Conectados

Capítulo 2: Una noche de locura.

Gruñidos, caricias, jadeos, besos cargados de pasión… ¿Cómo terminaron así?

Lo que comenzó con una inocente declaración, solo un trago, se había torcido. Un vaso, dos, tres, pronto dejó de contar. Conversaciones sin sentido, risas, todo comenzó poco a poco a distorsionarse. 

Los ojos grises del chico eran atrayentes y misteriosos. Él le devolvió la mirada, sus mejillas se hallaban teñidas de rojo por el alcohol, pero aun así parecía más sobrio que él, más consciente. Entonces le sonrió suavemente, y esa sonrisa fue suficiente para caer a sus pies. Todo es borroso después de aquello.

Movimientos lentos, dos cuerpos en fricción. Ryan abrazó el delgado cuerpo del chico, tembloroso, sintiendo su calor. Había olvidado aquella sensación hace mucho, sentir el pulso y el aliento de un compañero, y ahora su cuerpo, sus sentidos, se regocijaban de tenerlo de vuelta.

Buscó sus labios para fundirse en un candente beso, perdiéndose en la sensación. Se sentía bien, se sentía correcto, solo ellos dos cediendo ante el deseo, mentes nubladas por el alcohol, cuerpos necesitados de calor, mientras fuera, la tormenta arrasaba la ciudad.  El viento se golpeaba con fuerza contra las ventanas, tratando de opacar en vano los gemidos de aquella habitación.

 

A la mañana siguiente. Sus ojos azules se abrieron con pereza cuando el sol golpeó su rostro, colado por una de las rendijas de las tapiadas ventanas. La tormenta había quedado atrás, pasada la medianoche. La fogata ya no era más que cenizas consumidas hace unas horas.

¿Dónde estaba? Llevó ambas manos a su rostro, tratando de quitarse el estupor de la mañana. Su cabello rubio estaba despeinado y su rostro era el típico de alguien recién despertando. Cierto, se había refugiado en aquella pequeña casa la noche anterior, siguiendo a su extraño salvador, que terminó siendo un misterioso chico de cabellos negros y ojos grises, atrayente a su forma. 

Él era extraño, pero muy agradable a la vez. Le había dado ropa nueva y luego ellos… habían bebido juntos, hasta perderse el uno al otro, en un remolino de deseo desenfrenado. Se avergonzó un poco al pensar esto último.

Se incorporó algo adolorido, a pesar de que Juxta le había prestado unas cobijas para dormir mejor, el suelo seguía siendo duro y frío, y su espalda había sufrido las consecuencias de aquello. 

Juxta… buscó al extraño chico con la mirada, con el cual había compartido más que una íntima noche, pero se encontró solo en la habitación, sin rastro de él. Entonces cayó en cuenta de lo que sucedía. Sería mejor levantarse del todo y buscar sus cosas, estaba claro que había sido algo de una sola noche. El chico parecía tener asuntos más importantes que resolver, y él debía volver con Charlotte, su hermana menor. 

— Buen día — Una voz lo sobresaltó, levantó su mirada encontrándose con aquellas perlas grises. Juxta, ya vestido, le extendió una taza con lo que supuso era café.

— Gracias— Aceptó la taza sin pensarlo— Pensé que te habías ido— Confesó. 

— Esta es mi guarida secreta, no me iré sin asegurarme de que quede segura— El pelinegro susurró.

— Entiendo, quieres que me vaya— Ryan comentó sin ofenderse, parecía lo correcto después de todo, él lo había salvado de aquel Acechador y lo había acogido en su hogar, no podía seguir aprovechándose de la situación. 

— No, no dije eso— Él corrigió calmado— Puedes quedarte el tiempo que quieras, pero debo enseñarte las trampas primero. Son… peligrosas.

— Aún no lo entiendo ¿Por qué me ayudas?

Ryan no podía comprenderlo, cómo alguien podía ser tan amable con un extraño en ese nuevo mundo. Apenas se conocían, y él podría saquear todo el lugar si se lo proponía. Lo había hecho antes, siempre por necesidad claro, pero les había quitado a otros para sobrevivir. Aunque esto último no parecía correcto. Juxta lo había salvado después de todo. 

El chico no contestó la pregunta. Solo se sentó a su lado. Parecía ser algo habitual en él, evadir preguntas, parecía experto. 

— Deberías vestirte o pescarás un resfriado— Comentó llegado un momento, observándolo de reojo.

El chico de cabellos rubios se avergonzó de inmediato, había olvidado su desnudes. Se cubrió con las mantas restantes, algo abochornado.

— Claro, solo déjame, solo…— Comenzó a buscar su ropa.

Juxta lo ayudó a encontrar sus pantalones de forma tranquila. Después de todo, no había nada que no hubiera visto la noche anterior.

 Posteriormente se enfrascaron en una conversación.

— ¿Entonces tienes un campamento a las afueras de la ciudad? — Ryan preguntó, habían vuelto a reavivar las llamas de la fogata. Y se encontraba comiendo una barra de cereal, que el otro chico amablemente le había extendido.

Él asintió, confirmando sus sospechas. 

— Bajo a la ciudad por recursos para ellos, sin llamar demasiado la atención. Pero no siempre puedo cargar todo lo que encuentro.

— Entonces, esta es como tu casa de seguridad— Ryan concedió. 

Él volvió a asentir.

— Si quieres podría llevarte…— Juxta susurró— La mayoría son tan solo niños, serías bien recibido.

— Lo siento, pero no puedo.

Él ladeó la cabeza sin comprender su inmediato rechazo.

— Tengo una hermana, su nombre es Charlotte, me está esperando en este momento. No puedo solo irme de aquí— Explicó ante la confusión del pelinegro— Además hemos tenido malas experiencias con los grupos, sin ofender.

— Está bien— Juxta aceptó levantándose, no era de los que insistían— Puedes tomar lo que desees de este lugar. Te enseñaré la ubicación de las trampas. Los acechadores están cada vez más inquietos. Pueden considerarlo un refugio, tú y tu hermana— Ofreció.

Ryan sonrió, el chico era demasiado amable. Una cualidad que creía perdida en este mundo.

— Encontraré la forma de retribuirte, lo prometo.

— No es necesario.




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