Concierto en Valkyntoch

El gran concierto

Paquinni se dirigió a su grupo, agradeció y resaltó el esfuerzo de cada uno que ha sido de real entrega a pesar de no haber logrado los resultados que esperaban, el investigador supo cómo levantar y abrazar con palabras el autoestima caída de sus colaboradores, quienes al escuchar la manera en la que ha sido revelada la identidad del asesino se sintieron incompetentes, algunos inclinaron la cabeza en muestra clara de decepción, pero las frases precisas de Robert recordándoles que fueron valerosos e importantes por el simple hecho de haber abandonado a sus familias para estar aquí al pie del cañón cuando otros le bajaron el pulgar en negativa señal de apoyo, por todo ese tiempo y por trabajar arduamente la investigación traspasó fronteras y ahora el asesino sería atrapado, de esta forma habrán cumplido con mérito la tácita promesa que cada uno se hizo para consigo mismo antes de llegar a Valkyntoch. 

 

 

Sin más palabras y a las órdenes de Paquinni salieron todos en operativo inmediato a la captura de quien en teoría ya no podría cometer más crímenes, aquel que mantuvo bajo la sombra del terror a una ciudad entera, los días del asesino de la ciudad deambulando en las calles parecen haber llegado a su fin, había que capturarle vivo o muerto, pero la consigna principal era llevarlo ante la justicia y allí sea castigado con la pena capital, que la ejecución sea expuesta al pueblo que clama aquello y que de alguna manera ha incidido en la decisión de que la silla eléctrica sea la condena que se le otorgue. 

 

Llegaron hasta las inmediaciones del lugar, no parecía existir ningún movimiento extraño, un aire de incertidumbre y pánico se respiraba como si fuese oxígeno, había poco movimiento en los pasillos del edificio, uno a uno los pisos iban siendo asegurados, mientras continuaba el avance hasta la ubicación a la que se dirigían en franca conquista, la tensión era un termómetro a punto de estallar, todos saben de lo que este asesino es capaz, o quizá realmente no conocen hasta donde podría llegar y eso los paralizaba, toda esta duda les invadió el ya inestable semblante que tenían, ni la multitud que han formado entre ellos les proporcionaba confianza, –y eso que, la unión hace la fuerza–, ahora más que nunca entendían y empatizaban lo que los habitantes vivieron aquellos días de pesadilla, siguieron avanzando, hasta que por fin se detuvieron ante la puerta del apartamento que debían allanar, entre todos cruzaron miradas, la duda les asaltó, acompañado de un rasgo de perplejidad que debieron sacudirse enseguida, no podían permitirse ningún titubeo ante tan importante ejecución, segundos después y tras largo silencio irrumpieron con violencia en el domicilio que había sido señalado como objetivo. 

Entraron, no tuvieron que esforzarse demasiado por buscar lo que no se ha escondido, efectivamente allí se encontraba, como si hubiese estado esperando la llegada del cuerpo policial, sus manos se ocupaban dando forma a unas esposas elaboradas con flores, las mismas que se hallaron en cada una de las escenas, lucía también un elegantísimo traje negro, tal como el anciano lo describió aquella tétrica mañana en la que sus palabras generaron más dudas que certezas, pero eso resultaba irrelevante en estas instancias, lo que importa es que alguna mujer, en algún rincón de Valkyntoch ha sido librada del cruel destino que sin saber le asechaba.

 

Sonreía con ironía y con la sangre fría de quien no siente ni el más mínimo temor, mucho menos remordimiento, miraba a cada uno de los que entraron allí, ojos malévolos que al impacto lograba que muchos le quitaran la vista de encima, muchos excepto Paquinni, quien estaba sobrecogido al constatar que el nombre que Marianne había revelado en aquella perturbadora carta efectivamente era el del asesino, persona que además ha conocido durante su estadía en Valkyntoch. Todas las armas apuntaban directo al cuerpo y esa inhumana sonrisa ni siquiera se inmutaba, estaba orgulloso de ella, tampoco tenía la mínima intención de escapar, su día había llegado, lo sabía, lo esperaba, era un monstruo entre los hombres, no parece tener alma es lo que debieron pensar todos aquellos que allí estuvieron presentes, unos ojos vehementes, hambrientos, que se tragaban todo y a todos, la mirada venenosa que solo un psicópata podría tener y que haría que más de uno se hubiese echado a correr, de no ser claro, por el arma de fuego que les respaldaba y que no dudarían en usar de ser necesario. 

 

Finalmente, a la voz de mando se abalanzaron casi todos para atraparle, una terrible carcajada se oyó desde los adentros de su pecho, tan vil y demoníaca que perturbó a más de uno, incluso a Paquinni, boca abajo con las manos en la espalda esta vez la mirada era fija en él, la risa pasó a ser burlona esta vez, lo conocía y eso le causaba gracia, –llévenselo– dijo finalmente. Paquinni se paseó por el lugar en busca de más evidencia, un mediano jardín en el balcón, albergaba en sus tierras flores de cerezo y corazón sangrante que danzaban felices en el viento, buscó en todo lado, prácticamente puso el apartamento de cabeza sin encontrar mayor detalle, siguió buscando durante varios minutos sin saber exactamente qué, a pesar de tener suficientes indicios ya, guiado únicamente por su olfato de detective, hasta que, al abrir la puerta de una de las despensas encontró varios frascos que en su interior poseían un líquido viscoso y amarillento en el que flotaban algunas partes humanas, mientras otras se mantenían en el fondo del contenedor, sesenta y seis piezas en total, once víctimas, tres dedos de cada mano, no había duda ya, de hecho nunca la hubo desde el allanamiento, el asesino fue atrapado, se le encontraron todas las pruebas que hacían falta, las flores, el traje, los dedos desprendidos de sus víctimas —aunque esto último jamás se pensó encontrar y menos de esta forma—, a todo esto no había forma de buscar otra salida, el asesino de la ciudad debía ser ejecutado, así, sin piedad, a quien piedad no ha tenido.



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En el texto hay: crimen y suspenso, crimen y locura

Editado: 11.04.2020

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