conclusiones ,secretos

Destrucción de la amistad

—No entres —me decían alborotadas.

— ¿Qué pasó? —pregunté preocupada.

—Ahílen dice que te va a pegar, te odia y se la está mandando —replicaban todas juntas.

—No creo que se rebaje a tal circunstancia.

—No sé, no entres —seguían insistiendo.

Simplemente entré. Me iba a hacer cargo de mis actos, como correspondía.

El primer módulo transcurrió sin problemas. Al llegar el segundo, Ahílen se acercó con su porte pequeño, el cabello recogido que le cubría gran parte de la cintura, su tez morena, el guardapolvo blanco, ya tirando a amarillento, casi perdido entre sus eternos jeans y borceguíes. Sus ojos grandes y fijos disparaban mucha bronca. Totalmente perdida esa calidez que alguna vez identificaba su mirada.

—Me enteré de que le dijeron a Daniel que yo le fui infiel —replicó con ironía.

—Sí, yo se lo dije —respondí a su comentario.

— ¿Sí? —me lo dijo en un tono malo e irónico.

—Sí. Y si quieres, vamos a hablar tranquilas. De otra forma, no —respondí fríamente.

— ¿Así te consideras mi amiga? —me preguntó furiosa.

—Hace mucho tiempo que no te considero mi amiga. Y si le conté la verdad, fue porque me pareció muy mal de tu parte que, después de todo lo que hicimos por ustedes, le pagues de ese modo.

Ella hacía como que no me escuchaba.

—Vos seguí así y fijate lo que logras —le dije furiosa, al ver su forma de ignorarme.

Rosario, de carácter ilustre, porte pequeño, ojos fijos y tiernos, cabello de un marrón amarillento y piel clara, al ver su actitud dijo:

—Ahílen, no seas ignorante, habla.

—¿Sabes qué? Eres una porquería —continuaba insultándome, sin escuchar ni una palabra de Rosario, ni de nadie. Solo me injuriaba de pie a cabeza. Callé y no le seguí la corriente. Recuerdo que toda la mañana hizo lo mismo: venía, me insultaba y se iba, dejándome con la palabra en la boca.

Estefanía, de porte delgado, alto y majestuoso, piel blanca, ojos firmes y esa madurez característica de una dama, con carácter fuerte y voz de señorío, le dijo:

—Ahílen, no seas tan inmadura. Habla.

—Lo que pasa es que yo se lo quería decir —le contestó a Estefanía.

—Pero después de todo lo que hicieron para que vos estés con él, no podés ser tan caradura —le decía, tratando de hacerla entrar en razón.

—Como yo fui tan caradura para serle infiel, también voy a ser caradura para decírselo —continuaba, enceguecida en su forma de pensar.

—Es que no puedes ser tan caradura.

En ese momento, solo le dije:

—No se trata de caradura. Se trata de sentimientos.

—¿Por qué no decís la verdad? De que estás enamorada de él —respondió a mi comentario.

Me quedé totalmente helada. No era así. Solo creí que estaba haciendo lo correcto. Rosario me miró con desdén:

—¿Es verdad? —preguntó, casi juzgándome.

—No, nada que ver. Lo dice porque Daniel va todos los días a casa y me cuenta todo. Pero nada que ver.

La campana dio por terminado el día. De regreso a casa —obvio que de todo esto nunca se lo conté a nadie— me guardaba la pena para mí. Ahora, sabiendo que ella sería mi peor enemiga, que desde este día mis mañanas en el colegio serían un infierno de la mano de quien fue mi mejor amiga, caminé por la ancha avenida que me llevaba a casa, pensando en el dolor de haber perdido una amiga. Tratando de entender: ¿por qué me metí donde no me llamaban? ¿Por qué no cerré la boca? Debí dejarlos solos, que resolvieran sus cosas. Ahora me sentía peor que antes, más aún sabiendo que todo fue culpa mía. No debí hacer lo que hice, no debí meterme en problemas de pareja. Pero ya estaba… ahora, a hacerme cargo de mis actos.

Caminé a pasos lentos. No quería llegar. No sabía si podía esconder lo que me había pasado. No lo sabía. Solo respiré profundo frente a la gran puerta de madera… y entré. Todo estaba tranquilo. Nadie en casa. Esto me alivió. Me fui directo a mi cuarto.

El día pasó tan veloz que la noche se hizo presente, trayendo consigo el siguiente día.

Me desperté al golpeteo en la puerta: era mi amiga Rocío, que pasaba a buscarme como cada día. Tomamos el primer módulo. Al llegar el segundo, tipo 9:30 de la mañana, nos escapamos junto con un curso que se retiraba temprano. Dejamos los útiles y nos fuimos al shopping a jugar un par de pool.

Al llegar, bajando por las escaleras… era él. Sí, Daniel. El ex de mi amiga, que por los acontecimientos había dejado de ir a casa porque así lo preferí.

—Hola, linda. ¿Qué estás haciendo? —me dijo, mientras me daba un beso en la mejilla.

—Nada. Solo venimos a jugar al pool, aunque no sé jugar —repliqué riendo.

—No te preocupes, yo te enseño —sonrió con dulzura.

Me tomó por detrás, con su cuerpo tibio, agarrando mis manos para enseñarme cómo debía pegarle a las bochas. En ese momento sentí algo raro… no eran sentimientos hacia él, pero me sentí rara e incómoda. Me hice la desentendida.

—Vamos a la Bahía —(un café donde las mesas jugueteaban con los vidrios que observaban al colegio que nos acogía al salir o al no entrar).

—¡Vamos! —replicaron mis amigas, entusiasmadas.

—Dale, las acompaño —respondió Daniel.

Salimos hacia aquel local que era nuestro lugar de juntas. Al llegar, Rocío se escondió en un banco tapada con camperas, ya que nuestro preceptor se cruzó al café. Temía que le dijera a su madre de sus faltas. El preceptor se acercó:

—¿Cómo anda, Brisa? —preguntó con ironía.

—Bien, gracias. ¿Y usted?

Él solo sonrió, con ironía y simpatía, como diciendo “Dios mío”. Al retirarse:

—¿Cómo le va, señorita Rocío? —le preguntó, como diciéndole “¡te estoy viendo!”.

Mi amiga quedó plasmada, y cómicamente salió de entre las camperas, solo viéndose su cabeza.

—Bien, ¿y usted? ¿Cómo lo trató el día? —respondía totalmente sorprendida.

—Rocío, Rocío —sonrió, y se retiró.

Daniel, al ver a Ahílen, decidió ir hacia ella. Ella lo dejó parado, como si no existiera. Él la tomó por el brazo y le entregó una carta. Pasados quince o veinte minutos, Daniel estaba sentado detrás de mí. Ella se acercó… una mirada como un rayo cayó sobre mí. Siguió de largo, se acercó a Daniel y le tiró la carta hecha un bollo en la cara. No sé qué decía, solo sé que una veta de odio recorrió la mirada de aquella que había sido mi mejor amiga.




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