Max llegó a la puerta de su casa pensando con como se complicaba su relación con Sam. Se sentía demasiado bien con ella, cualquier otra mujer se horrorizaría con cualquiera de sus ocurrencias, y terminaría por mandarlo al diablo, cualquiera fuese la situación. Pero ella era muy divertida debajo de ese manto de formalidad, y lo demostró con ese número de circo en el que tiernamente se maquilló para asustarlo. Y luego sintiéndose culpable por provocar el choque. No habían avanzado en intimar luego del beso del otro día, pero no por falta de ganas. Él sabía que si ella se vendía no siendo lo suficientemente elocuente con los de La Agencia, no pasaría mucho tiempo hasta que la hagan desaparecer. Y no quería eso, solo por darle rienda suelta a lo que sentía. Por otro lado, la reaparición de Yanel, o de su fantasma le abría muchos interrogantes, y una vieja herida que creía que ya estaba cicatrizada.
Y no lo estaba en absoluto.
Cuando intentaba meter la llave en la cerradura de su casa, aún absorto en sus pensamientos, alcanzó a ver una sombra. Al darse vuelta por reflejo, alguien lo golpeó con fuerza y lo derribó. Max quiso incorporarse, pero el sujeto tenía un arma apuntándolo.
—No te resistas, y nadie saldrá herido.
Max estudió al tipo, que llevaba la cara descubierta. Era un cincuentón que no parecía un agente veterano de la agencia, sino un mercenario, o un delincuente común. No entendió demasiado el golpe intempestuoso. Quizás fuese un ex boxeador.
—Tengo un corte en el labio que está sangrando, y dentro de un rato mi frente estará hinchada. ¿No es un poco tarde para decir eso?
—No llores como una nena, sabes de lo que estoy hablando. Dame tu billetera.
—¿Todavía no aprendiste a hurtar de los bolsillos sin lastimarme? Soy muy distraído cuando voy por la calle. En cambio, mañana podría denunciarte si me dejas vivo. Tu rostro es muy difícil de olvidar.
—La billetera, idiota, no tengo toda la noche. No vas a denunciarme, te lo aseguro.
Max retiró la billetera de su chaqueta con dos dedos y mucho cuidado para demostrar que no trataría de hacer ningún truco. Se la dio al delincuente, que a su vez sacó algo pequeño de su bolsillo y lo metió en la misma.
—En realidad estoy dejándote un regalo.
—¿Y no te interesa el dinero? —preguntó desconcertado. Aunque intentando descifrar algo que comenzaba a sospechar.
El delincuente miró el contenido de la billetera y tomó todos los billetes.
—Si, me interesa, de hecho mi cliente me debía más de lo que pude cobrarle antes de su partida, así que me llevaré algo a cuenta de mis honorarios.
—¿De qué estás hablando? No dirás que…
El tipo abandonó apenas su actitud amenazante y le tiró la billetera. Luego comenzó a retirarse sin dejar de apuntarlo.
—No intentes nada. No seas más estúpido de lo que creo que eres.
Max se incorporó, aún con la quijada dolorida. Fue hacia la puerta y la abrió, dejándola entreabierta. Se acomodó en el sillón de su living y de la billetera extrajo el objeto que le dejó su agresor. Como ya supuso, se trataba de una tarjeta de memoria. Con cara de disgusto, la colocó en la notebook que estaba sobre la mesa baja. Tipeó una clave y puso a correr un video. En él aparecía Landers una vez más, con el mismo traje y en la misma oficina en la que se presentaba siempre para darle la asignación. Esta vez apareció riendo, como cómplice de una travesura.
«Buenas noches, Max, espero que estés cuidando de tu seguridad, los vándalos están a la orden del día. Comprenderás que debía idear nuevas maneras de entregarte las asignaciones. Nos vigilan, y cuanto menos sospechen, más tranquilos podremos trabajar.»
Casi sin que la note, Sam entró por la puerta de entrada, que había dejado entreabierta.
—¡Max! ¿Qué te pasó?
—Se me ocurrió decirle al delivery que se había demorado mucho con la pizza y no le gustó la crítica. Voy a cambiar la app, te lo aseguro. Ven, supongo que esto te interesará.
Landers seguía recitando en pantalla:
«... La mujer de la foto responde al nombre de Bárbara Dahl, pero si la investigas ahora mismo, no existen registros de su existencia. Nadie la busca, ya que sus padres, familia y amigos simplemente ignoran que alguna vez haya existido.»
—Conciencia Negra.
«Exacto. Sin dudas se trata de él. No tengo que mencionártelo.»
—Pero… ¿Qué pasa? —acotó Sam, desconcertada—, ¿se supone que Landers está muerto, cómo puede ser que te escuche así?
—No me escucha, pero sabe lo mismo que yo… o sabía.
«Es hora de que le digas a Samanta a que se enfrentan… si ella cayera en sus manos… Puedes prepararla, inténtalo al menos. Solo….»
Max adelantó el video.
—¡Oye déjalo, que estaba hablando de mí!
—No te preocupes, no tendrás que hacer lo que dice. Nunca.
Samanta bajó la pantalla de la notebook, aplastando los dedos de Max, que gruñó exagerando el impacto.