Conexión inesperada

Prólogo

Si a Mariana alguien le hubiese dicho que a los veintinueve años iba a llamarse a sí misma ejecutiva de cuentas junior en una agencia de publicidad, probablemente se habría reído en su cara. Ella iba a ser escritora, la de las novelas que atrapan hasta las tres de la mañana, la que firmaría ejemplares en la Feria del Libro de Madrid mientras sonaba de fondo algún violinista callejero.

Pero la vida, como siempre, tenía otros planes.

Ahora, todo el mundo la conocía como Lala (apodo heredado de su abuela, que la llamaba así desde pequeña) y la imagen más poética que tenía a diario era la del café derramándose sobre el teclado a las nueve de la mañana, justo antes de una reunión con un cliente que pedía “algo viral, pero con elegancia”.

Su vida era un caos adorable: llegaba tarde al trabajo aunque viviera a diez minutos andando, sus notas de ideas para futuros libros estaban desperdigadas en servilletas, post-its y hasta en el reverso de tickets del supermercado, y su nevera era un museo de yogures caducados y un limón que llevaba meses resistiéndose a morir.

¿Lo gracioso? A pesar de todo, ella seguía sonriendo.
Porque, aunque la escritura estuviera en pausa, en el fondo sentía que algo estaba por suceder. Algo que iba a desordenarle aún más la vida —y quizás, solo quizás— ordenarle el corazón.

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Al otro lado de la ciudad, la vida de Martín Rivas no podía ser más distinta.

A sus treinta y cuatro años, recién regresado de Estados Unidos tras casi una década trabajando en bufetes neoyorquinos, Martín se encontraba frente a un cambio radical: su padre había decidido retirarse y él tendría que hacerse cargo de la empresa familiar de publicidad.

Lo suyo eran los contratos impecables, los plazos cumplidos y las mañanas organizadas al milímetro. Corría por El Retiro a las siete en punto, desayunaba avena con fruta cortada perfectamente en cubos y nunca dejaba un correo sin responder.

De regreso en Madrid, su mejor amigo, Tomás, tenía un plan: obligarlo a conocer a Lala, la mejor amiga de su novia Sofía. Al menos, por chat. Sin citas incómodas, sin excusas, sin presiones. Solo mensajes.

Sin saberlo, lo que empezó como un juego de mensajes iba a convertirse en algo mucho más grande. Entre risas digitales, ironías y confesiones inesperadas, Martín y Lala estaban construyendo un vínculo que ninguno sospechaba.

Lo que Lala no sabía era que Martín sería su nuevo jefe en la empresa de publicidad.
Y lo que Martín ignoraba era que la chica que lo volvía loco con su desorden y sus ocurrencias… era la misma Lala que le había hecho sonreír entre notificaciones de WhatsApp.

Entre el choque inevitable de rutina y caos, mensajes que provocan mariposas y cafés derramados, Madrid sería testigo del principio de algo inesperado, divertido y completamente fuera de control.



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En el texto hay: polosopuestos, amor, amistad

Editado: 16.09.2025

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