Wardo
Las letras son el alma de los escritores.
Las armonías son la voz de los músicos.
Los colores son el modo de ver la vida de los artistas.
La vida es la esencia de un fotógrafo.
Existen momentos indicados; en los cuales solo un buen ojo, una lentilla y una escena puede significarlo todo. Momentos indicados. Dos palabras que constantemente había estado escuchando durante el ultimo trimestre de clases. El profesor Harrinson hacía énfasis en que los momentos adecuados son clave en la fotografía. Lección a la que solía volcar a la vida propia. Pero, tanto para él como para muchos otros artistas, el verdadero problema reside en poder identificarlos.
También me había hecho la misma pregunta. ¿Cuándo puedo saber que se trata de un momento indicado?
Tal vez se trata de la armonía de los colores que tintan el cielo. O, puede que sea la mezcla de sonidos, la dirección del viento o el clima. Sin embargo, parte de mí se ha convencido de que iba más allá de todas esas simples características.
Me encuentro entibiado un asiento en medio de un gran auditorio atestado de estudiantes interesados en las palabras que brotan de los labios del profesor Harrinson. Mis ojos se deslizan en un vaivén siguiendo los ondulatorios movimientos que hace. Él habla acerca de la importancia acerca del zoom en las fotografías. Pero, aunque batallo conmigo mismo, tratando de enfocarme en la clase, mi mente se ha transportado a otra vida.
Permanezco tan absorto en medio de mis pensamientos que ni siquiera me percato de que una voz se encuentra hablándome justo a mi lado.
—Aquí vamos de nuevo con lo de doña grandes boobs —dice la chica con una nota de ironía. Su voz capta mi atención. Y no sé si mi nivel de despistes es tan alto, pero no la identifico en ningún rincón de mi cabeza.
—Bueno, no puedes culparlo por no superarla —digo a modo de respuesta. Sigo con mi mirada fija sobre ella, porque parte de mí no se da por vencido. Debo haberla visto antes… en algún puto lugar.
Una de sus cejas se eleva.
—Cuanto machismo, ¿no?
—Eh… —Su comentario me deja fuera de base. Deslizo una mano a mi nuca, masajeando parte de mi piel.
Una sonrisa torcida se asoma en sus labios.
—Hombres.
—¿Perdona?
Ella vuelve la atención a su libretilla. Pero responde, de todos modos.
—¿No puede superarla solo porque tiene grandes tetas? ¿Y si las tuviera del tamaño de un mamón?
Una nube de silencio ronda a nuestro alrededor.
Ella prosigue. Esta vez medio gira su cuello hacia mí.
—¿Alguna vez has visto un mamón?
Niego. —No tengo ni la menor idea sobre lo que me estás hablando.
El movimiento de su lengua deslizándose sobre sus mejillas es evidente. Una sonrisa es opacada ante su gesto.
—No tienes idea de lo que te has estado perdiendo. —Ella arrastra su libretilla al interior de su mochila, y luego se levanta de la silla para marcharse sin siquiera ofrecerme su nombre.
Por lo que, rápidamente, recojo mis pertenencias y emprendo mi camino detrás de ella.
—¡Ey! ¿Cómo te llamas? Nunca te había visto por aquí.
—Moka.
Estira su mano en mi dirección. Pero el pasmo junto a la curiosidad me embarga por completo. Mi boca se abre como respuesta.
—¿Moka?
Ella se encoge de hombros, como si estuviese verdaderamente acostumbrada a recibir dicha pregunta.
—A mi madre le gustaba el café —responde, escueta. Lame sus labios a la vez en la que ajusta el asa de su mochila sobre su hombro—. Más que a la media, ¿no?
Asiento. Entonces, caigo en cuenta que tal vez, no sea muy amable de mi parte no hacer algún comentario positivo acerca de su nombre.
—Me gusta tu nombre —le hago saber. Sonrío—. También me gusta el moka.
Ella sonríe. —A mi no.
—Yo me llamo Eduardo. Pero me dicen, Wardo.
Moka mueve su cabeza con obviedad.
—Respondes cada puta pregunta que hace el profesor Harribobo. ¿Crees que no me he dado cuenta de cuál es tu nombre?
Su sinceridad me hace abrir mis ojos ampliamente.
Ella arroja un suspiro al aire que se mezcla con el humo del ambiente.
—Nos vemos.
Solo levanto mi mano para despedirme mientras la observo marcharse en medio de la pasarela atiborrada de estudiantes. Su cabello rojizo se difumina en medio de las personas, y entonces, siento que es un momento. Uno de esos momentos que tanto ha dicho el profesor Harrinson que son indicados para una buena fotografía. Configuro la lentilla, y antes de perderla de vista, aprieto el botón.
Vuelvo a guardar la cámara en el bolsillo de mi mochila, y reanudo mi camino hacia la salida del establecimiento. Había quedado con Eugene en encontrarnos a la salida. Luego de la conversación que tuve con Jessica el otro día, dudaba a grandes escalas que accediese a seguir con nuestro trato.
Parte de mí se sentía como si perseguir a Jessica, fuese lo mismo que nadar contra la corriente. Tarde o temprano, terminaría ahogándome. Ya me había sucedido antes, cuando íbamos juntos a la misma secundaria. Y el día en el que abandoné aquella ciudad, me prometí a mí mismo olvidarme de ella y enviar a la basura todos los sentimientos que habitaban en mí.