La mañana siguiente fue agradable, o eso pensó Juxta, cuando despertó entre aquellas cálidas mantas. Frotó sus párpados. Lo primero que notó fue que Leo no estaba a su lado, y que se oían voces provenientes del primer piso.
¿Cuánto había dormido? Fuera, el sol ya brillaba con todo su esplendor.
Trató de levantarse, pero una punzada de dolor le hizo desistir, entrecerró sus ojos, antes de levantar cuidadosamente su camisa. Las marcas de las garras de aquella criatura aún seguían presentes. Mierda.
¿Cuánto tardarían en sanar?
Pensó en lo histérico y preocupado que se pondría Leo, tan solo si las hubiera notado la noche anterior. Los demás solo se horrorizarían. Por suerte no había sangrado, por lo que no había llamado la atención.
Tendría que mantener su herida en secreto por un tiempo.
Posteriormente, Juxta averiguó al bajar las escaleras, que las voces provenían de una animada conversación, entre Leonardo y los dos hermanos.
— En este momento somos un grupo de veinte personas, incluyendo a Juxta y a mí. Somos los mayores, por lo tanto, los que estamos a cargo— Leo explicaba de forma animada.
Parecía empeñado en sumarlos como miembros del campamento. Siempre estaba reclutando gente para ayudar.
— ¿Los demás son solo niños entonces? — Charlotte susurró.
— Así es. Pero no los subestimen. A pesar de ser niños ya todos saben manejar armas a la perfección, y mucho antes de encontrar el campamento, ya se valían bien por sí mismos. Ya sea por haber sido abandonados o por la muerte de sus padres. Aprendieron a sobrevivir en este mundo. Y ahora viven en armonía en una comunidad que ellos mismos han ayudado a fundar.
Había rastros de orgullo en esas palabras, Leonardo siempre había pensado en el campamento como una gran familia, que se apoyaba mutuamente.
— Niños, Ryan, niños…— Charlotte le dijo a su hermano ¿Emocionada?
Habían pasado años desde que la chica no veía niños. Los niños eran la representación de la inocencia, algo difícil de ver en ese nuevo mundo.
— Serían un gran aditivo para la comunidad. Además, tendrían un techo seguro donde dormir y jamás pasarían hambre. Lo único que pedimos a cambio es que nos ayuden en las tareas diarias.
Ryan observó la taza en su mano, solo un té insípido, era todo lo que podían ofrecer en ese momento. Sin comida, y con los Acechadores a la espera de un descuido cada noche. Quizás era tiempo de considerar nuevos horizontes y dejar de lado su recelo por los grupos.
— Nosotros…— Habló, haciendo una pausa cuando divisó el cabello oscuro y aquellos ojos grises a los pies de la escalera.
Juxta lo observaba, parecía expectante a su respuesta. Recordó sus notas y las mochilas con suministros que preparaba el pelinegro para ellos, confiaba en él. Pero, el chico frente a ellos era desconocido ¿Podía confiar en él de la misma forma que lo hacía con Juxta?
Luego miró a su hermana a su lado, parecía animada ante la idea. Charlotte… no siempre podría protegerla. Quizás era hora de un cambio.
— Nosotros hemos tenido malas experiencias con grupos anteriormente— Admitió— Pero, somos conscientes de lo vulnerables que somos en este momento, sin comida y con esas cosas acechando en cada rincón…— Soltó un suspiro— Está bien— Aceptó por fin.
— No se arrepentirán créanme— Leonardo sonrió. Habían conseguido dos pares de manos extras para ayudar.
Juxta se acercó al grupo.
— Mientras se alistan, deberíamos ir por las mochilas y por la camioneta— Habló con su compañero.
— Puedo ir yo. Tú descansa un poco más, te veías agotado ayer. Además, acabas de despertar y ya es medio día.
El pelinegro asintió, de nada servía discutir con él. Leo era demasiado perceptivo en estas situaciones.
Se dejó caer en uno de los sillones cercanos, mientras los hermanos empacaban y Leo salía en búsqueda del transporte. No pasó mucho tiempo antes de que un peso extra se sumará a su lado. Sabía perfectamente de quién se trataba.
— Creo que no te he deseado un buen día hoy, chico misterioso— Ryan comentó.
— Mi nombre es Juxta— Él corrigió ladeando la cabeza, no entendía por qué el rubio la llamaba de esa forma.
— Es solo un apodo de cariño— Él explicó.
— Oh, entiendo— Él asintió.
Ryan sonrió, el chico era muy peculiar.
— Llevas la pulsera— Notó.
— Casi la extravío anoche, así que no la perderé de vista— Juxta miró su muñeca derecha, donde la pulsera de plata destacaba.
Recordó a los acechadores, y como después de insertar el cuchillo en la viscosa cabeza del último, había entrado en un ligero pánico al ver su bolsillo derecho desgarrado. Después de eso, se había dedicado a tantear la tierra bajo sus pies, esperando que la luz de la luna se reflejara en la pequeña pulsera de plata.
— ¿Y te gusta?
La pregunta lo sacó de sus pensamientos.
— Es agradable a la vista— Él aceptó. Y luego volteó a verlo, directamente a los ojos— ¿Puedo hacerte una pregunta?
— Lo haces ahora— Ryan rio. A lo que Juxta parpadeó— Olvídalo, adelante.
— ¿Por qué aceptaste ahora unirte al campamento? — Susurró.
El énfasis estaba en “ahora”, Ryan lo notó de inmediato.
— La verdad lo estuve pensando por mucho tiempo, tus notas ayudaron mucho en ello. Por lo que no acepte solo por impulso— Explicó— Además, Charlotte merece algo mejor que esto, no siempre estaré ahí para protegerla. Y tu comunidad parece la mejor opción.
— Dijiste que habías tenido malas experiencias con campamentos anteriores ¿Puedo preguntar la razón?
— Solo digamos que me tope con gente desagradable que buscaba abusar de su poder.
Era claro que no quería hablar de ello. Juxta supuso que no valía la pena insistir.
— ¿Y si nosotros también hacemos eso?
— No pareces alguien déspota, chico misterioso— El rubio bromeó— Aunque no puedo decir lo mismo de tu compañero, no lo conozco.