Conciencia Negra - Escucha a tus muertos

Capítulo 16 - Olvídame

Samanta salió tosiendo del auto, que echaba humo por la parte delantera. No parecía haber llamas, así que no se preocupó de que pudiera estallar. Al mismo tiempo se quitó restos de maquillaje. Max salió detrás de ella tomándose un brazo, dolorido.

—Disculpame, sólo quería darte un escarmiento. ¡No hay que jugar con estas cosas! Nunca creí que fueses a terminar estrellándote en la banquina.

Max miró a su alrededor, parecía preocupado.

—No fue tu numerito todo lo que me distrajo. De hecho te vi preparándote para asustarme y por eso te hablé. Pero cuando me di vuelva, había algo en el camino.

—¿Algo como qué?

—Parece sangre.

—¡Dios mío! ¿Y se puede saber cómo viste eso a la velocidad que veníamos?

—Un reflejo. No es sangre real, es alguna clase de preparado sintético. No coagula, fragua y destella.

—Tal vez estuvieron filmando algo…

—No lo sé. Pero tarde o temprano nos enteraremos.

Max entró al automóvil de nuevo. Logró arrancar luego de un par de intentos.

—Perdoname, fue una broma estúpida.

—Nada que perdonar, te quedaba bien el maquillaje. A veces estás tan pálida que asustás.

 

***

48 HORAS ANTES

Ocupaban una mesa de café contra una ventana luminosa que dibujaba las siluetas con la luz de la mañana y no dejaba ver más que el contorno de las dos personas allí sentadas. Se trataba de dos hombres con aspecto sombrío que mantenían una conversación que de lejos podía intuirse era bastante trascendente por el ceño fruncido que mantenían ambos. Uno de ellos era Armendariz, que se entretenía jugando de a ratos con las volutas de humo y los rayos del sol, a pesar de la seriedad de la charla que mantenía con su contraparte.

—Se acerca demasiado, señor. Si no se hace algo ahora mismo, corremos peligro.

—¿Corremos me dice, Mercurio? Suena a que me está sugiriendo que tengo que preocuparme. Creí que hacía bien en dejar que usted maneje toda la situación.

—Sé que así le dije que sería, pero…

—No se disculpe. Sé que no estaríamos hablando aquí si no tuviese un plan de contingencia, ¿no es así?

—Sí señor —respondió Mercurio, extrayendo un sobre, de un espesor considerable—. Todo está aquí.

El director abrió el sobre y ojeó la carpeta, también había un pendrive dentro, y unas fotos. Ojeó todo con gesto adusto, parecía hacerlo rápido pero con atención. En las fotos aparecía una mujer joven, de pelo negro. Las fotografías parecían haber sido tomadas desde lejos con teleobjetivo.

—¿Todo? ¿Puedo asumir que aunque a usted le ocurra algo, la operación seguirá su curso sin inconvenientes?

—S-Sí, señor. No me necesita para poner el plan en marcha o para seguirlo. No obstante…

—Tranquilo, sé que esto es obra suya y seguramente no haya nadie más calificado para ejecutarlo. Solo haré una modificación.

—La que necesite.

—Ella no debe aparecer muerta. No deben quedar rastros de su existencia.

—Puedo encargarme de eso sin problemas.

—No, no de esa manera. Ella… no debe morir. Simplemente debe desaparecer.

—Pero, no entiendo, ¿no tratamos de hacer qué él…?

—Él no será problema. Usted solamente extráigala, sin dejar rastros. ¿Puede hacerlo?

—Supongo que…

Armendariz dio un puñetazo sobre la mesa, las cenizas cayeron flotando lentamente hacia el piso.

—No suponga nada, inútil. Si la mujer no está en menos de 24 horas desaparecida y sin que nadie atestigüe haberla visto en las próximas horas, será usted quien corra esa suerte, pero únicamente yo sabré que en realidad está abonando mis plantas, ¿está claro?

—Sí, Señor…

—Vaya, antes de que me ponga de mal humor. Y cumpla su trabajo de una vez.

Mercurio se retiró sin demorarse más, mientras Armendariz se quedó disfrutando de su puro un rato más. Esperó unos segundos y volvió a tomar el sobre. Sacó las fotos de nuevo, y tomó la misma que había mirado antes. Ahora la mujer no aparecía en ella, el fondo se veía vacío. Armendariz sonríó casi largando una carcajada.

***

Unas horas más tarde, mientras el director volvía a su despacho, un auto se estacionaba al frente de un banco. En se encontraban Simón y Bárbara, recién llegados. Ella se reclinó sobre su esposo y le dio un beso rápido.

—No tardaré nada, son solamente dos servicios a pagar y un cheque.

—Está bien, ya sé que pasaré los siguientes treinta minutos echando una siesta. Aquí  te espero.

—No seas pesimista, cuenta hasta diez, y repite las veces que sea necesario.

—Si, por supuesto, son mejores los números que contar ovejas para dormir. Ya vete.

Bárbara bajó del vehículo deseando que lo que le esperaba en ese banco no fuese tan tortuoso. Simón sintonizó la radio, tenía la intención de escuchar las noticias, pero se detuvo en un tema que le gustaba y comenzó a tararearlo.



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En el texto hay: misterio, crimen, amor

Editado: 05.07.2022

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