Ian 14 años.
... No podía dejar de mirarla, era la imagen más hermosa que había visto en su vida, cerró los ojos tratando de grabar esa aparición en lo más profundo de su memoria. Volvió a abrirlos sólo para no perder ningún detalle ¿cómo era posible que semejante visión fuese real? Su cuerpo ardía y temblaba. La hermosa niña jugaba en el arroyo, sin darse cuenta que era causante del más profundo sentimiento de admiración, saltaba de una piedra a otra dejando a la vista los pequeñísimos pies desnudos y el inicio de unas hermosas pantorrillas. El hombre que admiraba tal visión sentía que sus ojos salían de su órbita cada vez que la pequeña alzaba su vestido para no mojarse, su cabello castaño bailaba al ritmo de la suave brisa primaveral y sus piel estaba sonrojada por el sol.
Un ángel.
Sí, solo eso podría tener tanta belleza...
—¡Morris, muévete! —se sobresaltó al escuchar el grito de su profesor, Ian giró la cabeza en todas direcciones tratando de enfocar donde demonios estaba.
—¿Estás bien? —la mirada preocupada de Brad se cruzó frente a él— Ian, ¿qué demonios te pasa? ¿Por qué cada vez que estamos cerca de esta casa te pones así? —Ian, por fin pudo ver lo que estaba a su alrededor. Estaban por detrás de la colina, en donde como un gran monumento la antigua mansión de los McLean se veía con mayor esplendor, la imagen no se comparaba con lo que se veía por el camino principal. El jovencito alzó la mirada y el cuerpo completo le tembló, cada día que pasaba la sensación de miedo y terror se iba intensificando en su interior, las imágenes se hacían más claras y sus sentidos parecían conectarse a los del hombre de sus visiones—. ¡Ian!
—¿Eh?... Estoy... Bien... —enfocó su mirada gris en la azul de su mejor amigo, que estaba llena de preocupación—. Estoy bien, Brad, no te preocupes —los brazos del chico se cerraron entorno a sus hombros y lo pegaron a su pecho, Ian no se había dado cuenta, cuanto era, que necesitaba un abrazo.
—No me convences, Ian. Debes decirme que pasa para poder ayudarte.
¿Decirle?
Pero ¿qué le diría?
¿Que cada vez que estaba cerca de esa casa veía visiones?
¿Que estaba seguro, que esa casa lo vigilaba? ¿Que sentía una extraña presencia cerca de él cada cumpleaños?
No, no podía decirle. Brad era como un hermano para él, no quería que pensara que estaba loco.
—¡Morris, Graham! —el profesor volvió a llamarlos, Brad soltó a su amigo no muy convencido y lo instó a caminar hasta donde su grupo los esperaba.
Ian giró para darle un último vistazo a la gran mansión, en el mismo instante una fuerte ráfaga de viento sopló y se coló en sus huesos, sintió el cuerpo de Brad pegado al suyo sosteniendo sus hombros.
—Te mataré... McLean —el susurro llevado por el viento hizo que todo el cuerpo de Ian se tensara, miró a su amigo y por la expresión en su rostro sabía que él también lo había oído. Brad miraba hacía toscos lados buscando quien había dicho esas palabras, que tan claramente había escuchado, pero... No había nadie, nadie más que ellos y el resto de su clase a no más de treinta metros de ellos.
—¡Pero qué mierda fue eso! —gritó uno de sus compañeros.
—¡Cuidado con ese lenguaje! —reprendió el profesor—, ¡vámonos! Ya hemos visto todo lo que tenía para la clase de hoy, así que a la escuela ¡Morris, Graham! ¡Muevanse, no lo voy a repetir! —el profesor se giró y comenzó a caminar una vez Ian y Brad llegaron con el resto, negó haber escuchado algo solo para no alterar más a los chicos pero la verdad, él también había oído esa gélida voz en el viento.
(...)
—¿Qué haremos mañana? —Anne llegó saltando hasta sus amigos que comían frituras bajo un árbol en el parque.
—Dormir...
—Comer...
—Respirar....
—Ja ja ja... Que graciosos —ambos chicos adoraban hacerla enojar, era un pasatiempo que no perdía el encanto— mañana es tu cumpleaños, Ian ¡Cumples quince! Dime que tus padres nos dejarán hacer una fiesta —dijo mientras se sentaba frente a ellos y acariciaba la gran cabeza de Elcana, el gran perro pastor alemán de Brad, que dormía a los pies de su amo.
—Sabes perfectamente lo que pasa en mi cumpleaños, Anne. No te hagas ilusiones.
—Lo tuyo si es mala suerte —la chica se quejó haciendo pucheros.
—Podemos hacer algo en mi casa. Se quedan conmigo.
—Eso me gustaría, pero tengo decirle a mis padres.
(...)
—Creo que Anne tiene razón, lo tuyo si es mala suerte —Ian miró con los ojos entrecerrados a su mejor amigo, llevaban solo unas horas en la casa de Brad y apenas el sol se escondió la lluvia se habia desatado de manera intespestuosa. La verdad, Ian, deseaba pensar que lo que ahí sucedía era simple mala suerte, deseaba que todo lo que le estaba pasando fuese producido por el gato negro que se le cruzó hace unos días, o por la sal que derramó en la mesa, pero algo le decía que la llamada mala suerte no tenía nada que ver en el asunto, por lo tanto, el trebol de cuatro hojas que había encontrado no le serviría.