Conexión inesperada

Capítulo 13

El lunes amaneció gris y fresco en Madrid, pero Martín Rivas ya estaba despierto antes del amanecer. El reloj marcaba las seis y media cuando, sin necesidad de alarma, se incorporó en la cama y se estiró con lentitud. Era su primer día al frente de la agencia familiar, y aunque llevaba semanas preparándose, el nudo de ansiedad seguía ahí, clavado en el estómago.

Lo primero que hizo fue coger el móvil, casi por costumbre, y buscar los mensajes de la noche anterior. Allí estaban los avisos de Sofi y Tomás, contándole lo que había pasado: Mariana no había respondido porque esta mañana sus primitos la habían tirado a la piscina… con el móvil en el bolsillo. El aparato estaba completamente muerto.

Martín dejó escapar un suspiro de alivio. Por un instante, se permitió imaginar a Mariana, empapada, intentando sacar el teléfono y luchar contra el desastre. Sintió una mezcla de ternura y diversión. “Menuda forma de empezar la semana”, pensó mientras se recostaba en la cama unos segundos más.

Dejó el móvil sobre la mesilla y decidió que lo mejor era despejarse antes de vestirse de traje. Se puso ropa deportiva y salió a correr por El Retiro. La brisa fría de la mañana le despejaba la cabeza y el ritmo de sus pasos ayudaba a ordenar los pensamientos que se agolpaban: la presentación que tendría que dar, los nombres de los empleados, las expectativas de su padre… y, de manera inevitable, Mariana. Su risa, su manera de cuestionar todo con ironía, la facilidad con que le arrancaba sonrisas, la imagen de sus primitos tirándola a la piscina. Todo se mezclaba en su mente con los balances y las diapositivas.

Al regresar a casa, empapado pero con la mente más clara, se duchó y eligió con cuidado una camisa azul clara y un pantalón gris oscuro, impecables pero cómodos. Mientras se abrochaba los botones, repasaba mentalmente los informes. Lo que realmente le inquietaba no eran los números: era la gente. La oficina esperaba a un Rivas como si esperara a un semidiós, y él debía demostrar que era humano, competente… y quizá un poco más cercano que su padre.

Con la taza de café en la mano, Martín no pudo evitar sonreír al recordar la última conversación con Tomás. Había sido divertida y reveladora: Mariana había pedido a Sofi que le avisara de la situación para que él no pensara mal de su silencio. La idea de que alguien se preocupara por él, incluso sin que ella pudiera comunicarse directamente, le dio una calma extraña.

Finalmente, se colocó la chaqueta y guardó el móvil en el bolsillo. Una última mirada al espejo: ojos grises firmes, barba de dos días cuidada, expresión concentrada. Listo. Era el momento de enfrentarse al lunes.

Al llegar a la agencia, el bullicio ya era notable. Cada pasillo resonaba con pasos rápidos y murmullos nerviosos. Martín respiró hondo y cruzó el umbral. La oficina parecía contener la respiración. Él sonrió apenas, saludando con una leve inclinación de cabeza:

—Buenos días a todos. Soy Martín Rivas, y estoy deseando trabajar con vosotros.

Un silencio inmediato le siguió, mezclado con miradas de sorpresa. Algunos no esperaban que fuera tan alto; otros se quedaron boquiabiertos ante la combinación de porte y carisma que emanaba sin esfuerzo.

Detrás de algunas mesas se escucharon susurros:

—¿Ese es el hijo de Rivas? —preguntó alguien apenas audible.
—Sí… y joder, es impresionante —respondió otro. —Ni siquiera parecía posible que fuera tan… guapo.

Martín percibió, aunque no se detuvo en ellos, cómo el efecto que tenía sobre la gente era inmediato. Sonrió con una mezcla de diversión y conciencia, sintiendo el peso de las expectativas.

Comenzó a caminar por la oficina, saludando a cada empleado con seguridad y cordialidad. Algunos se mostraban tímidos, otros lanzaban sonrisas nerviosas, y algunos se atrevían a hacer comentarios rápidos mientras él pasaba:

—Buenos días, Martín. He oído mucho de usted… —dijo Clara, intentando sonar firme, aunque el rubor en sus mejillas traicionaba su nerviosismo.
—Encantado, Clara. Estoy deseando conocer tu trabajo y tus ideas —respondió él con una sonrisa tranquila.

Martín se detuvo junto a Diego, el creativo más joven, que parecía estar evaluando cada movimiento con cierto miedo reverencial.

—Espero no asustarte con mi altura, Diego —bromeó Martín, mientras le estrechaba la mano.
—No… no, claro que no —tartamudeó Diego, sorprendido de lo accesible que resultaba.

Mientras caminaba hacia la zona de diseño, Martín notó la mirada de Marta, la diseñadora. No dijo nada, solo la observó, y ella respondió con un guiño discreto, suficiente para aliviar la tensión sin cruzar ninguna línea profesional.

Al llegar al departamento creativo, Martín se inclinó sobre una de las mesas llenas de bocetos y papeles desordenados.

—Buenos días, equipo. Veo que habéis estado trabajando duro —dijo, señalando los papeles—. Me encantaría escuchar sus ideas para la nueva campaña.

Uno de los creativos, nervioso, levantó la voz:

—Señor Rivas… ¿cree que podremos estar a la altura de sus expectativas?

Martín sonrió con calma, transmitiendo seguridad.
—No espero perfección desde el primer momento. Espero esfuerzo, ideas, y sobre todo, pasión por lo que hacemos. Y si algo no funciona, lo mejor es hablarlo y corregirlo juntos.




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