Conexión inesperada

Capítulo 9

El sábado por la noche, Lala se dejó arrastrar por Tomás y Sofi a su restaurante italiano de confianza. En teoría era una cena “de amigos para relajarse”, pero en cuanto le pusieron delante la carta, ella ya sospechaba que había trampa.

—Bueno, cuéntanos —soltó Sofi apenas se sentaron, sin siquiera abrir el menú—. ¿Qué tal van esos mensajitos con Martín?

—Madre mía… no hemos pedido ni la bebida y ya empezáis —bufó Lala, aunque no pudo evitar una sonrisa nerviosa.

Tomás se inclinó hacia adelante con una ceja arqueada.

—A ver, confiesa: ¿qué os contáis? ¿Es de esos que mandan memes cutres o de los que filosofan a las dos de la mañana?

—Nada del otro mundo. Cosas normales. Hablamos de libros, películas, el clima—contestó, intentando sonar despreocupada mientras jugueteaba con la servilleta.

—¿De libros? —Sofi soltó una carcajada—. ¡Eso no lo hace nadie si no está ligando!

El corazón de Lala dio un salto tonto, pero se apresuró a encogerse de hombros.

—Pues nosotros sí. —Le salió demasiado rápido, y se mordió el labio, sabiendo que había sonado defensiva.

Tomás no dejó pasar el detalle.

—Ajá, claro. Y yo soy George Clooney.

Sofi entrecerró los ojos, divertida.

—Mira, mira, que sonríe… —la señaló con el dedo—. Esa sonrisa lo dice todo.

Lala se cubrió la cara con las manos.

—Sois insoportables.

—Anda, dinos al menos si te gusta —insistió Sofi, inclinándose sobre la mesa.

Lala respiró hondo. Le picaban los dedos por contestar que sí, que le gustaba, que cada vez que el móvil vibraba se le aceleraba el pulso. Pero se contuvo.

—Es… majo —dijo al fin, encogiéndose en la silla.

Tomás se llevó una mano al pecho con dramatismo.

—“Majo” —repitió en voz alta—. Traducción simultánea: me encanta, pero no pienso admitirlo delante de mis amigos pesados.

Sofi se echó a reír, chocando la copa con la de él.

—Pesados no, realistas.

Lala soltó una carcajada entre los dedos con los que todavía se tapaba la cara.

—De verdad, sois un dúo insufrible.

—Y tú eres una protagonista de comedia romántica en pleno piloto —remató Sofi, triunfal.

Ella negó con la cabeza, pero por dentro sintió esa punzada cálida en el estómago, la misma que le provocaban los mensajes de Martín.

“Un experimento”, se repitió, como si fuese un mantra. Un experimento divertido, nada más.

Aunque, en el fondo, sabía que sus amigos tenían razón: ya no sonreía igual desde que él había aparecido en su pantalla.

—Vale, “majo” —repitió Tomás, saboreando la palabra como si fuera un vino caro—. Pero lo que queremos saber es: ¿ya habéis hecho videollamada?

Lala se atragantó con el agua.

—¡¿Qué?! No, claro que no.

—Anda ya —dijo Sofi, sonriendo de oreja a oreja—. Con lo que habláis, fijo que sí.

—Que no. Solo mensajes —respondió rápido, bajando la mirada hacia la pizza como si fuera lo más interesante del mundo.

—Mensajes largos, supongo —añadió Tomás con malicia—. Tipo… epístolas románticas del siglo XIX.

—¡Déjame en paz! —Lala le dio un empujón con el codo, pero estaba riéndose.

Sofi no aflojó la presión.

—¿Y no pensáis veros? Digo, en persona. Una cita de verdad.

La palabra cita dejó a Lala paralizada un segundo. Se recompuso rápido, encogiéndose de hombros.

—Con lo desastrozas que son mis citas, casi que prefiero seguir así. —Intentó sonar ligera, pero el rubor le subió a las mejillas.

Tomás se inclinó hacia ella con los ojos brillando de malicia.

—Venga ya, eso es excusa barata. ¿Qué fue lo peor? ¿El tipo que te habló veinte minutos seguidos de su colección de cucharas de viaje?

—Treinta, corrígelo bien —dijo Lala entre carcajadas.

Sofi se llevó una mano al corazón.

—¿Y el que apareció con su madre porque “era su mejor amiga”?

—Ese casi me traumatiza —rió Lala, llevándose la copa a los labios—. ¿Veis? Por eso digo que mejor mensajes. Es más seguro.

—Seguro, sí… pero aburrido —replicó Tomás, sacudiendo la cabeza—. En cambio, con Martín hay chispa. Se nota hasta desde aquí.

Lala bufó, pero la sonrisa se le escapaba igual.

—Sois insoportables, de verdad.

—Realistas —corrigió Sofi, brindando con su copa.

—Es… eso es complicado —murmuró Lala, apretando los labios.

—Complicado, dice… —Tomás se cruzó de brazos teatralmente—. Traducción: muero de ganas pero me da miedo admitirlo.

Lala resopló, rodando los ojos.

—Deberíais dedicaros a la traducción simultánea, en serio.

—Nosotros solo interpretamos lo evidente —dijo Sofi, alzando la copa como si brindara por su triunfo.

Tomás asintió.

—Y lo evidente es que estás pilladita, amiga. Muy pilladita.

Lala negó con la cabeza, riéndose ya sin poder contenerse.

—Sois un caso perdido.

Pero mientras se llevaba un trozo de pizza a la boca, sintió que el estómago le daba un vuelco. Porque en el fondo, las preguntas de sus amigos no eran tan absurdas. ¿Videollamadas? ¿Verse en persona? ¿Y si…?

Sacudió la cabeza de inmediato, como si pudiera espantar la idea. Pero la sonrisa tonta le quedó pegada, y Sofi y Tomás no se perdieron ni un detalle.

El portal olía a humedad y a pizza recalentada; la mezcla típica de los sábados por la noche. Lala subió los escalones despacio, con la bufanda aún puesta, como si el aire frío de la calle pudiera disipar el calor que todavía tenía en las mejillas.

En cuanto cerró la puerta de su piso, se quitó los zapatos de un puntapié y dejó caer el bolso en el sofá. Se quedó un instante de pie en medio del salón, en silencio, como si todavía escuchara las risas de Sofi y Tomás flotando a su alrededor.

“¿Y no pensáis veros?”
“Seguro que estás pilladita.”
“Con lo desastrosas que son tus citas…”

Lala resopló y se dejó caer en el sofá. ¿Por qué sus amigos tenían que ser tan incisivos? Lo peor era que, en el fondo, tenían razón. Desde que Martín había aparecido en su vida, ninguna conversación con Sofi o Tomás terminaba sin que su nombre saliera a flote. Y ahora… esa idea de “verse en persona” le martilleaba la cabeza.




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