Conexión Irresistible ©

6|No Significa No.

Jess

Jess

 

 

Ya han pasado cuatro horas desde que Kenzie llegó para abrirnos la puerta. Bueno, abrirme la puerta a mí, y recibir a su osito. Mis copias malignas sobre mis hombros hacen una cara de asco. Sigo sin poder entender cómo Eduardo se hace llamar de ese modo. ¿Cómo puede no querer vomitar solo de escucharlo?

También sigo sin poder tragarme toda esta historia en la que mi amigo de la adolescencia se convirtió en el novio de mi prima. No tengo nada en contra de Kenzie, pero su actitud puede llegar a hacerte querer aventarte a los rieles de un tren solo para dejar de aguantarla de vez en vez.

Tal vez con Eduardo sea diferente.

Tal vez, él le haga ser una persona diferente.

El amor hace magia.

Un coro de risas que se filtra en el espeso de las paredes de concreto que rodean mi habitación, me hace apartar el librillo de mi cara para descansarlo justo sobre mi regazo. Me encuentro sentada al bordillo del alfeizar mientras trato de sumergirme en mi lectura de la semana, pero con todo el alboroto que resuena desde el living ha de ser una misión imposible. Ethan Hunt, requiero de tu ayuda.

El anochecer ha caído en la ciudad, y desde mi posición de sastre en el alfeizar puedo contemplar las luces que titilan en la lejanía. Los enormes y longuísimos rascacielos que bloquean algunos puntos de mi parámetro visual, y escuchar el leve bullicio de la cosmopolita ciudad.

Entonces, el coro de risas se vuelve más agudo a mis oídos. Soltando una retahíla de malas palabras para mi fuero interno, me pongo de pie y me encamino hacia la sala en la que se encuentran los tortolos. La voz de Simone invade mis pensamientos llamándome tía vintage, pero me importa un comino parecer aguafiestas mientras hago acopio de todas mis reservas de paciencia.

Ellos no dejan de reírse cuando llego a la sala. Se encuentran tan concentrados en lo que sea que dice Kenzie que ni siquiera han reparado en mi presencia.

Hago una mueca de molestia y me aclaro la garganta.

Siguen riendo.

¿Acaso me he convertido en el puto retrato en la entrada de las casas que nadie ve?

Me lanzo por otro intento, y esta vez suelto una risotada amarga.

―¿Sí, Jess? ―pregunta Kenzie al girarse hacia mí.

Omito la mirada achocolatada de Eduardo por detrás de su hombro.

―Estoy tratando de estudiar ―le informo, alzando mi cuadernillo al aire y agitándolo frente a sus caras de «¿Y?». Tomo una suave respiración, y me obligo a mostrar una sonrisa acartonada―. Sus risas se escuchan hasta en el zoo,

Kenzie asiente al mismo tiempo en que se encoge de hombros como si no entendiese mi punto. Oh, Jesucristo. Necesito mi aspirador ahora mismo.

―Reduciremos el volumen ―interviene la única voz varonil en la estancia.

Solo asiento como agradecimiento y me giro sobre mis talones enfundados por mis calentitos calcetines de lunares de colores. Sin embargo, la voz de Kenzie resuena una vez más, deteniéndome.

―¿Por qué no te quedas a ver una peli con nosotros? ―sugiere.

Vuelvo a girarme hacia ella.

―Debo estudiar.

―Oh vamos, Jess. Necesitas despejar esa cabecilla ―dice. Camina hacia mí, y me coge por un brazo, arrastrándome al mueble.

Pongo resistencia.

―No quiero estorbar ―murmuro, tratando de esquivar al castaño con la mirada. Pero mi instinto me traiciona, y termino encontrándome con sus ojos.

―¡No estorbas, Jess! ―Se ríe Kenzie. Me hace tumbar en medio del sofá, y ella se tumba a mi lado. Eduardo queda a mi otro lado, y su pierna rozando la mía me hace arrimarme como si tuviese alguna enfermedad contagiosa―. Siempre y cuando no me robes a mi hombre ―se mofa.

Intento reír. Pero termino atorándome con una bola de aire en mi garganta. Eduardo también suelta una risita nerviosa, y le observo mientras se lleva la palma de la mano a la nuca y frota su piel, como si estuviese, repentinamente, incomodo.

―No, Kenz. ¡Jamás! ―repongo con horror.

Ella niega con la mano, mientras se desgañita en un coro de risas.

―Tranquila, Jess. Solo bromeo. ¿Ustedes dos? ―Nos mira a ambos, y se ríe―. Ni siquiera son el tipo del otro.

Ella ríe como si fuese demasiado gracioso, pero mi corazón convulsiona como pez fuera del agua. Eduardo se ha quitado las gafas de pasta, y ahora juguetea con ella en su regazo.

―Tan real.

―Confirmo ―se une a la conversación el castaño. Se estira para alcanzar el control remoto, y el lado lateral de su cuerpo roza el mío, haciéndome entrar en una nube de electricidad inaudita―. ¿Podemos ver Liga de La Justicia? ―comenta mientras lee los títulos en Netflix.

―Me agrada ―concuerdo.

Kenzie emite un balbuceo en negación.

―Detesto las pelis de acción o héroes ―hace saber, frunciendo los labios―. ¿Por qué no vemos una de amor? ¿O un documental de algún famoso?

Eduardo se ríe.

―¿Cómo puedes odiar las pelis de héroes? ―murmura con una latente tonillo de ironía―. ¡DC Comics hace películas geniales!

Kenzie rueda los ojos como si no estuviese a favor.

―No tiene nada de genial ver a sirenos con tridentes o... ¿un metahumano que viene de otro planeta? ―Ladea la cabeza, y hace una mueca―. Lo único admisible de esas películas es el actor que hace de Superman, y ni siquiera sale haciendo el delicioso.

Su mención me hace sonreír, pero reconozco que su punto está errado.




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