Conexión inesperada

Capítulo 12

El domingo por la tarde, Mariana ya no sabía si reír o llorar. Tenía el salón patas arriba: el cable del cargador estirado hasta la mesa, un adaptador viejo colgando de una zapatilla, incluso había intentado conectarlo a la notebook como último recurso. Nada. El móvil seguía ahí, inerte, con la pantalla negra como si se burlara de ella.

—Vamos, enciéndete… —le susurró, dándole un golpecito suave, como si el aparato fuera un perro desobediente—. Solo un poquito, aunque sea para mandar un mensaje.

Nada. Ni una vibración, ni un amago de luz. Silencio absoluto.

Mariana soltó un bufido y se dejó caer en el sofá, hundiendo la cabeza entre los cojines. No era justo. No ahora. No después de esa videollamada de la noche anterior, en la que había reído como hacía tiempo no reía, en la que Martín la había mirado de esa forma que todavía le erizaba la piel cuando lo recordaba. Y ahora… ahora él debía estar esperando respuesta. Y ella, como siempre, parecía la reina de las complicaciones.

—Va a pensar que paso de él… —dijo en voz alta, como si confesarlo ayudara a que dejara de doler.

El reloj marcaba las seis de la tarde y ella llevaba desde el mediodía intentando que el móvil reaccionara. Había probado de todo: el truco de mantener el botón apretado treinta segundos, el enchufe de la cocina, el de la habitación, incluso había buscado en Google desde la computadora: “qué hacer si mi móvil muere repentinamente”. Las respuestas iban desde “cambiar la batería” hasta “comprar uno nuevo”. Fantástico.

Se levantó, caminó de un lado a otro del salón, con la ansiedad comiéndole los talones. Podría esperar al lunes para ir a una tienda, sí, pero… ¿y Martín? Se lo imaginaba en Madrid, con su sonrisa ladeada, revisando el móvil de vez en cuando, notando que ella no contestaba. Quizá pensara que se había arrepentido. O peor, que la conversación de la noche anterior solo había sido un desliz divertido y nada más.

No lo soportaba. Tenía que hacer algo.

Entonces, como si una bombilla se encendiera en su cabeza, giró hacia el teléfono fijo que llevaba años en un rincón, acumulando polvo. Lo miró como si acabara de descubrir un tesoro olvidado.
—Claro… Sofi.

Marcó su número de memoria y, después de tres tonos, la voz de su amiga sonó clara y burlona:

—¿Lala? ¿Qué haces llamando al fijo? ¿Está todo bien?

—Sí, sí, tranquila. Bueno… más o menos. —Se pasó una mano por la cara—. Necesito contarte algo y pedirte un favor.

—Ay, me asustaste —soltó Sofi, dejando escapar un suspiro de alivio—. Pensé que había pasado algo grave.

—Pues… depende de cómo lo mires —dijo Lala, con un gesto de resignación que su amiga no podía ver—. Resulta que mis primitos me tiraron a la piscina esta mañana, y yo tenía el móvil en el bolsillo.

Hubo un silencio de dos segundos. Y después, la carcajada de Sofía explotó al otro lado de la línea.
—¡No me lo puedo creer! Lala, de verdad… contigo siempre pasa algo.

—No te rías, Sofi, lo digo en serio. El móvil no enciende. Está completamente muerto.

—Ya, pero es que… —Sofía seguía riéndose—. ¿Cómo acabas en una piscina con el móvil en el bolsillo?

—No acabé yo sola, Sofi, me empujaron. Tres contra una, ¿qué querías que hiciera? —bufó Lala, aunque una sonrisa se le escapó.

En ese momento, otra voz se coló en la conversación, clara y burlona:
—¿He oído bien? ¿Que Lala acabó bañando el móvil?

—¡Tomás! ¿Estás escuchando? —preguntó Lala, con un tono mezcla de incredulidad y vergüenza.

—Obvio —respondió él, divertido—. Sofi me puso en altavoz, y francamente, no me pienso perder este espectáculo.

Lala se tapó la cara con la mano.
—Genial. Me siento en un programa de radio en vivo.

—A ver, a ver, cuéntanos —insistió Tomás—. ¿Y ahora qué vas a hacer?

—Pues eso —dijo ella, armándose de valor—. Necesito que le digáis a Martín que no le estoy ignorando. Que es culpa de mis primitos y de la piscina.

Se escuchó la risa conjunta de Sofía y Tomás.
—O sea, espera —dijo Tomás entre carcajadas—, que Sofi y yo tenemos que mandarle un mensaje a tu chico explicándole que no respondes porque el móvil está… literalmente, ahogado.

—¡No es mi chico! —replicó Lala, sintiendo el calor subirle a las mejillas.

—Ajá, ajá… —canturreó Sofía, disfrutando del momento.

—Yo solo digo —añadió Tomás, con falsa solemnidad— que con lo bien que iba el experimento, esto es material de comedia romántica de Netflix.

—¡No es un experimento! —Lala bufó, aunque estaba riéndose también.

—Claro, claro —contestó Sofía, todavía con esa sonrisa en la voz—. No te preocupes, le escribo enseguida y le digo que tu móvil sufrió un trágico accidente acuático.

—Gracias… —dijo Lala, soltando un suspiro de alivio.

—Pero ojo —añadió Tomás, rápido—, yo pienso cobrar regalías si esto termina en boda.

—¡Idiota! —exclamó Lala, muerta de risa, y colgó antes de que siguieran pinchándola.

Se quedó mirando el teléfono fijo, todavía con la sonrisa dibujada en el rostro. Sí, era un desastre, sí, había perdido el móvil… pero al menos Martín sabría la verdad.




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