Max conducía junto a Samanta, que lucía exhausta. Ella hubiese preferido el silencio, a pesar de su habitual locuacidad, pero había demasiadas cosas que no le cerraban de lo que acababa de vivir, y no pensaba quedarse con toda esa intriga.
—Me encantaría saber como relacionas que alguien o algo haya robado un escalón de la catedral, aunque sea esto técnicamente imposible, con el hecho de que un vagabundo tenga un diente más.
—Me encantaría decirte que soy tan lúcido y brillante como para hacer la conexión y darle un marco lógico. Pero no es el caso.
—Bien, parece que de verdad alguien está jugando con nuestras percepciones, ¿Un Max modesto? No, no lo puedo acreditar ni viéndolo de frente.
—No tengo ganas de hacer chistes, esto me preocupa de verdad. ¿Recuerdas cuando te hiciste la misteriosa por como descubriste el antídoto?
—Sí, claro. Todavía me sorprende que no me lo hayas querido sonsacar.
—Hasta el momento de la explosión me vi tentado, pero ahora lo sé. En el momento en el que te dabas por vencida recordaste el maletín que te dio Berardi y como si hubieses sabido exactamente donde estaba, lo abriste, sacaste una carpeta y en la primera página que revisaste apareció la descripción de lo que necesitabas.
—Dios mío, no había forma de que lo supieras —dijo Sam, tapándose la boca, incrédula.
—Pero hay algo más. Y que te costará creer a pesar de todo.
—Creo que voy a vomitar.
—Ese maletín no existe. Es una forma de guardar información en tu mente y asignarle una interfaz para que puedas acceder a ella.
—¿Cómo que no existe? Está en mi casa, apoyado contra una pared.
—Siempre en una distinta, pero si te preguntara en qué momento lo pusiste ahí, no lo recordarías, ¿verdad?
—No. Y no soy de las que olvidan esas cosas. Dios, creo que esto me supera, me asusta, me subleva, me…
—Calma. No creas que esto no me preocupe tanto como a ti, pero tratemos de que no se nos vaya de las manos. Al menos todavía puedo darme cuenta de lo que puede estar pasando. Lo único que puedo descartar en este momento es que lo que te hayan hecho sea obra de Conciencia Negra. No es su estilo.
—El maletín me lo dio Berardi. Y en un sueño, no puedo creer que lo afirme como si de verdad lo creyera.
—Sí, en un sueño o en lo que creías que lo fue. No pienso que haya sido él el artífice real de todo esto. Te diré que haremos. Necesito que vayas al galpón en el que me encontré con Landers la última vez que lo vi con vida, ¿sabes cuál es?
—Sí, perfectamente —respondió Sam extrañada—. Pero no debería, solo me lo mencionaste una vez al pasar. ¿También tengo acceso a tu mente?
—Más quisieras. Aprovechemos este “don temporal” y veamos a donde nos lleva. Te veo en una hora y media allí.
Samanta bajó del auto en la puerta de su departamento. Miró hacia la esquina rápidamente y sacudió su cabeza para despejarse: le pareció ver a Berardi parado en ella, observándola. No le gustaban ni las visiones, ni los fantasmas, de lo que fuera que se tratara eso.
***
Alex Zanni y Conciencia Negra entraron a la recepción del hotel con la máxima naturalidad de la que fueron capaces. Una mujer con una gran sonrisa los recibió preguntando qué se les ofrecía.
—Nos esperan en el cuarto 314.
—Nadie me aviso nada. Preguntaré al teléfono del cuarto —dijo ella escudriñándolos.
—No creo que sea necesario, es una sorpresa. ¿Cuándo es su cumpleaños?
—¿El mío? En tres semanas. ¿Por qué lo pregunta?
—Porque querría regalarle algo. ¿Si yo le dijera que tiene la posibilidad de mejorar su vida, le interesaría escucharme?
—Ahora no, viejo. No tenemos tiempo para esas cosas, —acotó Zanni, impaciente.
—No entiendo de qué me habla —respondió la conserje, con aire extrañado.
—Si lo entiende, ¿le gustaría saber cómo salir de acá lo antes posible, como si nunca hubiese trabajado en este hotel, y hacer lo que le plazca?
—Este… es un buen trabajo.
—Lo sería si le pagaran lo que corresponde, los francos en su proporción, las vacaciones y horas extras, si sus compañeros fuesen solidarios y no trataran de quedarse con su puesto. Este podría de verdad ser un buen trabajo, pero… ¿De verdad volvería a aceptarlo si supiera cómo es en realidad?
—No… lo… creo…
Alex Zanni parpadeó incrédulo. La mujer había desaparecido por completo, sin que llegara a ver cómo o en qué momento se evaorpó ante sus ojos.
—Sin olor a pólvora, sin ruidos molestos, ni sangre desparramada que llame la atención, ¿perdimos mucho tiempo en el trámite?
—Me das miedo. Si eres una especie de mago, tienes todas las cartas del mazo en la manga. Vamos.