cada vez que lo hacía, porque temía que se termine negando y se produzca una ruptura con graves consecuencias, sin que pueda tener claro para quienes.
—¿Sabes cuál es el punto? Que si la gente elige se equivoca. Y quizás esa elección no solo no le convenga a quien la hace, sino que perjudique a muchos otros, o al menos no les reporte ningún beneficio. Nosotros somos los dueños de la balanza, ¿me entiendes? Y eso no deja de ser una gran responsabilidad. El bien común, de eso se trata. Somos los buenos, aunque nos tengamos que ensuciar las manos hasta el codo.
—Por favor, director, exclúyame de la ecuación. Tampoco soy quien toma decisiones de peso, solamente soy su herramienta favorita, no lo olvide.
El director sonrió con un dejo de ironía.
—A veces me da la impresión de que sacas más beneficios de los que parece con todo esto. Además, me pregunto si de verdad no puedes influenciar a quienes conocemos de tus habilidades. Temo que sea un cuento y que todos estemos bailando al compás de tus perversas melodías.
—No estoy tan seguro ni siquiera de desear una cosa semejante. —dijo el anciano tratando de sonar convincente—. No sabría qué hacer con tanto poder. Prefiero que usted tenga esa responsabilidad.
—No es por subestimar tus capacidades, pero yo también lo prefiero así. Este país necesita gente con pulso firme. Solo tiene memoria para evocar el sufrimiento de los mártires de papel. Pero eso está cambiando. —Armendariz se quedó viendo hacia la ventana, en silencio, con la mirada perdida, y desde allí largó el resto de su speech—. Pasemos a lo nuestro. Hay que hacer un "desarme". Una proyección nos está dando muy mal. Se trata de este hombre, —dijo sacando una foto del cajón de su escritorio—. Tiene que ser simple, rápido y sin testigos. Como siempre te daré el lugar y la hora precisos para evitar el margen de error.
—Está bien, pero ¿qué pasa con nuestro amigo? ¿No se interpondrá otra vez? ¿Sigue sin querer que lo “intervenga”?
Max Baker, claro, siempre se trataba de él y CN sabía que seguía siendo un riesgo para todos.
—No. Esta vez no estará allí. Esto no forma parte de su agenda. Y no, tampoco quiero que lo intervengas, cualquiera sea el caso. Será así hasta nueva orden. Ahora ve y descansa. A pesar de lo que haces sigues siendo humano y se me ocurre que no tienes la misma efectividad medio dormido. Así que…
El director giró hacia el sillón en el que estaba el anciano, pero este ya se ha ido sin que lo note. Largó una risotada.
«Viejo estúpido, te haces el misterioso conmigo» dijo para sí mismo. Sin embargo, el escalofrío en su espalda, se hizo notar. Tomó su celular y observó un mensaje de texto. Decía:
«Increíble, ¿verdad? Esperamos instrucciones».
En el mismo se adjuntaba una foto de una cantante en Ámsterdam. El director fue hacia su escritorio y tomó el periódico. En él la tapa se leía “LA PRESIDENTE ARREMETE CONTRA TODOS”, junto a una foto de la mujer. Acercó comparó esa foto con la de su celular y se hizo evidente el parecido de ambas mujeres. Rio con ganas, se sirvió otro whisky y brindó solo.