La noche llegó y todo estaba listo: la bebida bien fría, la música sonando. Ellos empezaron a llegar de a poco, con sus bolsitos cargados de alegría, alcohol y buena música. Se armó el baile, y entre trago y trago, en la puerta del apartamento... él llegó.
Con una sonrisa clara y pura, con su buzo celeste y sus eternos jeans, caminó hacia mí. Me tomó de la cintura con dulzura y me saludó:
—¿Cómo estás?
—Bien, gracias.
Tan solo verlo hizo que mi corazón explotara de felicidad. Pero al mismo tiempo, sentí un dolor profundo. La melancolía se desató como un mar de sangre.
Siempre lo voy a recordar.
Yo tenía una atención muy especial por la luna. En ese apartamento había un balcón hermoso, y aquella noche la luna bailoteaba con las nubes. Abrí la puerta y me senté a observarla. Luciano se acercó, como un príncipe.
—¿Puedo?
—Sí, siéntate.
—Es hermosa, ¿no?
—Sí… realmente es hermosa.
—Bueno, yo te regalo esta luna. Es para vos.
En ese momento, el mundo pareció detenerse.
—¿Cómo estás? —le pregunté con dulzura.
—Bien… y mal —respondió. Bajó la cabeza y se tocó el corazón.
—¿Por qué mal?
—Porque al principio, ella estaba enamorada de mí y yo nada que ver. No quería volver a enamorarme ni sufrir otra vez. Pero a la semana, ya estaba re enamorado… y ahora ella no me da bola. Le pregunté si me extrañaba y se quedó callada. También le dije que extrañaba una palabra: te quiero. Hace mucho que no me lo dice.
—No te preocupes… yo creo que ella te quiere mucho.
—Quizás. Pero ahora estoy con una personita muy especial, bajo esta luna hermosa… y no voy a arruinar la noche con problemas del corazón.
—Bueno… ¿De qué quieres que hablemos? A ver si ayuda. No sé… tu vida, tu familia…
Agachó la cabeza. Una veta de dolor cruzó su rostro.
—Perdón… me parece que metí la pata. Mil disculpas. Busco otro tema…
—No… no te hagas drama. Lo que pasa es que este barrio me cambió la vida. Antes salía con mis amigos… esos que decía que eran mis amigos. Robé, me drogué, me alcoholicé… Vivo con mi abuela, y ella se está muriendo. Y a mi papá ni lo conozco.
Me sentí identificada… pero no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Él? ¿Ese hombre tan tierno, tan sensible, podía haber hecho todo lo que decía? Era imposible. Yo sentía su corazón… y era bueno.
Pero él lo estaba diciendo. No pude evitar que mi mente me llevara a mi vida, a mis años, con aquellas que alguna vez llamé amigas, y lloré. No lo pude evitar. Me largué a llorar pensando en mi madre, en el daño que quizás le estaba haciendo sin saberlo. Y vi el dolor en su rostro. Estaba sufriendo por mi llanto. Sentí cómo la culpa comenzaba a dibujarse en sus labios, temblando de angustia.
—Perdón… perdón. ¡Qué boludo! No debí decirte todas estas cosas. Perdóname, te juro que no voy a volver a hablar, por favor… —decía, agarrándose la cabeza, intentando abrazarme.
Yo no sabía cómo explicarle que estaba bien, que podía desahogarse. Me quería morir. No me salían las palabras. Él, como un príncipe, sufría por mi sufrimiento.
Es un recuerdo raro… pero hermoso. Inolvidable. Una noche de invierno que marcaría nuestras vidas.
Ángel se acercó, al ver la escena:
—¿Qué le hiciste, boludo? ¡Hijo de puta! Si le hiciste daño te cago a trompadas.
—¡No, pará! —grité, poniéndome entre los dos—. Está todo bien.
Tomé a Ángel con firmeza. Su puño estaba a punto de salir escapado directo a Luciano. Me miró confundido.
—Nada que ver. Estábamos charlando bien y… no sé, me largué a llorar.
Al escuchar eso, Ángel se calmó. Me abrazó. Yo, rendida de llorar, me fui a recostar a una de las habitaciones. Ángel me acompañó. Él era otro ser especial, rogando por un poquito de mi amor, y yo rogando por otro.
Se recostó conmigo en el suelo, para que el frío no me alcanzara. Caí rendida en su falda. No dormí, solo cerré los ojos.
Entonces, Luciano entró. Silencioso. Se acercó. Yo seguía en los brazos de Ángel. Luciano se agachó. Tomó mi rostro entre sus manos y lo acarició como si fuera la primavera más hermosa. Me sentí completa. Llena. No comprendía el sentimiento, pero lo sentía vibrar en lo más profundo de mi alma .
Con una voz quebrada, Luciano preguntó:
—¿Con quién me ven?
Miguel respondió:
—Yo, con ella.
Ángel agregó:
—Con Natalia, no.
Luciano, al escuchar eso, cerró sus manos con fuerza. El crujido de sus dedos dolió en el aire, pareció cubrir todo el espacio Volvió a acariciar mi rostro.
—No hay nada más hermoso, después de enamorarse, que una mujer se duerma en tus brazos. Aprovecha este momento. Nunca vi a una chica tan…
—Tan hermosa —susurró Ángel.
—¿Alguna vez vieron a un ángel dormir?
Seguía acariciando mi rostro con una dulzura que jamás había sentido.
—Sí… es hermoso —respondió Ángel.
—¿Ves? Una mujer así tienes que buscarte —dijo Mauricio, el primo.
Ángel solo me miraba. Y repetía:
—Es hermosa…
Luciano se retiró de la habitación. Y antes de irse, giró para mirar mi rostro una última vez… con esa dulzura que jamás espere.
Era tanta la felicidad que no puedo explicarla. Esa noche parecía que todos los astros del universo se habían posado sobre mí.
Pasaron las horas. Amaneció. Lloviznaba y hacía mucho frío. Teníamos que tomar un remis para volver a casa. Luciano, con su dulzura, dijo:
—Las acompaño hasta la remisería.
—Bueno —conteste ilusionada y un poco incómoda.
Mientras caminábamos, mi cuerpo temblaba de frío.
—Negri… estás helada —se acercó.
—Sí… tengo un poco de frío.
Me abrazó para darme calor. Me abrazó como si yo fuera la última persona del mundo… y él no quisiera dejarme ir.
Sentí que mi único sueño se hacía realidad. Por primera vez, sus brazos me envolvían con una ternura infinita. Me estremecí. No quería llegar a la remisería. No quería que ese momento terminara. Intenté grabar cada segundo. Cada latido. Cada palabra. Su calor esparciéndose por mi cuerpo como un conjuro, como lo más hermoso de la vida misma.