Conduce mi dolor

39. Esperar

Raven

Dentro de los hospital el tiempo se hace infinito, el dolor de cabeza se hace nefasto y las ganas de salir corriendo son grandes.

Recibo el café que Tara me entrega, ella se sienta a lado de Zacarias y se recuesta sobre su pecho, este le pasa la mano por la espalda de manera consoladora.

Desvío mi mirada de ellos y me concentro en la pared blanca.

Mis tíos vinieron hace unas horas por Ian, él no quería irse, pero estos lugares no son para un niño de doce años.

Hace rato también hablé con Nicolás me informó que Isaac ya se encuentra en mejor estado, que solo le cocieron la cabeza por el golpe, pero todo está bien con él. Saber eso me tranquiliza un poco. Me dijeron que en cualquier momento vendrían aquí.

Sigo viendo la pared sin ganas de mirar hacia otro lado, le doy un sorbo al café.

Dos caras conocidas aparecen de repente en la entrada, no hago ni el esfuerzo por mirarlos o pararme a decirles lo que está sucediendo, la que se levanta es Tara y es la que les informa a los padrinos de Tharir que ha sucedido.

No me inmuto cuando el hombre con traje, Owen, me toma de la playera llena de sangre y empieza a sacudirme, ni siquiera me atrevo a mirarlo, decirle algo o apartarlo de mí. Sigo viendo la pared. El café cae de mis manos hacia el piso. Escucho las palabras de alguien que pide a gritos que paremos, solo que para mí es todo un zumbido, uno largo que no se desaparecerá por mucho tiempo.

Finalmente caigo al piso con un puñetazo en mi rostro, me reincorporo y me limpio la sangre de la nariz. Me quedo sentado en el suelo hasta que alguien me ayuda a levantarme y me sienta de nuevo en la silla limpiándome la sangre, mi mirada sigue en la pared. Sigo escuchando ciertas voces a mi alrededor, a ninguna le prestó atención.

Culpa, culpa, culpa.

***

Me siento sobre la banqueta con una cerveza que compré hace unos minutos, a mi lado se sienta Nicolás y suelta humo de su cigarrillo. Ninguno dice nada, cada uno ve la noche.

Le doy un trago a mi cerveza grande.

—¿Que hacemos acá? —Pregunto. Honestamente ya ni recuerdo porque estoy afuera del hospital.

Nicolás ríe.

—Creo ... creo que te sacaron del hospital.

Suelto una carcajada demasiado psicótica para ser real. Doy otro sorbo a mi cerveza.

—Si, si, ya recordé — me desplomó sobre la banqueta sin importarme que la gente pasé o no—. Pura mierda, ¿no crees?

—¡Pura mierda! —Exclama.

Miro de nuevo hacia la noche, la brisa del aire está fría y mi chaqueta quien sabe en donde quedo. Bebo la cerveza de nuevo.

—¿Que sigues haciendo aquí? ¿Por qué no te vas? —Me giro para ver a Nicolás que se encoge de hombros—. Sus padrinos y los doctores té corrieron — me recuerda—. Porque mejor no te vas a tu casa.

—Porque mejor no te callas.

Nicolás voltea los ojos.

Yo tomé una bocanada de aire.

—No me iré de aquí, no me iré — dejo en claro. Nada me moverá de aquí, tal vez ya me corrieron del hospital, pero no pueden correrme de la calle.

El silencio nos vuelve a inundar, veo hacia la luna que hoy brilla o que se yo. De todas formas, pura mierda y más mierda.

De repente empiezo a hablar solo, probablemente ya perdí hasta mi maldita cordura.

—Yo lo causé, yo no debí llevarla. ¡No debí de hacerlo maldita sea! Pero soy Raven Dumas, el que nunca piensa y hace todo lo que se le dé la puta gana — bebo mi cerveza de nuevo—. Ella me dijo que no la llevara y que hice ... La lleve. Siempre cagandola.

Nicolás me acompaña en mi risa psicópata.

—Cagarla es parte de la vida — me dice—. Si no la cagas entonces no hay vida.

Me quedo en silencio. Un jodido silencio que solo me carcome por dentro.

Silencio, silencio, silencio.

¡Puto silencio!

Cierro los ojos y su rostro aparece de nuevo, su cabello negro largo y lacio, su piel dorada, sus ojos negros, sus pecas. Siento de repente mis ojos húmedos, me limpió las lágrimas con brusquedad. Tomó una bocanada de aire.

—La amo, Nico — sincero, bajo la voz—. Amo a la persona que más odie en este mundo y no me arrepentiré de hacerlo. Por eso necesito que se ponga bien porque la necesito ... a mi lado.

Nicolás me mira con cierta cautela, pero a la vez es de orgullo como si no creyera que su amigo ha evolucionado.

—Se pondrá bien — su voz suena con cierta seguridad que quiero creer, de verdad quiero hacerlo—. Pecas es fuerte y saldrá adelante. Esa sobredosis no la detendrá.

Creeré en su confianza porque en estos momentos la necesito más que a nada.

Doy el último sorbo a mi cerveza, me vuelvo a sentar sobre la banqueta, viendo los carros estacionados, escucho los sonidos de varias sirenas de ambulancias. Odio ese sonido con toda el alma. Estoy jodido. Me siento un idiota, soy un idiota. Como odio todo esto.




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