Condenados [saint Seiya]

Capítulo 30 | Condenados

Milo de Escorpio 

El caballero de la octava casa se percató de un pequeño detalle que había pasado por alto cuando encontró a su chica yaciendo en sobre las baldosas.

Y ahora la caja de Pandora estaba subiendo desde el suelo a la altura de una de sus manos.

—¿Esa es...? —Musitó Aioria, con sorpresa.

Pero no pudo terminar la frase, su asombro era tal que no parecía creer lo que veía.

Como todos allí.

—La maldita Caja de Pandora—Completó Kanon—. La tenías todo este tiempo.

No fue una pregunta, fue una afirmación y Grettel ni siquiera desvió su mirada al gemelo menor, como si no mereciera su atención. Su entrecejo estaba recto como muy pocas veces, sus ojos carentes de emociones y sus labios fruncidos en una línea.

—Debí saberlo—Esa fue la voz del Patriarca—. Siempre fuiste una amenaza.

Cuando ella elevó una de sus comisuras con sorna mientras miraba al antiguo caballero de Aries, nadie pudo aguantar todos los sentimientos negativos que se arremolinaban en su interior y solo lo dejaron fluir.

El repudio, la ira y el desconcierto se apoderaron de cada mirada que iba dirigida a ella. No sabían cómo había pasado, todo ocurrió demasiado rápido.

Sin embargo, no era la principal causa de su enojo. Lo era el que hubiese ocurrido frente a sus narices, en su Santuario y entre su orden.

O eso era lo que presentía Milo al observar como el Patriarca la miraba.

—¿Qué has hecho? —Reprochó Camus, sus ojos gélidos la miraban como si no lo pudiera asimilar— ¿Cómo se te ocurrió?

Pero Grettel ni siquiera le respondió a quien, se suponía, era su hermano.

Aioria desvió sus ojos esmeraldas a lo lejos del templo, como si presintiera que algo estaba por ocurrir, antes de musitar:

—Nos ha condenado a todos.

Y era verdad, aunque no quisiese aceptarlo.

La chica frente a ellos era quien los estaba debilitando poco a poco mientras los espectros y marinas comenzaban a invadir el Santuario.

Gaby la miraba con desesperación en sus ojos verdes. Era como si quisiera que alguien le dijera que todo era una broma.

Realmente Milo quería que fuera así.

—¿Qué hiciste? —Le preguntó, sin embargo, su voz sonó carente de firmeza, era más una súplica para que respondiera.

—Grettel—Le llamó Mel, con cautela. A pesar de que realmente se notaba cansada.

Y, cuando la chica de cabellos castaños quiso acercarse a ella, salió despedida por los aires, golpeando su espalda estrepitosamente con una de las columnas marmoleadas.

¿Grettel había dañado a Melek?

Todo esto era demasiado para el Escorpión. No le gustaba ver a su chica en ese estado.

Esa pelirroja frente a él no era su Grettel.

Estaba seguro.

— ¡Todo esto es tú culpa! —Le gritó Mu con ira, algo impropio de él; sin embargo, era comprensible. Había dañado a su hija—. Eres la causante de todo este caos.

Entonces, fue a verificar que Mel estuviera bien. Y Aioria no dudó en seguirlo.

—Nadie más que tú tiene la culpa.

Le sorprendió que Aria de Reloj la culpara ¿Qué no eran amigas?

No. Esa chica de cabellos rosas no lucía como lo hacía la discípula de Afrodita hasta hace unos instantes. Incluso su cosmo se había incrementado.

La mirada de carmesí de Grettel se desvió a la rosa de Aria y quizá pudo reconocer algo en ella que a Milo le dio un poco de esperanza.

—Tú eres la única responsable—La culpó la propia Mila, no obstante, su frase siguiente estaba cargada de desesperación— ¿Por qué lo hiciste, Grett?

Milo también quería saber la respuesta a ello.

—Déjenla—Punteó la General Kath y todos desviaron su mirada a ella—. Tenemos que arreglar esto.

Después de todo este tiempo sin hablar, la carcajada de la chica resonó entre las cuatro paredes mientras miraba con burla a la otra pelirroja.

—¿En serio crees que puedes arreglar algo, Athena? —Se mofó—. Solo basta de un chasquido de mis dedos para matar a toda tu orden.

En eso, Milo trató de encontrar su mirada. Y lo logró. Pero en ella ya no pudo ver el brillo que siempre había tenido la chica al verlo.

—No te atreverías—Siseó Shion, comenzando a elevar su cosmo dispuesto a atacar—. No tienes el poder para hacer ello.

De nuevo, una de sus comisuras se elevó con suficiencia.

—¿Con quien crees que hablas, humano? —Le espetó—. Soy Macaria, diosa de los Muertos e hija de Hades. ¿En verdad crees que puedes hacer algo contra mí?

—No lo hagas—Escuchó murmurar a Mila a la vez que su cuerpo comenzaba a temblar y caía de rodillas al suelo.

Saga no tardó ni un segundo en atraparla para evitar que se hiciera daño.

—Athena—Con esa simple palabra, el Patriarca le estaba pidiendo autorización a su hija para proceder.

Y Kathie no dudó en dársela, por lo que se lanzó a la par de Kanon y Mu en busca de dañarla.

—¡No! —Gritó Milo sin siquiera pensarlo—. ¡No van a atacarla!

Pero cuando el caballero de Escorpio quiso interponerse entre los tres dorados y la chica, Camus también lo hizo.

—Diosa o no, es mi hermana—Musitó el de ojos aguamarina—. Y no voy a permitir que nadie la dañe.

Grettel soltó una risa.

—¿En serio crees que el alma de esa chica sigue viviendo en este cuerpo? —Inquirió son sarcasmo—. Que iluso eres, caballero de Acuario.

Entonces, con un pequeño movimiento de una de sus manos, tanto él como Camus y los demás dorados fueron despedidos por los aires hasta golpearse con las paredes y columnas, destruyéndolas a su paso.

Incluso Mel, Gaby, Aria y Kathie se desplomaron ante la onda de energía que emanó de ella. Las dos primeras retorciéndose de dolor como había presenciado que lo hacía la chica antes de enviarlo a la Cámara del Patriarca.

¿Acaso era posible qué...?

En eso, Milo pudo sentir los cosmos de los tres jueces de Inframundo justo a la entrada del Templo de Acuario, junto al de alguien tan poderoso que no pudo descifrar. También las marinas de Poseidón estaban llegando y no sabía porque se habían unido a la invasión del Santuario.




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