Una tarde, en aquel barrio, me encontraba sola fumando un cigarrillo, ya que mi hermana y Elizabeth se habían ido a comprar y Antonella había subido a su casa al llamado de su madre. De pronto, cual belleza, Luciano se acercó con pasos leves hacia mí.
—¿Cómo estás, reinita? —dijo, tomándome por la cintura.
—Bien, pero tú no te ves muy bien que digamos, parece que te pasó un tranvía por encima.
Sus ojos se colmaron de un brillo muy particular, casi, casi de dolor.
—¿Se nota mucho? —contestó a mi comentario.
—Demasiado, diría yo. ¿Qué te sucede, si se puede saber?
—Lo de siempre, pero no quiero llenarte de problemas con mis cosas —respondió.
—Vos sabés que no tengo drama en escuchar —le dije, tratando de calmar su alma.
—Lo que pasa es que con mi novia todo está mal, muy mal… y lo peor es que no me molesta.
—¿Eso te afecta?
—Sí, porque estoy interesado en otra personita muy especial, pero ella está ocupada. Yo creo que ese es el mayor daño que siento —contestó con picardía, mezclada con melancolía.
—¡Uy, qué mal! ¿Cómo sabés que ella no está interesada en vos?
—No lo sé… Bah, es que no la entiendo —me contestó con duda.
—La verdad que el amor es muy difícil de entender —repliqué, tratando de desviar el tema.
—Más cuando estás frente a una personita tan especial como vos… a la que quiero mucho —me dijo, observándome a los ojos con una leve sonrisa.
Mi cabeza daba vueltas. No entendía nada de lo que estaba sucediendo y mi corazón galopaba tan fuerte que me estaba ensordeciendo. No podía pensar. Solo miraba sus ojos angelicales recorriendo mi cuerpo con todo su amor. Creí que estaba loca. No pensé que me lo diría a mí. No lo pensé.
Se acercó lentamente a mí. Mi corazón quería escapar. Nuestros rostros parecían unirse cada vez más… De pronto, en las escaleras, estaba Marcos observando todo. Me alejé de Luciano de golpe al ver sus ojos como platos clavados en nosotros. No sabía qué hacer. Luego, Luciano se dio cuenta de este hecho y se alejó con una mirada de intriga. Nos miramos los tres sin saber qué decir o cómo actuar.
—Perdón, yo… solo… lo siento, te juro que voy a hablar con él —replicó, preocupado por tal situación.
—No te hagas drama, yo hablo con Marcos y listo. Él lo va a entender —le dije, tratando de apaciguar el momento. <<< Lo cual era mentira. No tenía ni idea de cómo solucionar tal situación, más los nervios invadiéndome por completo. >>>
Marcos se acercó con una mirada de furia.
—¿Está todo bien o necesitan ayuda? Lo cual no creo… —comentó irónicamente.
—¡Pará, Marcos! Está todo bien, solo estábamos hablando un poco —contestó Luciano.
—Qué bien, yo quisiera hablar de ese modo —replicó, enojado por tal momento. Su mirada se tornó oscura e irritable totalmente. Quizás celos… es lo más seguro, ya que fue la primera vez que dijo algo.
—Te podés ir, Luciano. Tengo que hablar con mi novia —le dijo, totalmente enfadado.
—En serio, Marcos… discúlpame, no te hagas drama, está todo bien —le contestó Luciano, tratando de calmarlo.
—¡Andate, Luciano! —contestó Marcos con voz fuerte.
—Luciano, no te hagas drama, andá —le dije, observándolo con tranquilidad—. Andá tranquilo.
Sus miradas se cruzaban con una ráfaga de disputa que me asustó. Simplemente, Luciano, escuchándome, se retiró.
—¿Te puedo preguntar algo? —me dijo con ira.
—¿Qué pasó? —le contesté, calmada y un tanto enojada.
—¡Eso! ¿Qué te pasa? —replicó, tomándome del brazo.
—Nada, no sé de qué hablás —le contesté, tratando de desestimar la situación.
—¿Nada? Hablo de vos y Luciano, de eso hablo. ¿Te creés que soy estúpido? —me dijo con ira y dolor.
—Pará, Marcos, estás viendo cualquier cosa. Nada que ver, con Luciano somos amigos, nada más.
—Dame un beso —me dijo, mientras me tomaba del brazo.
—¿Qué?... —contesté, totalmente sin entender su actitud.
—Dame un beso —volvió a decirme, pero esta vez burlonamente.
Lo miré con intriga y un poco de temor. Simplemente acerqué mi rostro y le di un pequeño beso en la comisura de los labios.
—Quiero un beso largo, no esto —me dijo con bronca—. ¿Qué, acaso no te gusto? —mientras me tomaba del brazo con fuerza.
—No, no es eso —contesté con miedo.
—¿Vos seguís creyendo que soy estúpido, verdad? —replicó, mientras su fuerza comenzaba a sentirse en mi muñeca.
—Te recomiendo que me sueltes, ¿puede ser? —le dije en tono de defensa.
—Ok, pero no te quiero volver a ver cerca de él —contestó, soltándome de a poco y retirándose del lugar.
Su actitud me asustó. Jamás me habían tratado de ese modo. Desde ese día, las dudas comenzaron a aparecer. Mi decisión de haberlo aceptado no era justamente la más correcta, pensé… y volví a pensar: me había equivocado.
Desde ese día, las cosas entre los dos fueron de mal en peor. Una noche fuimos al boliche con los chicos del barrio. Estaba en una mala situación; me estaba por pelear con mi mejor amiga, por el simple hecho de que cometí el error de meterme en la relación de ella y su novio. Yo soy muy amiga de Daniel y, como nos costó tanto juntarlos, ella no viene y lo engaña con otro chico. Esto me llenó de bronca, ya que Daniel iba todos los días a mi casa; de lo único que hablaba era del amor que sentía por Ahílen.
Esta actitud de ella me enojó, y lamentablemente fui y le dije a él lo sucedido. Esta forma mía de actuar de seguro desataría en ella una ira impresionante hacia mí, volviéndose mi peor enemiga. Esto me hacía muy mal, ya que era la única a la que consideraba mi amiga.
Esa noche, en el boliche, decidí terminar con Marcos. Ya no podía con toda la situación: Luciano, mi gran amor, estaba ahí… Ángel, que me confundía con su porte delgado, sus cabellos oscuros como la noche y su tez blanca como la nieve. Alto, muy alto, con su porte de caballero, su cuerpo marcado, sus ojos tenues repletos de amor para entregar… protector, capaz de entregar su vida por mí. La pelea que se aproximaba con mi amiga, el mentirle a Marcos con mis sentimientos hacia él… no era justo. Y decidí hablar con él.