Conexión inesperada

Capítulo 7

El lunes amaneció como si la oficina fuera un campo de batalla. Desde temprano, los pasillos eran un hervidero: empleados corriendo con carpetas, asistentes entregando informes como si fueran armas secretas, y el murmullo constante de conversaciones tensas. Todo porque faltaba una semana exacta para la llegada del heredero.

Lala, por supuesto, llegó tarde. Salió de su casa con el pelo húmedo, la chaqueta al revés y un café a medio beber, respirando entrecortadamente mientras subía las escaleras del metro. Cuando finalmente apareció en la oficina, el caos ya estaba en su punto máximo.

—¡Buenos días, sobrevivientes! —gritó al entrar, levantando la taza de café como si fuera un trofeo.

Al instante, desde todos los rincones del piso, los compañeros levantaron la vista y comenzaron a saludarla:

—¡Lala!
—¡Buenos días!
—¡Llegas justo a tiempo!
—¡Ahí está la heroína!

Ella levantó la mano en un saludo teatral, sonriendo mientras esquivaba un compañero que casi chocaba con ella cargando un archivador.

Se dejó caer en su escritorio y, antes de sumergirse en el caos del día, abrió su móvil. Un mensaje nuevo la hizo sonreír de inmediato. Era Martín:

> Martín: Buenos días, capitana de rescates. Espero que tu café sea fuerte y tu lunes corto.

Lala se rió bajito, imaginando a Martín ahí, tranquilo en pijama, mientras ella atravesaba un campo de batalla de papeles, cables y bolígrafos desordenados. No pudo evitar contestar:

> Mariana: Si sobrevivo a hoy, me hago un tatuaje que diga “yo estuve aquí”.

Al instante, Martín respondió:

> Martín: Suena intenso. ¿Quieres que te mande refuerzos?

Lala leyó el mensaje y se rió aún más, imaginando un batallón de gatos guerreros entrando en la oficina a poner orden. Contestó casi de inmediato:

> Mariana: Sí, un batallón de gatos guerreros.

> Martín: Solo tengo a mi madre preparándome tortilla. ¿Sirve?

> Mariana: Mejor todavía. 😍

Mientras tanto, Lala sacó el móvil para tomar una foto rápida del desastre a su alrededor: un compañero alineando bolígrafos con precisión quirúrgica, otro lustrando la cafetera como si fuera un trofeo, y Víctor dando órdenes con el dedo en alto como un general romano. Se la mandó enseguida al grupo de WhatsApp de la oficina, “Los sobrevivientes del piso 7”.

> Lala: Mira esto. Y todavía falta una semana. Una. Semana.

Los compañeros siguieron mirando a Lala, algunos con sonrisas de complicidad, otros con resignación, pero todos sabían que ese chat secreto con Martín era su refugio en medio del caos.

> Martín: Cuando sobrevivas al entrenamiento militar, yo te premio con tortilla de verdad. Eso sí, sin ketchup.

> Mariana: 😱 Entonces nuestra relación se termina acá.

>Martín: Lo sospeché desde el principio. Peligrosa y dramática.

Lala se encorvó sobre el teclado, riéndose bajito mientras los compañeros continuaban con la histeria de preparar la oficina para el heredero. El lunes podía ser un infierno… pero esos mensajes lo hacían mucho más llevadero.

Martín caminaba sin rumbo fijo por Madrid. Cada calle, cada esquina, parecía susurrarle recuerdos: la plaza donde jugaba al fútbol de niño, la librería donde se perdía durante horas, la cafetería donde pasaba tardes enteras leyendo novelas imposibles. Todo era familiar y, al mismo tiempo, distinto. La ciudad lo abrazaba y lo desafiaba a partes iguales.

Rió en silencio. No podía dejar de pensar en ella; Mariana con tan pocas palabras, conseguía que todo pareciera más ligero.

Se detuvo frente a un escaparate, apoyándose ligeramente en la baranda. Marcó un número:

—¿Tomás? —dijo al escuchar la voz de su amigo—. Soy yo. Ya estoy en Madrid.

Tomás soltó una carcajada.

—¡Vaya sorpresa! ¿Y piensas avisar así, sin más, como si nada?

—No quería montar un show —respondió Martín, encogiéndose de hombros aunque Tomás no pudiera verlo.

—Ya, claro… ¿y cómo lo llevas?

Martín miró la Gran Vía, entre paraguas y escaparates brillantes.

—Raro… Todo igual, pero distinto. Mi padre… bueno, ya sabes. Y la empresa me espera como un examen que no estudié.

Tomás hizo una pausa, con un tono burlón:

—Hmm… suenas demasiado tranquilo para alguien que acaba de aterrizar en medio del caos. Dime la verdad… ¿es por Mariana?

Martín se mordió el labio, intentando no sonreír demasiado.

—Eres un pesado.

—Vamos, no me digas que no estoy en lo cierto —insistió Tomás, divertido.

Martín pensó en Mariana, en cómo unas pocas palabras suyas le alegraban la mañana, y también en la tortilla que parecía más importante de lo que era.

—Digamos que… tengo una buena distracción —admitió finalmente, con una sonrisa apenas contenida.

—Ajá —dijo Tomás, riendo—. Esto se pone interesante.




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