Conexión inesperada

Capítulo 10

Martín miró la pantalla de su móvil, el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal. Después de unos segundos de vacilación, finalmente pulsó el botón de videollamada. Su mente daba vueltas: “No es demasiado tarde, solo es ella… y yo… y un experimento científico de complicidad”.

Lala estaba acomodada en el sofá, con la manta abrazada, revisando por última vez su móvil antes de dejarse llevar por la tentación. Cuando vio la llamada entrante, su corazón dio un brinco.

> Mariana: 😳 Vaya… ¿en serio?

> Martín: 😏 En serio. Si no me contesta, me muero de curiosidad por tu pijama y tu cara de madrugada.

Mariana rió y finalmente aceptó. La pantalla se iluminó, mostrando su rostro a medio despertar, con los ojos brillantes y la sonrisa escondida tras la manta. Martín no pudo evitar sonreír al instante.

Martín se acomodó un poco en la cama, intentando parecer relajado, aunque sentía que el corazón le iba a salir por la garganta.

—Hola… —dijo al fin, con una voz más suave de lo que esperaba. Durante unos segundos se quedó mirándola, completamente atrapado en su sonrisa.

Lala se mordió el labio, divertida. —¿Qué? ¿Por qué me miras así?

Martín soltó una risa nerviosa y pasó la mano por su pelo. —Es que… no sé qué decirte. Me he quedado sin palabras. —Hizo una pausa, bajando la mirada un instante antes de volver a alzarla—. Y estoy nervioso, para serte sincero.

Ella lo miró sorprendida, arqueando las cejas. —¿Nervioso tú? ¿Por una videollamada?

—Por ti. —La confesión le salió tan directa que incluso él mismo se asustó un poco de su propia valentía.

Lala se tapó media cara con la manta, como si quisiera esconderse, aunque los ojos le brillaban aún más. —Pues si te sirve de consuelo… yo también estoy un poco nerviosa.

Los dos se rieron al mismo tiempo, y el hielo que quedaba entre ellos empezó a derretirse.

Martín no dejaba de observarla, como si la cámara se hubiese convertido en una ventana imposible de cerrar.
—No me esperaba que te vieras así… tan… —se quedó pensando un segundo, buscando la palabra justa—. Tan tú.

Lala frunció el ceño, divertida. —¿Eso es un cumplido o una excusa barata para quedarte mirándome?

—Las dos cosas —respondió él con una sonrisa lenta, sincera. Y entonces bajó la voz—. De verdad, Mariana, me tranquiliza verte… aunque al mismo tiempo me pone más nervioso.

Ella se quedó quieta unos segundos, y luego una sonrisa suave se dibujó en su cara. —¿Sabes una cosa? Al final… me gusta cómo suena mi nombre en tu voz.

Martín inclinó la cabeza, disfrutando de su reacción. —Es que no quiero llamarte como lo hace todo el mundo. Quiero que tu nombre, cuando yo lo diga, signifique otra cosa.

Eso la hizo sonreír todavía más, mordiéndose el labio. —Pues ahora me dejaste con la espina… yo también quiero encontrar un apodo para ti, pero no se me ocurre nada. —Lo miró divertida—. ¿Me ayudas a buscar uno?

Martín fingió pensarlo con seriedad, aunque sus ojos brillaban. —Claro… pero aviso: tengo tendencia a sugerir cosas cursis.

—A ver, sorpréndeme. —Ella se acomodó, expectante, con la manta hasta la barbilla.

—Podría ser… “mi científico favorito”. —Sonrió de lado—. O… “el culpable de mis nervios”.

Lala soltó una carcajada suave. —¡Eso no es un apodo, es una acusación!

—Entonces… —Martín bajó un poco la voz, como si se atreviera a algo más íntimo— “mi chico de madrugada”.

Ella parpadeó, sorprendida por lo bonito que sonaba, y se cubrió el rostro con la manta, riéndose. —Vale, ese me gustó demasiado…

Martín la miró encantado y añadió con picardía: —Aunque creo que también quedaría bien dejarlo solo en “mi chico”.

El rubor le subió a las mejillas de inmediato, y aunque intentó disimularlo riendo, no pudo evitar que sus ojos lo delataran.

Hubo un silencio dulce, de esos que pesan más que las palabras.

Y justo entonces, cuando ella se movió para acomodarse, el estampado de su pijama salió a la luz…

—Un momento —dijo Martín entre risas—. ¿Eso es Bob Esponja?

—Un momento —dijo Martín entre risas—. ¿Eso es Bob Esponja?

Mariana soltó un quejido divertido y se tapó la cara con la manta. —¡No mires!

—¿Cómo que no mire? Si es un hallazgo científico —insistió él, con gesto solemne—. Acabo de descubrir que la mujer que me roba el sueño duerme con dibujos animados.

—¡Exagerado! —respondió ella, asomando apenas los ojos por encima de la manta—. A ver… ¿y tú qué? ¿Qué pijama llevas? Seguro que no es mucho mejor.

Martín bajó la cámara un poco y mostró una camiseta vieja y un pantalón oscuro. —Clásico, elegante, atemporal.

—Traducción: aburrido. —Ella rió, sacando un poco más la cara—. Con razón te pasas el día en modo serio.

—¡Eh! —protestó él con una sonrisa—. El minimalismo también tiene encanto.

Mariana iba a soltar otra broma, pero de pronto se quedó mirándolo, y sin darse cuenta lo pensó en voz alta:
—Jooo… qué bonitos ojos tienes.

El silencio cayó un par de segundos, y entonces ella abrió mucho los ojos, llevándose la manta a la cara. —¡Ay, no, no, no! ¡Lo dije en voz alta!

El silencio fue inmediato. Ella abrió mucho los ojos, tapándose rápido con la manta. —¡Ay, no! ¡Lo dije en voz alta, ¿verdad?!

Martín sonrió despacio, con una calma que contrastaba con sus latidos acelerados. —Sí. Y me acabas de dejar sin aire. —Hizo una pausa, bajando la voz—. Ojalá supieras lo que significa para mí que me mires así.

Mariana se encogió un poco en el sofá, escondiéndose más. —No me mires… estoy roja como un tomate.

Él soltó una risa suave. —Demasiado tarde, ya te vi. Y además, no pienso olvidar ese “jooo” en la vida. —Le guiñó un ojo, rompiendo la tensión con picardía.

Ella se tapó entera con la manta, riéndose. —¡Eres insoportable!

—Insoportablemente feliz, porque me acaban de decir que tengo los ojos más bonitos del mundo —remató él, divertido.




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