Conectados

Capítulo 3: Una vida relativamente normal.

Todo es nebuloso, una voz distorsionada susurra mientras las agujas entran en su piel, duele… ¿Por qué le hacen esto? 

 

El ruido de los niños jugando fuera terminaron por despertarlo. Abrió sus párpados, mostrando al fin sus ojos grises adormilados. Se sentó en la cama con cuidado para no despertar a su compañero. Por la cantidad de luz que entraba por las descoloridas cortinas de su habitación, supuso que ya se le había hecho tarde para muchas de sus tareas diarias.

Se levantó y se vistió, estaba terminando de abotonar su camisa cuando un peso en su hombro lo distrajo. Era Leo quien depositaba un beso en su cuello expuesto, de forma cariñosa. 

— ¿Qué hora es? — Preguntó adormilado el chico de cabellos castaños.

— No lo sé, pero ya es tarde— Contestó el pelinegro con calma, alejándose de él— Vístete, ya se nos hizo tarde para el desayuno— Ordenó. 

— Tan cálido como siempre— El chico suspiró cuando Juxta salió de la habitación sin mediar más palabras. 

Su relación siempre había sido solo física, eran amigos, sin embargo, saciar sus deseos primarios entre ellos se había hecho una constante, pero el chico podía sentir como desde hace unos meses su relación ya no era la misma, el pelinegro se encontraba distante, más de lo usual, y eso lo preocupaba.

Por otro lado, Juxta comenzó sus labores matutinas en el campamento. La más importante consistía en comprobar la integridad de las murallas externas y consultar por los inconvenientes que podría haber tenido o no el turno de vigilancia de aquella noche.

Fue interceptado por un grupo de tres niños en el camino. Noah, Lizzy y Anna. 

— ¡Juxta! Al fin despiertas, Alicia dice que ya va a servir el desayuno— Lizzy comentó.

— Te lo vas a perder— Apoyó Noah.

Él asintió.

— Díganle a Alicia que pronto iré. Debo ver cómo están Adam y Steve.

— Ok, ten cuidado, te esperamos en el comedor— Anna apresuró el paso llevándose a los demás a dicho lugar.

Juxta observó a los niños irse, eran los menores de la comunidad, tenían entre once y doce años respectivamente. Aun así, eran bastante listos y autosuficientes.

Subió las escaleras del puesto de control, encontrándose con los dos chicos que se habían ofrecido a hacer guardia esa noche. Tenían aproximadamente quince años y ambos se encontraban mirando en ese momento en dirección a los muros, mientras sostenían la mano del otro. Los rifles estaban recargados contra las tablas, cerca, por si necesitaban recurrir a ellos. 

El chico no dijo nada al respecto y espero a que ellos se dieran cuenta de su presencia.

— ¡Jefe! — Steve fue el primero en darse cuenta, unos minutos después, dado el sigilo natural del muchacho.

Separaron sus manos. Avergonzados.

— ¿Alguna novedad? — Preguntó este con calma.

— Ninguna— Esta vez fue Adam el que habló, era el más sereno de los dos. 

— Fue una noche bastante tranquila, no divisamos a ningún Acechador. Al parecer su idea de colocar los cuerpos en lugares estratégicos los terminó alejando.

— La idea fue de Leo. Si a alguien deben agradecer es a él— Juxta corrigió sin malicia— Su turno está por terminar, alguien vendrá a relevarlos en unos minutos, bajen y coman algo. Tienen el día libre.

— Gracias, jefe— Steve sonrió.

Juxta se preguntó si debía corregirlo por décima vez sobre la forma en que se dirigía a él, pero desistió al saber que sería poco fructífero.

El comedor estaba lleno a esa hora de la mañana. La comunidad había crecido mucho estos últimos meses, eran un total de veinte sobrevivientes, pronto los muros se sentirían pequeños, no pudo evitar pensar el chico. Tendrían que comenzar a expandirse y fortificar dentro de poco. 

La gran mayoría de los miembros de la comunidad eran apenas unos niños, entre once y dieciséis. Juxta y Leo eran los mayores, 19 y 22 años respectivamente, por lo que estaban a cargo.

Leo ya se encontraba en el comedor, riendo con un grupo de niños, parecía contarles una historia con unos servicios de plástico como personajes. El chico sonrió un poco al ver la escena, para luego dirigirse donde Alicia, la muchacha encargada de las comidas y los suministros.

Alicia era una chica de cabellos oscuros, de apariencia muy bonita, aunque su rostro no era más que una mera distracción de su carácter fuerte y exigente. 

— Llegas tarde— Regañó apenas le entregó la bandeja con su desayuno. Un pan con queso, y un vaso de leche, cortesía de los animales que habían podido rescatar de una granja abandonada hace unos meses atrás. Los cuales estaban en buenas condiciones. 

— Me quedé dormido— Juxta se encogió de hombros y recibió sus alimentos.

— Ya, y anoche vi a Leo colarse en tu habitación, otra vez. Si no quieres tener una relación con él deberías rechazarle apropiadamente— Le apuntó y acusó con un tenedor en su mano.

— Es solo calor. Él sabe lo que esto amerita— Contestó monótono.

No le agradaba que los demás se metieran en sus asuntos personales, pero Alicia, a pesar de su carácter del mil demonios, era su amiga, así que se lo permitía en cierto grado.

— Mm… mira es solo un consejo, puedes tomarlo o dejarlo. Pero creo que deberías decirle sobre el otro chico— Alicia susurró, ya estaba al tanto de todo.

— No lo he visto en tres meses— Juxta se excusó. 

— Sabes a lo que me refiero, deberías hablarlo con Leonardo… y hablando del diablo— La pelinegra bufó al verlo acercarse. 

— ¿Qué tanto parlotean ustedes dos? Están retrasando la fila— Leo reprochó al llegar.

— Solo le decía a nuestro jefe que necesitamos más suministros en la cocina. Con porciones reducidas tendremos para dos meses, pero siempre hay que cuidar los recursos— Les recordó. 

— Bien. Saldremos después de comer ¿Vienes, Jux?

— Yo…

— ¿Por qué siempre insistes en robarnos a nuestro jefe?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.