Condena

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Mientras volvía a casa, desde el trabajo, había leído un panfleto inquietante.

Lo había recogido poco antes de subir al tren simplemente porque estaba sobre una pared (por lo tanto no había que agacharse a recogerlo) y porque sus colores vistosos le habían llamado la atención, pero no lo había leído inmediatamente, antes bien se lo había guardado en el bolsillo para leerlo después; el tenia costumbre de hacer esto y su mujer se lo había advertido:

– ¡Algún día vas a tener problemas por levantar papeles de cualquier lado sin saber que dicen! – Incluso había agregado – pueden ser proclamas subversivas. Imagínate que pasaría si te encuentran con ellas en tu poder; ¿Qué dirías? ¿Qué las tomaste del piso de una estación de ferrocarril simplemente por que no tenías otra cosa que hacer? – Pero las mujeres siempre hablan, por lo tanto no le había prestado mucha atención, aunque no podía dejar de aceptar un cierto hilo de razón en lo que decía.

Ese día, luego de tomar el panfleto, que no era más que una hoja de tamaño esquela, tomó el tren como de costumbre y como de costumbre también, se quedó dormido ni bien este salió de la estación para despertarse, también como de costumbre, un par de estaciones antes de su destino. Cuando lo hizo recordó el papel que había tomado y “como no tenia otra cosa que hacer hasta llegar a destino” lo leyó.

Obviamente su semblante debió verse muy alterado luego de la lectura, pues la señora que viajaba a su lado le preguntó si se sentía mal; él se repuso y contesto “que un poco, nada preocupante”, la mujer insistió pero él se levanto, tomo sus cosas y fue al vagón de fumar, allí encendió un cigarrillo y luego de un par de pitadas se sintió más tranquilo y con ánimo de volver a leer.

Tomo nuevamente el papel y lo leyó, pero esta vez leyó algo distinto, ahí estaba tan solo el anuncio de una liquidación de ropa en el Once, él sabia que no era eso lo que había leído un instante antes.

Lo volvió a leer, porque recordaba exactamente que era lo que había hecho que su cara cambiara tanto de expresión que hasta una desconocida lo advirtiera; sin embargo, en aquel papel no había nada de terrorífico, ni siquiera los precios de los supuestos artículos de liquidación, es más, había algunos verdaderamente baratos. En esto estaba pensando cuando llego a la estación en que bajaba, y como se bajó pensando en los precios se olvidó de lo que había pasado antes y no pensó más en ello, antes bien puso de nuevo el papel en su bolsillo para recordar comentar con su esposa lo de aquellas ofertas; pero también de esto se olvidó; era algo muy trivial.

Aquella noche cenó y se acostó temprano, su mujer hizo lo mismo, hacia frio y en la televisión no había nada bueno para ver. Como era viernes y al día siguiente no se madrugaba, se entretuvieron un poco más que de costumbre con los juegos de alcoba, aunque no tanto, pues siempre había sido así los viernes, una sola vez, pero intensa, en eso él era como en todo, muy metódico, ella lo sabia bien y lo aceptaba, después de todo era el hombre que había elegido. Como sea cuando acabaron se quedaron profundamente dormidos, él más que ella.

A una hora indeterminada de la noche escucho un fuerte ruido, como quien golpea insistentemente la puerta.

Se levantó a ver pero no había nadie. Pensó que quizás había estado soñando, sintió sed y fue a la cocina a tomar un vaso de agua, luego fue al baño y ya se iba a la cama de nuevo cuando vio pasar fugazmente su cara por el espejo; le llamo la atención y se volvió para verse mejor.

No pudo evitar un grito de horror al ver la imagen que le devolvió el cristal; entonces recordó perfectamente lo que había leído en el panfleto de las ofertas, antes de que solo fuera posible leer aquellas. Salió entonces corriendo hacia el dormitorio y allí terminó de comprender todo, aunque ya era muy tarde.

Allí en la cama, junto a su esposa estaba él, o mejor dicho el cuerpo que le había pertenecido hasta unos momentos atrás.

Sea quien fuera que lo ocupara ahora, lo estaba mirando a través de sus ojos, con un helado frio de maldad en la mirada, mientras le apuntaba con un 22 corto que solía guardar en la mesa de luz como prevención.

En esos instantes despertó la mujer y grito en cuanto lo vio parado a los pies de la cama, su marido o quien ocupaba el cuerpo de quien lo era, le dijo que se calmara, que no pasaría nada. Ella asustada, se tomo a su brazo, o mejor dicho al brazo del cuerpo de su marido, que no era el suyo. Esa visión le provocó un profundo odio contra el intruso y trato de abalanzarse sobre él para golpearlo, pero este percuto el arma y él cayo desplomado sobre la cama. La mujer sufrió una crisis nerviosa.

Un par de horas después la policía retiraba el infortunado cadáver al tiempo que agradecían al hombre por haber puesto fin a los días de uno de los más peligrosos delincuentes que había logrado escapar esa noche de la prisión mientras era conducido a la cámara de ejecución.

  • ¿Cómo? Si en nuestro país no existe la pena de muerte –
  • A sí, sí, a la cámara de interrogatorio dijimos señora ¿Qué entendió usted? Por favor. –

Ya calmados la mujer le pidió un cigarrillo a su esposo, este le dijo que tenía en el saco, ella los fue a buscar y volvió trayendo una pequeña hojita de papel que leyó mientras iba hacia su esposo; en ella decía: “Por favor lea detenidamente esta esquela, el mensaje en el contenido solo se puede leer la primera vez y su aceptación no tiene reclamo: Solicito cuerpo en “oferta”, quien quiera ceder el suyo solo debe conservar esta hoja al menos 3 horas luego de leer el mensaje. Ofrezco a cambio un pase a mejor vida.”

Una vez que terminó la lectura se sintió muy intrigada y le mostro la hojita a él ¿Qué es esto? Preguntó.

Él miro el papel sin mucho interés y dijo:

– Nada alguna propaganda de alguna oferta que ya no tiene validez –




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