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Capítulo 1: El extraño salvador.

Era un día apagado, las nubes negras en el cielo amenazaban con una cercana lluvia y el viento soplaba con particular fuerza, una tormenta se aproximaba, a la vuelta de la esquina.  Él sabía perfectamente que no era una buena idea salir del refugio, Charlotte no dudó en expresar su preocupación por su accionar antes de irse. Pero era necesario, hace días que se habían quedado sin comida y no sabían con certeza cuánto duraría este mal tiempo. Debían estar preparados para todo.

Se encontraba buscando comida en un viejo almacén, cuando escuchó los rugidos cercanos, no eran totalmente humanos, tampoco totalmente animal. Se apresuró a guardar el botín en su mochila, y corrió a la salida con prisa. En el rifle que cargaba con tanto recelo contra su pecho solo quedaban dos balas. Insuficientes ante aquellas criaturas.

Recorrió las calles de la derruida ciudad, destruida por los estragos del pasado y el tiempo, culpa de la humanidad tanto como de aquellas cosas. Maldijo su suerte cuando la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre él, empapándolo casi de inmediato. Debía buscar un refugio pronto.

Divisó un cobertizo, quizás podría pasar la noche ahí, mañana pensaría en cómo salir a la ciudad y volver con Charlotte. Volvió a oír los rugidos, esta vez más lejanos, pero aun merodeando la ciudad desolada. Eso lo relajó… un grave error.

No todas las criaturas eran ruidosas, existía un tipo de ellas que eran silenciosas y letales, acechando en la oscuridad, con sus ojos dorados a la espera de localizar a su presa.

Escuchó el inhumano rugido a sus espaldas, proveniente de aquel callejón. Volteó, encontrándose frente a frente, con aquella criatura monstruosa. Tenía una apariencia humanoide, aunque poco quedaba ya de su forma humana original. Media dos metros y medio, el más grande que había visto hasta ahora, de cuerpo esbelto, envuelto con una fina capa de sustancia amarillenta y pegajosa. Sus garras filosas se extendieron lentamente en el pavimento, caminando en cuatro patas en su dirección. Sus mortíferos colmillos a la espera de desgarrar su carne. Iba a ser su cena si no hacia algo al respecto.

Levantó el rifle, no se iría sin dar pelea, ya había vivido demasiado para darse por vencido. Un fuerte sonido cortó el ambiente. Un disparo. Pero no era suyo.

¿Qué estaba sucediendo?

La criatura emitió un aullido herido, cubriendo su delgada cabeza mientras se retorcía. El disparo había impactado en una de sus orejas, aturdiéndolo casi por completo.

Entonces lo vio, una mancha negra veloz pasar a su lado, saltando encima de la criatura. Fue algo rápido, un chillido agónico y la bestia cayó al suelo. El extraño desatoró la cuchilla de la cabeza de la criatura, emitiendo un sonido viscoso, el filo del arma cubierta de sangre amarillenta.

Dos perlas grises lo observaron con fiereza, para luego convertirse en una laguna en calma.

— Debemos apresurarnos a salir de aquí. Les encanta cazar en noches así— Expuso con rapidez el desconocido, vestido con una capucha y una pañoleta que cubría el resto de su rostro.

El rubio asintió, y siguió al sujeto sin hacer preguntas. Le había salvado de una muerte segura, era suficiente para confiar un par de horas.

El tipo parecía saber lo que hacía, se desviaron por varios callejones, evitando las calles principales. Hasta ese punto la tormenta no hacía más que empeorar, rayos comenzaban a iluminar el cielo, y la lluvia caía inclemente, inundando las solitarias calles de la ciudad.

Para su suerte, no se toparon con ningún otro impedimento en el camino. Llegando a salvo a su destino, una vieja y pequeña casa, de pintura desgastada y ventanas rotas, pero aun en pie. El sujeto saltó sobre la reja para entrar al descuidado patio, donde la maleza se había adueñado de pobres esculturas rotas y desaliñadas.

Lo imitó, saltando con facilidad los barrotes. El extraño abrió la puerta del lugar y le hizo señas para entrar. Dentro los recibió un ambiente mucho más cálido que el exterior, pero no lo suficiente para alejar el frío que sentía en ese momento.

— Será mejor que te quites esa ropa húmeda, antes de que contraigas una pulmonía— Le dijo su salvador, mientras se deshacía de su propia capucha y pañoleta.

Se sorprendió con lo que vio. No era el sujeto que esperaba que fuera, sino que era solo un muchacho menudo. Parpadeó, aturdido.

De rostro pacífico, contextura delgada, piel pálida y oscuros cabellos negros. Su salvador se alejaba de la imagen del tipo duro que había asesinado a aquella criatura sin dudar. Incluso era más bajo que él y parecía más débil, aunque eso último estaba en duda.

— Soy Juxta— Él le extendió la mano— ¿Puedes hablar? — Agregó ladeando la cabeza, al ver que él no respondía.

Se demoró en contestar aún absorto en la sorpresa.

—  Sí, puedo. Disculpa, soy Ryan. Gracias por lo de antes— Aceptó el gesto.

— No hay de que— Él le quitó importancia— Deshazte de esa ropa mojada. En esas cajas encontrarás algunas prendas— Apuntó, para luego ir a la sala principal y comenzar a encender una fogata.

Ryan lo observó irse, Juxta parecía una buena persona. Luego observó el resto del lugar, había muchas cajas amontonadas por todas partes, reconoció los logotipos de algunas compañías antiguas de alimentos. También divisó algunas armas y munición suficiente para comenzar una guerra territorial de una semana al menos.

Eran demasiadas cosas para un solo chico, aunque no había señal de otros aparte de ellos dos, era muy posible que Juxta perteneciera a un grupo, tras la cantidad de suministros. Frunció el ceño, al no agradarle esa idea. Tenía malas experiencias con estos últimos.

Fuera, la tormenta caía con furia, se prometió a sí mismo que se iría cuando ésta terminará. Con esos pensamientos se acercó a la caja, para encontrar algo de su talla y cambiar sus ropas húmedas por unas más secas.




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