Condenados [saint Seiya]

Capítulo 28 | Aguja Escarlata

—Van a matarme ¿No es así? —Los ojos violáceos se cristalizaron y estaba segura de que el niño contenía sus lágrimas—. Athena dará la orden, como cuando quisieron matarte a ti ¿Verdad? Están viniendo por mí. Puedo sentirlo.

Negué con la cabeza inmediatamente y, aun con el creciente e indefectible dolor, comencé a acercarme a él, sin importarme nada más.

Tenía que ayudarlo.

—No voy a dejar que eso ocurra—Prometí.

Entonces Kiki se aferró a mis piernas mientras dejaba caer sus lágrimas y su pequeño cuerpo temblaba. Su nariz se escuchaba llena de fluidos y sabía de antemano que no podía respirar debido a ello.

Mis brazos lo rodearon para apretarlo a mí y darle consuelo, en eso, sentí mi cosmo elevarse como lo hizo el día en que casi maté a Milo.

Y eso era lo menos que necesitaba.

—¿Qué voy a hacer? —Se cuestionó—. Mi maestro Mu va a odiarme.

—No, Kiki—Respondí—. Eso no va a ocurrir—Ni siquiera estaba segura de ello, pero, entre entregar su cabeza o tomar su lugar, tenía una decisión muy clara—. Voy a sacarte de aquí.

El pelirrojo se separó un poco de mi cuerpo, sus ojos violetas adquiriendo un brillo de esperanza al encontrarse con mis amatistas.

—Pero tú…

—No voy a entregarte, Kiki—Aseguré—. Eres importante para mí y, además, Mel no me perdonará si lo hago.

Sentí un nudo en la garganta, así como también mi estomago se contraía como hace unos momentos y luchaba para no doblarme debido al dolor.

Pero… no dolía, extrañamente, nada lo hacía.

—Grettel—Llamó él, pidiendo mi atención—. Puedo—Balbuceó, limpiando el borde de sus ojos con su dorso—. Yo puedo sentir tu cosmo y es igual al que sentí cuando Tánatos atacó a Seika desde los Campos Elíseos. Nadie más pudo sentirlo, pero yo…

Solté un jadeo con sorpresa.

—¿Qué dices? —Inquirí— ¿Qué puedes sentir mi cosmo aún cuando nadie más lo hace?

Él asintió.

—Es todo gracias a mi telequinesis.

Los cosmos se sentían cada ves más cerca. Y Milo, al ser el más cercano, no tardaría en llegar.

Debía darme prisa.

—Una… Una señora de cabellos dorados me anunció en un sueño que yo iba a salvarte y ayudarte a descubrir quien eres—Relató, su labio inferior tembló ligeramente, después de todo, era solo un niño—. Pero no lo hice. Yo… fallé. Y solo he complicado las cosas.

Algo en mi cabeza hizo clic. Y allí fue cuando lo comprendí todo.

Cada suceso, aunque fuera el más mínimo, me había guiado hasta aquí. Hasta este punto en el que, inevitablemente, tendría que perecer de una u otra manera.

—Arkhes—El nombre de la pitia dejó mis labios sin meditarlo—. ¿Fue ella? ¿Cómo era? ¿Pudiste verla? ¿Tenía ojos ocres, sonrisa torcida y un largo vestido blanco?

Kiki no dudó en asentir.

—Te llamó Macaria—Informó. Recordé que ella me había nombrado así varias veces, pero nunca supe a que se debía—. Y yo investigué un poco, Grett. Descubrí que Macaria es una diosa. La de la muerte, lo que eso la convierte en la…

Pero no dejé que dijera nada más. No quería creer en todo lo que estaba diciendo, aún cuando algo en mí sabía que era así.

—Yo no puedo ser una diosa, Kiki—Refuté—. Es absurdo—Sacudí la cabeza, tratando de alejar todos los pensamientos que se arremolinaban en mi mente—. Da igual, tengo que sacarte de aquí.

Cuando extendí las palmas, dispuesta a enviar a Kiki al lugar más recóndito del mundo para después ir por él, sus pequeñas manos tomaron mis muñecas, deteniéndome.

—Estoy seguro de que no solo eres tú, Grett—Anunció—. El cosmo de Mel, Gaby, el de todas es extraño. Incluyendo el de la hija del Patriarca. El Santuario no se destruyó gracias a ella y, ahora que está aquí, los temblores han parado.

Tenía razón.

Arkhes siempre supo todo, lo que era más que obvio. Y es por ello que buscó la manera de intervenir, aún siendo solo una guardiana del Oráculo. Movió sus piezas en el tiempo y posición exactos para que este momento llegara y, si lo que decía Kiki era real, yo era…

Mierda.

Mila era el Oráculo de Delfos.

Kathie parecía ser Athena.

Según Kiki, yo era Macaria.

¿Quiénes eran realmente las demás chicas?

—Voy a sacarte de aquí, Kiki—Fue lo único que dije mientras caminaba hasta mi cama y me inclinaba a buscar algo debajo de ella—. Y lo voy a solucionar todo, te lo aseguro. Nadie irá detrás de ti, ni siquiera sabrán que estuviste aquí, después de todo, ni siquiera Milo fue capaz de percibir tu cosmo aquí, dentro del Templo.

Eso lo sorprendió bastante, tanto, que abrió demasiado los ojos. Como si no supiera porque eso era posible.

Sin embargo, no se comparaba a como lo hizo cuando vio el objeto plateado que tenía en manos.

—Vas a…

Pero no pudo terminar la oración, porque yo había pasado el filo de la daga en una de mis palmas, mi sangre manchando las baldosas marmoleadas del Templo. Cuando dejé caer la daga al suelo, esta hizo un sonido metálico mientras yo esperaba que la suficiente sangre saliera antes de lanzársela a su brazalete dorado que siempre tenía.

—Vas a vivir por mucho tiempo, Kiki—Aseguré, mi cosmo ardiendo al máximo a la vez que sentía a los demás aproximarse—. Si realmente soy Macaria, la diosa de la muerte e hija de Hades, el dios del Inframundo y principal enemigo de Athena. Tú, Kiki, vas a vivir. Mi sangre debe de servirte para ello.

—¡Milo! —Chilló él de pronto— ¿Qué será de Milo? Cuando se enteren, irán tras él sin importarle si lo sabía o no. Pensarán que es un traidor.

Por más raro e inusual que parezca, después de que Kiki dijera esas palabras, la roca que él mismo me había dado cayó a nuestros pies.

—¿Crees que funcione? —Le pregunté, mirando la roca como única esperanza.

El Yamiriano se encogió de hombros. Y yo solo sentía como algo comenzaba a apoderarse de mí, eliminando los indefectibles dolores que hasta hace unos momentos me herían.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.