Conexión Irresistible ©

4|Fingir.

Wardo

Wardo

 

 

Conocí a Kenzie a pocos días de haber llegado a Nueva York.

El fragmento de la noche en la que nos conocimos sigue fresco en mi memoria. Fue un jueves por la noche. Mi compañero de habitación me había dado la dirección errada del edificio, y me quedé varado en la estación de metro equivocada. Justo cuando iba trajinando por la calle, una estatua bañada en plata se interpuso en mi camino. Juré que era tan solo una trivial estatua de las muchas que hay alrededor de la ciudad.

Para mi sorpresa, se trataba de una persona real interpretando el rol de una estatua. ¿Cómo lo descubrí? Bueno, es una historia un poco abochornante, siendo sincero. Iba con mi cámara, y cuando el flash se disparó, la estatua parpadeó haciéndome soltar la cámara de ipso facto. La lentilla se averió, y la estatua tuvo pena de mí, porque se encorvó para echarme una mano.

La estatua era Mackenzie.

La prima de Jessica Parker. Pero, desconocía acerca de su árbol familiar hasta la noche de hoy. Todo sigue pareciéndome terroríficamente intrigante, porque hace una noche me tropecé con Jess en el parque tras haber estado más de dos años sin verla. Me esforzaba en bloquear los recuerdos de mi pasado, y Jess era uno de esos recuerdos a los que tanto le había huido.

Sobre todo, por el particular y desagradable modo en cómo acabaron las cosas entre los dos.

―¿Osito, me estás escuchando?

La cantarina voz de Kenzie se cuela entre mis pensamientos, obligándome a sacudir la cabeza para dirigir mi atención a ella. Nos encontramos en los simuladores de carreras, y ella ocupa el asiento a mi lado. Sus dedos enroscados alrededor del mando, y los míos sobre mi regazo.

―¿Eh, decías qué...? ―Sueno desconcentrado. Lo estoy. Demasiado. Pero, ¿cómo diablos mantengo el enfoque cuando todavía la alocada idea de que mi novia es la prima de mi amiga -o, ex amiga, no lo sé con certeza- sigue espichándome las neuronas?

Kenzie desvía la mirada de la pantalla con el vehículo deteniéndose, y me mira con las cejas arqueadas. Toda su expresión grita reproche.

―Te decía que el profesor James, me sugirió a un director para una obra en Broadway ―dice con entusiasmo―. Y, si todo sale bien, en menos de un mes iniciaré mi primera obra importante. ¿No es genial?

Sus palabras rebotan de lado a lado en mi mente. Sigo con la cabeza atascada en el mismo pozo desde hace un rato. Más específicamente, desde que descubrí que Kenz y Jess poseían vínculos consanguíneos.

Asiento, y fuerzo a una sonrisa en mis labios.

―¡Eso es fantástico, Kenz!

Kenzie arruga la nariz, y acaricia el mando del aparato con sus dedos.

―¿Por qué no suenas convencido? ―musita. Me lanza una mirada de reojo, y rápidamente vuelve a clavarla sobre la pantalla que le indica sus records de la noche.

Me inclino hacia ella, y atrapo su mano, dándole un apretón suave.

―Perdona, Kenz. Tengo mucho en mi cabeza, pero me alegra exorbitantemente que tengas esta oportunidad. ―Le dedico una sonrisa, y ella se muerde el labio, reprimiendo la suya. Se hará la enojada por mucho rato más―. ¡Naciste para brillar! ―Guío mi pulgar hasta su mentón, y acaricio el contorno del hueso.

Ella deja escapar un suspiro, y la sonrisa se postra en sus labios finalmente.

―¿Irás a verme?

―Sabes que sí.

―¿Me das un beso? ―pregunta en un susurro, acercando su rostro al mío hasta que su cálida respiración me roza los labios.

Un coro de risas atruena en el área de juegos del casino. Fugazmente, disparo una mirada en dirección a la dueña de las voces. Ella se halla abrazando el cuello de Eugene, con sus gestos brillando de emoción. Probablemente, han ganado otra partida de pool. Miro su rostro salpicado de cientos de motitas rojizas que combinan con el color actual de su cabello. Sus grandes y redondos ojos verdes como las hojas de los árboles, y sus esponjosos labios rosados estirados en una sonrisa.

Hace mucho que no la veía. Y, hace mucho que no recordaba el modo tan genuino en el que actúa la mayor parte del tiempo.

Retorno mi atención a Kenzie. Ella sigue aguardando a que haga algún movimiento, y sus ojos brillan fijos sobre mí. Me inclino, y presiono los labios sobre su mejilla. Sé que no fue su petición, pero... a mi cuerpo le ha costado obedecer las explicitas ordenes de mi cerebro.

Recupero una postura natural y relajada, y vuelvo a descansar mi espalda contra el asiento del juego.

―¿No tienes sed? Porque tengo la boca seca ahora mismo.

Me levanto del asiento, y empiezo a caminar en dirección a la barra. El repiqueteo de los altos zapatos de Kenzie me indica que me ha seguido, y la otra pareja con la que hemos venido no demora en aparecerse junto a nosotros.

Kenzie toma asiento sobre la banquetilla a mi costado derecho, mientras que el costado opuesto es ocupado por Eugene, y Jessica decide sentarse en la banqueta contigua a la suya. Se nota a leguas que han simpatizado mucho, y por alguna razón, no puedo evitar sentirme un poco enfadado con mi compañero de departamento. Pero, él no sabe nada acerca de mi historia con Jess. Lo último que puedo hacer es culparlo por llevarse bien con ella.

―Un vodka ―le pido al barman.

―¿Vas a beber? ―La voz de Kenzie me impulsa a dirigirle una momentánea mirada. Solo asiento, y ella luce sorprendida.

―Bueno. En ese caso, yo también quiero un vodka.

―Ustedes son tan blandos ―se burla Eugene, dándole tres golpecitos a la mesada―. Yo pediré un... mojito cubano. ¿Y, que hay de ti, Jess? ¿Eres una blanda o una fiereza?




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