Dicen que somos luz y sombra, No hay mejor forma de definir mi vida y mi mundo de ese entonces, era una adolescente normal para mis padres, pero a su vez mi oscuridad también estaba latente lista para salir a contemplar mi vida, era eso, luz para unos y oscuridad para otros, mi mundo se dividía en dos, quizás de las formas menos esperadas siempre pude manejar muy bien mis dos lados el angelical y el otro no tanto, no es que fuera maldad simplemente es que hacía algunas cosas que no debía, mis amistades del colegio no se juntaba "con los chicos del barrio" no se parecían, ni por gusto, ni por casualidad, eran dos mundos opuestos, los marginados y los nenes "bien" si es que queremos llamarlos de ese modo, para realizar un resumen y no tener que hacer un libro aparte mi familia se conformaba por mi padre, mi madre, mi hermana, mi abuela y yo, familia típica clase media trabajadora al igual que "los chicos del barrio" los de mi escuela o por lo menos con los que yo me juntaba eran los que desafiaban a todos por su vida, complicada entre pobreza, hambre, drogas, violencia y alcohol, ¿cómo me junte con ellos? Es una pregunta lógica y a su vez idiota son personas y ya me da igual, pero en fin para entrar en estos detalles de porque tenía esta "mala junta", según mis preceptores y maestros, en mi familia había mucho lío por empresas familiares que ya mi abuela por culpa del Alzheimer no podía manejar o sea peleas más peleas entre mis tíos por quien manejaría ahora las empresas de la abuela, se mataban entre ellos por un poco de tierra en fin arta estaba de todas estas peleas, ya que obviamente estas peleas se habían trasladado a mi familia por el hartazgo de mi madre por tantas reuniones y abogados y la meren coche.
Para ese entonces ya estábamos en los últimos días de clases, cerca de diciembre. Las fiestas se aproximaban junto con el verano y las vacaciones, y mi mundo seguía de mal en peor. Todas las materias a diciembre, solo me quedaba media falta, diez amonestaciones... y lo que faltaba.
Al llegar al colegio, mi preceptor me esperaba para hablar conmigo.
— por favor, acompáñeme a rectoría —me dijo.
Solo lo observé un instante y, sin decir palabra, lo acompañé por aquellos hermosos pasillos de gran tamaño. Una vez que llegamos:
—Pase, tome asiento —me indicó.
—¿Qué sucede? —pregunté con intriga.
—Vas a tener que buscarte un nuevo colegio. Aquí no podemos recibirte el año que viene. Ya va a ser la tercera vez que vas a hacer 8º año, y con tus antecedentes no te podemos volver a inscribir. Realmente es una lástima. Yo pensé que podía confiar en vos y te perdoné muchas. Como verás, ya tendríamos que haberte expulsado, pero te tuve compasión y confianza. Sé que no eres mala, pero lamento comunicarte que te rodeas de mala junta... y eso te arruina.
No dije nada. Solo agaché la cabeza y salí de rectoría. Me dirigí a mi curso. Mi día no era de los mejores, pero he tenido peores, de eso estoy segura. Ese día salimos temprano, ya que eran los últimos días de clases. Como siempre, con mis “amigas”, nos dirigimos a nuestro lugar de reunión: un antiguo colegio inaugurado por Eva Perón como escuela hogar. En ese entonces estaba abandonado, ya no funcionaba. Solo lo mantenía gente que lo usaba como espacio para hacer deporte.
Caminamos hacia nuestro sitio con un grupo de cinco o más personas, a hacer lo que mejor sabían hacer: fumar marihuana y tomar lo que fuera. De pronto, no sé cómo ni de dónde, apareció él. Sí, Lisandro. De pronto lo vi, estaba delante de mí.
—Yo sabía que no eras buena persona. Tengo esa facilidad para darme cuenta de cómo es la gente con solo verla... y ya ves, acá estás. Como una perdida, que es lo que eres. Y no me sorprende —me dijo.
No me dio tiempo a defenderme ni nada. Solo dijo eso y se fue trotando, como si verme en esa situación fuera un trofeo para él. Nunca entendí por qué me odiaba tanto. Nunca lo supe. Solo sabía que muy pronto mi mundo más privado quedaría al descubierto por completo... y mi vida se volvería una tortura.
—¿Quién era? —me preguntó Rocío mientras sacaba de su mochila alcohol para pasar el día.
—Nadie... no es nadie —respondí.
—Acá viene Iván —dijo ella.
—Hola, chicas y chicos, ¿cómo están?
—¿Bien... y vos? ¿Trajiste lo que te pedimos? —replicó Leonardo con desesperación.
—Claro, cómo que no —dijo Iván, mientras sacaba del forro de su billetera cigarrillos de marihuana.
En ese momento, mi cabeza se perdió de nuevo pensando en lo que podría decir Lisandro.
—Risita, toma una pitada —me ofreció.
Lo miré... y sin pensarlo más, ya estaba. ¿Qué podía hacer? De todos modos, todos se enterarían. Mi vida caería en un abismo profundo. ¿Por qué no aceptarlo? Tomé una pitada. Quizás me ayudara en mi desesperación.
—Les tengo una sorpresa —dijo Rocío, entusiasmada.
—¿Qué? ¿Qué? —decían todos con emoción.
Sacó de su mochila una pequeña bolsa con un polco color blanco.
—La vamos a tener que dividir, no va a alcanzar.
—Por mí está bien. Gracias, yo no quiero —dije.
Unos cuantos no aceptamos tal acontecimiento, otros pocos sí. De pronto, ya estaban muy pasados de droga y alcohol.
—Quiero más —decía Luis, mientras se limpiaba e inhalaba por la nariz.
—No hay más —respondió Rocío.
—¿Cómo que no? Dale, Iván, vos sos el que nos provee.
—OK. Son doscientos pesos los cien gramos.
—Pero no tengo plata...
—OK, después me la pagas.
Todos terminaron tirados, sonriendo. Quién sabe por qué. La droga lograba milagros, pero solo duraba unos minutos, nada más. Pero lograba sobrellevar su día a día. Yo no era adicta a la marihuana, a diferencia de Luis y Laura, que ya habían sido conquistados por las drogas.
Al volver a casa no dije nada de lo sucedido. Ni una sola palabra. Comimos como todos los días. Luego nos fuimos, como siempre, hacia el barrio. Era lo único que, por un lado, me mantenía con vida… y por otro, me consumía lentamente entre el dolor y la duda. Pensando mucho y nada a la vez ¿Qué estoy haciendo? ¿A dónde voy? Era complicado siendo adolescente poder entender mucho y solo continuaba.