Samanta avanzó en el bosque en medio de una niebla espesa. Llevaba ropa de cama, apenas una camisola de dormir que ni siquiera parecía suya, y se sentía perdida. De pronto, una figura apareció ante ella. Se trataba de Norman Berardi, el hombre al que hacía muy poco tiempo había visto morir por sus propias manos, que ahora portaba un maletín y parecía más vivo que nunca. No obstante, lucía la misma cicatriz que mostraba en el video.
—Ya lo he visto morir dos veces. ¿Cuál de ellas fue un fraude? ¿Ambas? ¿O estoy viendo fantasmas? —marcó Sam, notablemente molesta.
—No estaría viéndome si así no lo deseara, Señorita Clay. No soy una aparición.
—No lo entiendo ¿Para qué es el maletín? ¿Huye de alguien llevándose sus secretos? ¿Qué es este lugar remoto? No entiendo ni cómo llegué...
Berardi le extendió el maletín.
—Es para usted.
—Por favor, no me confunda aún más ¿Qué se supone que debo hacer con él? ¿Dárselo a Max?
—No se lo recomiendo. Él no debe saber que usted lo tiene. Todos debemos tener secretos, es la mejor manera de mantenernos seguros. Y de que las vulnerabilidades no terminen matándonos.
—Lo dice como si fuese tan fácil. No sé como hace, pero tarde o temprano se entera de todo —dijo sonriendo pero con algo de impotencia.
— Por eso estamos aquí… y ahora. En esos papeles, tendrá la clave de mucho de lo que está sucediendo, siempre que sepan interpretarlas. ¿Lo intentará, al menos?
—No me está dejando demasiadas opciones. Supongo que todo esto es un sueño y no recordaré demasiado cuando despierte, pero le agradezco la intención.
Comenzó a sonar el timbre de un teléfono fijo, un sonido para nada identificable con el entorno boscoso.
—Debo irme.
—¿Debe irse?
Sam despertó recostada contra la pared del baño, junto al inodoro, casi en idéntica posición a la que tenía cuando regresó del primer encuentro con Max. El sonido del teléfono la despertó.
—Hola.
—¿Señorita Clay? ¿Samanta Clay?
—Creo que aún soy yo, ¿quién habla?
—La estamos llamando del Departamento de Justicia. Necesitamos entrevistarla con urgencia.
Samanta cortó con la impresión de haber respondido la misma llamada que hacía unos días. Cuando se reincorporó, vio que contra la pared del pasillo, reposaba el maletín que le diera Berardi.