Conexión inesperada

Capítulo 14

La mesa del comedor de los Rivas siempre había tenido un aire solemne, incluso cuando la comida era algo tan sencillo como una ensalada y un filete. La vajilla perfectamente alineada, el mantel planchado con precisión militar y el sol entrando a raudales por los ventanales hacían que todo pareciera sacado de una postal.

Martín se sentó frente a su padre, que ya lo esperaba con ese gesto expectante, como si estuviese a punto de escuchar un informe más que una charla familiar. Su madre, en cambio, se movía entre la cocina y la mesa, colocando fuentes y llenando las copas con vino con una sonrisa orgullosa.

—Bueno, hijo —rompió el silencio el señor Rivas, apoyando los codos en la mesa—. Cuéntanos. ¿Cómo ha ido tu primera mañana en la empresa?

Martín respiró hondo, jugueteando con el tenedor antes de lanzarse al relato.
—Intensa, como era de esperar. Hubo dos reuniones importantes, una con el equipo de finanzas y otra con marketing. Estaban bien preparados, aunque… —hizo una pausa, eligiendo las palabras—, digamos que aún hay mucho por pulir en la coordinación.

Su padre asintió lentamente, con ese brillo en los ojos que mezclaba aprobación y exigencia.
—Lo suponía. Y dime, ¿cómo te recibieron?

—Con cierta curiosidad, diría yo —contestó Martín con media sonrisa—. Es normal, al fin y al cabo aparezco de golpe en un engranaje que ya estaba funcionando. Pero en general, diría que bien.

Su madre intervino entonces, sentándose a su lado y posando una mano en su brazo.
—Lo importante es que no te sientas presionado. Ya bastante responsabilidad tienes encima como para cargar con todo desde el primer día.

Martín agradeció el gesto con una mirada cálida. Era un alivio tener siempre el contrapeso de su madre, suavizando la rigidez de su padre.
—No te preocupes, mamá. Estoy acostumbrado a la presión.

El señor Rivas, sin embargo, no parecía dispuesto a suavizar nada.
—Cuanto antes te ganes el respeto del equipo, mejor. No olvides que a partir de ahora eres una referencia para ellos.

Martín asintió, aunque por dentro reconocía que aún no terminaba de encajar con naturalidad ese papel.
—Lo sé. Y pienso demostrarlo.

Mientras la conversación derivaba hacia los planes de la tarde y algunas anécdotas de la oficina, Martín no pudo evitar que su mente se desviara unos segundos. Recordó el momento en que había salido del ascensor y el mundo parecía ir demasiado deprisa. No supo por qué, pero tuvo la extraña sensación de que algo —o alguien— había pasado a su lado sin que él lo notara del todo. Sacudió la cabeza y regresó a la comida. Primera mañana superada. El resto… ya se verá.
El cuchillo del señor Rivas chocó suavemente contra el plato mientras cortaba la carne, como si cada movimiento fuese un subrayado de sus palabras.

—Martín, hijo, lo de esta mañana ha sido solo el principio. Ya sabes lo que espero de ti. No basta con “encajar” o con que el equipo te vea como alguien simpático. Necesitas mostrar firmeza, tomar decisiones, que sepan desde el primer momento quién lleva las riendas.

Martín se llevó un trozo de pan a la boca con calma, respirando antes de contestar.
—Papá, es el primer día. No puedo llegar como un elefante en una cacharrería. Prefiero observar, entender cómo funciona todo y luego actuar.

Su madre le lanzó una mirada de aprobación inmediata.
—Me parece lo más sensato. Tienes toda la vida para demostrar lo que vales, no hay necesidad de correr —dijo, acariciándole brevemente la mano.

El señor Rivas, sin embargo, entrecerró los ojos.
—La empresa no se detiene, Clara. Si pierde el tiempo “observando”, otros lo harán por él.

Martín apoyó el tenedor con un leve chasquido y se inclinó hacia adelante.
—No estoy perdiendo el tiempo. Estoy invirtiendo en conocer a la gente con la que voy a trabajar. Eso también es liderazgo, aunque no lo digas en voz alta.

Hubo un instante de silencio, roto solo por el tintineo del vino al ser servido en las copas. Su madre, rápida para rebajar la tensión, cambió el tono de la charla:
—Pues a mí me parece que lo estás haciendo muy bien. Y estoy segura de que todo el mundo en la oficina se habrá quedado encantado contigo.

Martín sonrió de lado, agradeciendo la tregua.
—No lo sé, mamá. Solo sé que todos me miraban como si viniera de otro planeta.

Ella rio con ternura.
—Claro, porque para ellos eres nuevo. Y muy alto —añadió, levantando una ceja divertida—. Seguro que más de uno todavía está estirando el cuello de tanto mirarte.

La tensión se aflojó con la risa de Martín. Hasta su padre, por un segundo, esbozó una sonrisa breve, aunque la escondió enseguida detrás de la copa.

—Altura no es lo único que importa —sentenció, recuperando el tono serio—. Quiero que la próxima vez que hablemos de tu trabajo, me cuentes resultados concretos.

Martín asintió despacio, bajando un poco la mirada al plato. Resultados concretos… siempre resultados.

Mientras masticaba, una idea fugaz le atravesó: ojalá pudiera contar algo distinto, algo más personal… pero lo descartó al instante. Aún no había nada que contar.

Cuando terminó el café, Martín se despidió de sus padres con la promesa de pasar de nuevo el fin de semana. El señor Rivas dejó los cubiertos a un lado y se levantó con cierta dificultad, acercándose a Martín. Lo miró a los ojos con una mezcla de orgullo y ternura que pocas veces mostraba.
—Hijo… estoy orgulloso de ti. —Su voz tembló apenas, pero era firme en la emoción.
Martín sintió un nudo en la garganta mientras su padre lo abrazaba, un abrazo breve pero lleno de cariño, de aceptación, de esa confianza que siempre había deseado.
—Gracias, papá… significa mucho para mí.




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