Jess.
Procuro no hacer ruido mientras introduzco la llave en la ranura. Tomo una profunda bocanada de aire, antes de empujar lentamente la puerta, simulando ser una especie de ladrón entrando a mi propio departamento a media noche.
Kenzie dormida en el mueble en medio del saloncillo se cruza en mi vista. Me aseguro de cerrar la puerta colocándole la cadenilla, y me vuelvo hacia el cuerpo que se encuentra dormitando en el sofá. Su posición fetal para dormir me roba una sonrisa. Kenzie tiene un brazo en el suelo, y con el otro se cubre la mitad de la cara. Sus labios se hallan separados, y ronquidos suaves brotan de su garganta.
Hago acopio de mis fuerzas internas para no estallar en carcajadas a media noche, y me acerco hasta ella para cubrirle con el edredón que, aparentemente, se ha resbalado al suelo. Mirar a Kenzie me lleva de regreso a hace unos minutos, en los cuales me encontraba con su novio, haciéndole preguntas que en el fondo de mí no quería, pero necesitaba saber.
Y luego su contacto.
El miedo pululando en su mirada cuando me aparté.
Fue un deja vú. Pude reconocer esa mirada achocolatada herida en algún rincón de mis recuerdos. Fui testigo de ella el día en el que se marchó a Nueva York. Fui testigo de ella el día en el que me confesó sus sentimientos por mí.
Y ahora es el jodido novio de mi prima.
¿Qué mierda has hecho mal, Jessica?, me digo a mí misma mientras abandono la cobija sobre el cuerpo de Kenzie. Tomo una profunda respiración antes de reanudar mis pasos en dirección a mi habitación.
Más, mi acto es detenido cuando la voz de Kenzie alcanza mis oídos:
―Jess ―dice con tono aterciopelado y amodorrado. Me giro hacia ella, y trato de sonreírle lo más natural que pueda―. ¿Puedes quedarte? ―me pide. Señala el espacio junto a ella en el mueble, y hace un ademán con su cabeza.
Mirarla directo a los ojos se siente como si estuviese clavándome un puñal a mí misma.
Solo me vuelvo capaz de asentir. Retrocedo los pasos que avancé, y me hago espacio en el sillón, junto a ella. Kenzie nos arropa a las dos, y se acomoda por delante de mí; su cabello rojizo cae justo frente a mis ojos. Huele a coco.
―Buenas noches, Jess. ―Le oigo musitar tras varios segundos, en los cuales me había convencido de que su mente se encontraba navegando hacia los brazos de Morfeo.
Una bolsa de piedras se asienta en mi estómago.
―Buenas noches, Kenz.
Entonces, al cerrar mis ojos, solo puedo verlo a él.
(...)
Muevo mi lapicera de un lado al otro, en un constante vaivén. Simone a mi lado parece, verdaderamente, concentrada en las diapositivas que desliza la profesora para nosotros. Por mi parte, hago el esfuerzo, pero por más que intento centrifugar mis pensamientos, algo no anda bien en mi cabeza.
Puede que se deba a que no conseguí pegar un ojo en toda la noche, y en su lugar me dediqué a contar líneas imaginarias en mi cabeza. He descubierto mi nueva pasión nocturna.
―¡Jess! ―Una voz me trae de vuelta a tierra.
Alzo la cabeza para identificar a Simone. Lleva el bolso colgado en un brazo, y ni siquiera me percaté de cuando guardó todas sus cosas.
Parpadeo.
―¿Ya terminó la clase?
―Sí, y parece que te las has perdido ―comenta, dándome una mirada llena de extrañeza. Entiendo su reacción, porque no acostumbro a andar hurgando en mis pensamientos durante las clases.
Me apresuro en recoger mis libretas, y conducirlas al interior de mi mochila.
―No. Solo no dormí bien anoche ―digo en un intento de justificarme.
Simone estrecha las esquinas de sus ojos. ―¡Vaya! ¿Por qué habrá sido?
―¿Estrés? ―blando otra justificación. Nada me justifica cuando se trata de ella. Es demasiado quisquillosa. Su mirada se intensifica, y su ceño se llena de arrugas al juntar sus cejas―. ¿Puedes dejar de mirarme así? Me pones nerviosa.
Simone se echa a reír. Pero en cuestión de segundos, recobra su mirada cargada de acusación.
―¿Cuál mirada, Jessica?
Señalo sus ojos con mis dedos.
―Esa.
Ella señala sus ojos, y despliega sus parpados con exageración. Me echo a reír, y me cuelgo la mochila en un hombro. Instantáneamente, un latigazo se propaga a lo largo de mi brazo. Me trago una maldición, porque además de no haber podido conciliar el sueño anoche, además, dormí como si hubiese estado encerrada en una caja.
Ahora, mis huesos están poniéndome al tanto.
―He quedado con Chester ―anuncia Simone, despegando sus oscuros ojos de la pantalla de su móvil por una fracción de segundo―. ¿Me acompañas?
―¿A dónde?
Simone entorna la mirada.
―A que hagamos un trío ―suelta con ironía. Alza los hombros, y me ofrece más detalles: ―. A la facultad de actuación. ¿No es ahí a donde va Kenzie, y su novio que finge no conocerte cuando se la pasaron todos los veranos comiéndose la boca en el estacionamiento del cine?
Siento a la sangre subir hasta mis mejillas.
―¡Simone! ―le regaño. Trato de inhalar, y disminuir el calor que se ha segregado en mi cara―. Nunca sucedió nada de eso.
Ella ajusta una mueca. ―No porque el sexy novio de tu prima no haya querido.
Le doy una mirada de acusación.
―¿Podemos dejar de hablar sobre el novio de mi prima? ―le pido. Un sabor amargo asciende hasta mi lengua al llamarlo de ese modo. Simone sigue sonriéndome con burla, y le imploro con la mirada―. Por favor.
―Ya entendí todo, ¿sabes?
Frunzo el ceño.
―¿Qué entendiste?
―El por qué no podías dormir anoche ―dice, haciendo una pausa en medio de su diatriba para mirarme tan fijamente, que me hace conjeturar que puede leerme la mente. Puta bruja―. Todo hizo bum en mi cabeza. Y aunque odie las novelas de Telemundo, esta historia suya está muy entretenida.