Conexión inesperada

Capítulo 36

Lala cerró la puerta despacio, como si el sonido pudiera romper el silencio que había quedado tras la partida de Martín. Se apoyó en la madera unos segundos, aún con la respiración entrecortada, dejando que la calma del piso contrastara con el torbellino que tenía dentro.

Lo recordó tal cual había sido hacía apenas unos instantes. Martín se había puesto de pie con movimientos lentos, arrastrando consigo el peso de la noche, y ella lo había acompañado hasta la puerta en un silencio lleno de cosas no dichas. Cuando estuvo a punto de irse, se había girado para mirarla, con esos ojos enrojecidos y cansados donde brillaba una gratitud difícil de poner en palabras.

—Gracias… —le había dicho, la voz casi quebrada—. Por todo, por cuidarme… por quedarte conmigo.

Ella le había respondido con una sonrisa suave, aunque el nudo en su garganta amenazaba con cerrarle la voz. “No tienes que darme las gracias, Martín. Solo quiero que estés bien”, había murmurado, sabiendo que era lo único que podía ofrecerle en ese momento.

Entonces él la había abrazado. Un abrazo fuerte, prolongado, que parecía querer detener el tiempo, contener todo lo que ninguno se había atrevido a confesar. Lala aún podía sentir el calor de ese contacto, el modo en que él había apoyado la frente en su cabello para respirar hondo, como si buscara llevarse un pedazo de su calma consigo.

Después, sus labios habían rozado los suyos en un beso tierno, lento, cargado de dulzura. No había habido prisa, ni urgencia, solo la necesidad de sostenerse en la certeza de que, incluso en medio de todo el dolor, podían ser un refugio el uno para el otro.

“Me hacía falta esto”, le había susurrado él, con la frente apoyada en la suya. Y ella, acariciándole la mejilla, había contestado con la promesa que ahora resonaba en su memoria: “Ve tranquilo… yo estaré aquí cuando vuelvas”.

Lo había visto alejarse hasta perderse tras la puerta del ascensor, con un último apretón de manos que había sido más elocuente que cualquier despedida.

Ahora, sola en su piso, Lala repasaba cada detalle de ese instante: el cansancio en la mirada de Martín, la fragilidad de su voz, la ternura de ese beso que había quedado flotando en sus labios. Y, por encima de todo, la sensación clara de que lo que él no había llegado a decir seguía suspendido entre los dos, aguardando el momento de salir a la luz.

El hospital olía a desinfectante y a café rancio. El murmullo constante de pasos, voces apagadas y timbres de máquinas llenaba los pasillos, creando una atmósfera de espera interminable.

Martín llegó con el abrigo mal abrochado y los ojos aún húmedos. La madrugada se había vuelto pesada, y cada minuto que lo separaba de la puerta de la habitación de su padre se le hacía eterno.

Cuando entró, encontró a su madre sentada en una de las sillas, con las manos enlazadas en el regazo y la mirada fija en la cama. Sus dos hermanas estaban a su lado: Inés, la mayor, con el gesto firme y la espalda erguida como si quisiera sostener el mundo ella sola; y Lucía, la menor, con la cabeza apoyada en el brazo de la silla, luchando contra el sueño.

—Martín… —murmuró su madre, levantando apenas los ojos. Tenía la voz cansada, pero el simple hecho de verlo allí le devolvió un poco de fuerza.

Él se inclinó para darle un beso en la frente y le apretó suavemente la mano. —¿Cómo está?

—Inestable —respondió Clara, con tono práctico, aunque sus ojos delataban el miedo que escondía—. Los médicos dijeron que la próxima hora es clave.

Martín asintió, tragando saliva. Se acercó a la cama y observó a su padre, pálido, con la respiración sostenida por el ritmo monótono de las máquinas. La imagen le golpeó con una fuerza brutal; por un instante sintió que las piernas le flaqueaban.

Lucía abrió los ojos, somnolienta, y al verlo susurró: —Pensé que no ibas a venir.

Él le acarició el cabello con ternura. —Claro que iba a venir. Nunca los voy a dejar solos.

Se quedó de pie, al lado de la cama, con una mano en la baranda, como si necesitara aferrarse a algo tangible para no venirse abajo. Todo su cuerpo estaba agotado, pero la preocupación lo mantenía despierto.

Su madre se levantó despacio y le puso una mano en el hombro. —Hijo, necesitas descansar aunque sea un poco…

Martín negó con la cabeza. —No puedo. No ahora. —Hizo una pausa y bajó la voz, como si hablara más para sí mismo que para los demás—. Él me necesita aquí.

Inés lo observó, notando el cansancio en su rostro. —No vamos a salir de esta noche. Quédate sentado al menos.

Martín obedeció a regañadientes. Se dejó caer en la silla junto a la cama, con la espalda encorvada y la mirada fija en la figura de su padre. Al apoyar los codos en las rodillas y entrelazar las manos, notó aún en su piel el eco del abrazo de Mariana, la calidez que lo había acompañado hasta allí.

Mientras escuchaba el sonido mecánico de las máquinas, se repitió en silencio lo mismo que ella le había dicho: “No estás solo”.

Y esa frase, más que el café o la vigilia, fue lo único que le dio fuerzas para seguir sentado en esa silla, sosteniendo la noche con sus hermanas y su madre, esperando un amanecer que parecía no querer llegar.

El tiempo parecía haberse detenido en aquella habitación del hospital. El zumbido de las máquinas era lo único que marcaba el ritmo de la noche. Martín mantenía la mirada fija en el rostro de su padre, y aunque intentaba no pensarlo, el miedo a perderlo le apretaba el pecho con una fuerza insoportable.

De pronto, la puerta se abrió con suavidad. Entraron dos médicos, acompañados por una enfermera que consultaba unos registros en una tableta. La madre de Martín se puso de pie de inmediato, y sus hermanas hicieron lo mismo, tensas, expectantes.

—Doctor… —empezó Inés, con la voz firme, pero los ojos brillando de ansiedad—. ¿Cómo está?

El médico principal, un hombre de mediana edad con gesto sereno, se acercó despacio a la cama y revisó los monitores antes de hablar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.