— Te retó… A que beses a Juxta— Charlotte retó a su hermano en medio del juego.
— Ya estás ebria, Char. Dices solo tonterías— Ryan trató de desviar el tema, no quería incomodar a Juxta, menos en público.
A su parecer Charlotte se había pasado de la raya, y estaba desvariando por el alcohol.
— No, no lo estoy. Un reto es un reto, debes cumplir— Exigió ella, infantil.
— Creo que ya ha sido suficiente por esta noche— Leo salió a calmar el ambiente que comenzaba a salirse de control. Tampoco le gustaba para nada aquel reto— Mañana debemos trabajar. Será mejor que vayamos todos a dormir.
Ryan se sintió aliviado por la ayuda. Aunque en el fondo sabía las intenciones verdaderas del chico al respecto.
— Pero…— Charlotte quería insistir con el tema.
— Ven, te ayudo a pararte— Su hermano la sostuvo, la chica se comenzaba a tambalear.
Quizás si estaba ebria, pensó la rubia.
— Pero tu reto— Se quejó.
— Otro día, ven, vamos.
Ryan logró llevarla a la puerta.
— Gracias por todo. Fue una agradable velada— Se despidió rápidamente, antes de salir con su hermana.
No podía mirar a los ojos a Juxta, después de aquella bochornosa petición. Sabía lo reservado que podía llegar a ser el chico respecto a su relación, quizás el reto lo habría molestado. Luego volvería a averiguarlo, primero debía ir a acostar a su ebria hermana.
Por otro lado, Juxta solo se dedicó a observar su partida, no comprendía del todo que tenía de malo aquel reto ¿No era solo un juego? No podía ver que tenía de malo aquel reto.
Él y Leo se quedaron solos en la habitación, este último no dijo nada y comenzó a ordenar, recogiendo las latas vacías de cerveza en el suelo. Parecía algo molesto, aunque Juxta no tenía ganas de preguntarle la razón, en vez de eso, se quedó mirando la lata en su mano, pensando en lo que había sucedido, hasta que Leo se la quitó para tirarla. Parpadeó, algo aturdido. Sería mejor volver a su habitación y dormir un poco. El chico de cabellos castaños podía llegar a ser insoportable cuando estaba de mal humor.
Estaba por irse cuando sintió el agarre en su cintura y la respiración en su cuello. Era él.
— Quédate esta noche— Leo había susurrado en su oído, mientras sujetaba de forma cariñosa su cintura, atrayéndolo hacia él. Su espalda chocando contra su pecho.
— Hoy no— Juxta contestó algo frío. Tenía mucho en que pensar y no se sentía seguro en aquel momento.
— Vamos solo será esta vez.
“Solo esta vez” había perdido la cuenta de las veces que lo había oído decir aquello. Jamás era la última, y aquello comenzaba a molestarle un poco, su mente estaba en otra parte ahora, para pensar en mimarle.
— No estoy de humor— Juxta se soltó y trató de alejarse.
Pero Leo tomó su mano derecha, impidiendo que se fuera.
— ¿Es por ese chico verdad? Ryan, te gusta— Lo acusó.
El pelinegro pudo sentir con claridad el olor a cerveza impregnado en el otro chico, y su molestia evidente en su voz. Eso solo significaba problemas.
— Estás ebrio, Leonardo. Suéltame por favor— Pidió con seriedad.
— No hasta que me contestes ¿Es verdad? ¿Te gusta?
— Y si me gustara ¿Qué? No es de tu incumbencia.
— Claro que sí lo es. Yo soy…
— ¿Tú qué?
— Yo soy tu compañero— Lo fue empujando poco a poco contra una pared cercana— Al menos merezco la verdad ¿Te gusta de manera romántica? — Lo enfrentó directamente.
— Tenemos un trato— El chico le recordó.
Eso hizo de cierta forma hirvió la sangre de Leonardo, él había querido intentar tener una relación tantas veces con el chico, pero Juxta siempre lo rechazaba, ahora llegaban esos hermanos, y colocaban sus mundos de cabeza, no era justo.
— El trato, el trato, el trato— Repitió irritado— Estoy cansado del trato.
— Leo lo prometiste.
— Bien, puedes fingir entonces que soy él— Soltó con amargura, para luego sin previo aviso, besarlo.
El beso era rudo, salvaje, como si todos los sentimientos contenidos salieran a flote. Juxta lo siguió de forma instintiva. Acostumbrado al sabor y la fricción del otro, pero algo se sentía mal.
En el calor del momento no supieron cuando terminaron en uno de los muebles cercanos, con Juxta encima y Leo entre sus piernas.
Todo era tan desordenado, suaves mordidas, gemidos. Leonardo trató de quitarle la camisa al chico, pero él sostuvo sus manos y las guio hasta su cintura. Si le quitaba la camisa, vería las marcas. No podía permitirse aquello.
Se separaron luego de unos minutos, jadeantes y alborotados. Las mejillas usualmente pálidas de Juxta, ahora estaban cubiertas de color.
Leo se acercó al cuello expuesto del pelinegro y depositó varios besos desordenados. Lo deseaba, siempre lo había deseado. Pero esta vez había un sentimiento extraño golpeando sus entrañas, furia contenida, lo que hacía que esto no se sintiera correcto. Pero eso estaba bien. No debía ser correcto.
Juxta suspiró ante los besos y lamidas. Él mismo buscó luego el cuello de su compañero. Entonces sucedió. Captó su olor, tan familiar y conocido.
Tenía tanta hambre…
Todo había paso tan rápido, y fue tan borroso, que no se dio cuenta de sus acciones hasta que fue demasiado tarde.
Un quejido de dolor.
El rojo tiñó la habitación.
Juxta cubrió su boca, aterrado, al volver en sí.
Leonardo llevó una mano a su hombro derecho. La sangre deslizándose por su camiseta.
— ¿Jux me mordiste? — El chico preguntó confundido.
Por dios ¿Qué había hecho?
En otra parte del campamento, Ryan acostaba a su ebria hermana sobre el saco de dormir, ella seguía murmurando tonterías del reto, que no quiso escucharla, aún seguía avergonzado por sus ocurrencias. La arropó y estaba por acostarse, cuando la chica extrañó su chaleco.