Condenados [saint Seiya]

Capítulo 17 | Vorágine

«Hoy íbamos a traicionar a Athena.»

Las palabras que mi hermana dijo retumbaban una y otra vez en mi mente. Todo había sido tan repentino y, aun así, no habían dudado en hacer lo posible para protegerme.

¿En verdad hacían lo correcto al protegerme?

¿Qué pasaría si en realidad yo fuera una amenaza y tuvieran razón al temerme?

Hacía tan solo unos momentos Camus, Mila y Saga estaban elaborando un plan de emergencia en caso de que tuviéramos que huir—Esta vez sí— del Santuario con unos pocos implicados—Los que iban a irse con nosotros en primer lugar— y Kanon no estaba entre ellos.

Saga mencionó que estaba en algo con la General, así que no podía ser confiable como parte fundamental del plan, sin embargo, era una buena fuente de información que debíamos aprovechar.

Sacudí la cabeza, intentando alejar cualquier tipo de pensamiento referente a este tema y solté un suspiro, dispuesta a olvidarme de todo—Incluso de que mi espalda ahora estaba como si nada—, aunque sea por un momento, y así disfrutar la maravillosa vista frente a mí.

La luna se veía tan luminosa y transparente a la vez, incluso podrías jurar que podías ver a través de ella; el viento era tan suave como una caricia y movía delicadamente las hojas de los arboles que rodeaban el Santuario, ocasionando un equilibrio perfecto en el clima como para hacer que la roca—En la que me encontraba sentada con las piernas abrazadas— se sintiera fresca.

—¿Cómo es que sabes, precisamente, cuando y donde estoy? —Cuestioné al darme cuenta de la presencia que comenzaba a acercarse—. Si lo piensas, suena incluso perturbador.

—Siempre vienes aquí en cualquier momento; estés feliz, estés triste e incluso enojada—Respondió, su voz ronca produjo una sensación electrizante por todo mi cuerpo—. Eres bastante predecible en ese aspecto.

Hice una pequeña mueca antes de soltar un pequeño y casi imperceptible suspiro, mis amatistas viajando hasta la complexión atlética y musculosa del caballero de la octava casa.

—¿Te vas a quedar allí o vas a venir a sentarte?

Una de las comisuras de los labios de Milo se elevó levemente en una ligera sonrisa arrogante.

—¿Ahora sí quieres estar conmigo?

Entorné los ojos.

Sabía que si había algo que no me gustaba tanto de Milo era que solía pretender ser un idiota para no demostrar lo que realmente estaba sintiendo, lo que estaba cruzando por su cabeza. Era muy impulsivo y no dudaba en lanzarse y defender a los suyos, así como que también no se permitía ciertos tipos de arrebatos que le hicieran perder el control.

Arrebatos justo como cuando intentó sacarme del Coliseo sin importarle que se convirtiera en un traidor.

—Creo que no te he dado las gracias—Dije a cambio—. Por intentar salvarme, claro.

Eso lo desconcertó unos segundos, lo noté al ver como su ceño se hundía ligeramente.

También me fijé en que, cuando caminó la distancia que me separaba de él para sentarse a mi lado en la roca, los jeans oscuros se aferraban con cada paso, justamente, a sus fornidas piernas, así como que la camiseta roja abrazaba su torso en los lugares exactos y la cazadora negra de cuero a sus hombros anchos.

¿Cómo la ropa tan mundana podía quedarle de semejante modo?

—Fue una mierda que no pudiese lograrlo—Entreabrí los labios para refutarle, sin embargo, no me lo permitió—. Y sí, sé que no necesitas de nadie para librar tus batallas. Me lo has dejado bastante claro.

Suspiré.

—Todo es una mierda, Milo.

Él asintió.

—Lo sé.

Nos tomamos unos cuantos instantes en absoluto silencio, simplemente observando como la luna parecía más brillante en ocasiones y como todo estaba tan tranquilo que lucía irreal.

—¿Qué crees que suceda mañana?

Cuando sus zafiros colisionaron con mis amatistas, una vorágine de interminables emociones se hizo presente en mi sistema, arrasando con cada pensamiento racional existente y ocasionando una calidez familiar en mi pecho.

Definitivamente y a pesar de todo, Milo de Escorpio seguía teniendo el mismo efecto en mí, aunque no debería.

—Pase lo que pase, lo enfrentaremos. Te lo aseguro.

—¿Por qué no pudimos irnos hace tiempo? Todo hubiese sido más fácil.

Las palabras dejaron mis labios sin que pudiese controlarlas, revelando mis últimos y más íntimos pensamientos.

—Fue mi culpa, Grett—Mencionó—. Si tan solo te hubiese dicho que sí, que nos fuéramos; quizá no estarías en un peligro latente.

—O quizá sí, también lo estaría—Razoné—. Ahora no lo sabremos y tampoco deberíamos mortificarnos por ello.

Noté como las manos de Milo se hicieron puños, sus nudillos tornándose blancos por la presión y sus venas marcándose por encima de sus músculos. Entonces, sin pensármelo mucho, posé una de mis manos sobre la suya, a la vez que notaba como mi toque lo relajaba, así como el calor que emanaba del roce.

—Milo—Llamé, ganándome toda su atención y percatándome de la cercanía entre nosotros—. Voy a besarte.

Justo antes de que él pudiera reaccionar o de que yo me arrepintiera, lo hice.

Lo besé.

 

Y me sorprendí tanto cuando no me correspondió el beso.

🌠🌠🌠

¡Hola! ¿Cómo están? Pregunta rápida: Del 1 al 10 ¿Qué tanto les gusta esta nueva versión?;)

¡¿Qué está pasando, doctor García?! ¡¿Por qué Milo no correspondió el beso?! ¿Tienen teorías?

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