Conexión Irresistible ©

14|Recuerdos.

Jess

Jess

 

Yo besé a Eduardo.

Yo di ese primer paso que había estado rondando en mi cabeza durante todo este tiempo. Pero, ¿cómo podía evitarlo mientras él me mira de ese modo? Me mira, y mis pies dejan de tocar el suelo. Sé que suena realmente cursi, tonto e incluso, a muchas personas ha de resultar repugnante.

Pero si tuviese que escoger una sola palabra para describir lo que él me hace sentir; diría que todo. Porque no hay una sola cosa que no me haga sentir. Y mientras nuestros labios se vuelven uno, compruebo que he caído bajo.

No señores. Yo no salté. Yo me tiré al fondo del precipicio a sabiendas de que en el fondo no habría más que duras y frías rocas.

Solo que justo ahora solo deseo disfrutar la caída.

Sus labios son los mas suaves, calientes y deliciosos labios que alguna vez probé en la vida. Y he dado muchos besos. Algunos muy malos. Otros no tanto. Pero si pudiese compararlo con alguno antes, simplemente no podría. Porque besarlo a él es en lo absoluto diferente.

Mis manos se encuentran ancladas a su nuca, mientras sus dedos se hunden con suavidad en mi cintura. Cierro los parpados mientras me permito disfrutar la calidez de su boca, el suave pero tentativo roce de sus labios. Se mueve con una lentitud aplastante, llena de ansías y un deseo latente detrás de cada roce. Como si hubiese estado aguardando ansioso por este instante durante mucho tiempo, y ahora que se ha hecho realidad, desease congelar los segundos para siempre.

Hasta que debemos separarnos por aire.

Una grácil melodía sigue armonizando en el fondo, pero todos mis sentidos se hallan desorientados. Mis manos siguen acariciando su nuca con delicadeza, y nuestros pechos suben y bajan con sincronismo. Agradezco en mi fuero interior que las luces sean demasiado tenues, para maquillar el rubor que debe cubrir mi rostro entero.

Despliego mis parpados hacia él.

Está mirándome con atención. Como si tuviese miedo de qué hacer a continuación.

Debo carraspear para encontrar mi propia voz.

—Yo... —Quiero seguir hablando. Decir algo más. ¿Debería disculparme? ¿Debería él disculparse conmigo? ¡Tú fuiste quien lo besó, idiota! Pero, técnicamente, él fue quien confesó que deseaba besarme primero.

Mientras debato en mi propia cabeza, le veo estirar los labios en una sonrisa nerviosa. Seguimos meciéndonos con destreza alrededor del saloncillo.

—Perdona —dice por lo bajo. Mis ojos se agrandan, y frunzo mi boca como un pescado.

—¿Perdona? —hablo con incredulidad. Una risilla llena de nervios escapa de mi garganta—. ¿Te das cuenta de que te besé? ¡Yo te besé! —Entonces, caigo en cuenta de que acabo de atarme una soga al cuello.

Oh, mierda.

¡Kenzie!

Eduardo sigue sonriendo. Por un segundo, quiero estampar mi puño contra su bonita sonrisa porque no ayuda mucho a mi cargo de consciencia.

—Yo te empujé a hacerlo.

—¿Y? ¿Me hace menos culpable? —rechisto, sintiendo a mis mejillas calentarse.

Él despega una mano de mi cintura para rascarse la ceja.

—¿Cincuenta-cincuenta?

—Oh, no. —Mi cabeza comienza a doler intensamente. Decido despegarme de su cuerpo, y mover mis piernas en busca de algo para tomar. Mi corazón no ha dejado de palpitar como desaforado adentro de mi caja torácica—. Kenzie no se merece esto... —susurro para mí misma.

Me encuentro tan sumida adentro de mis pensamientos que ni siquiera me fijo de por donde camino, hasta que me tropiezo con un gran y robusto cuerpo, que me hace caer de bruces contra el suelo.

Sin embargo, mi cuerpo nunca alcanza a tocar el suelo, porque un par de fibrosos brazos se lanzan a mi rescate. Sus ojos chocolate me perforan hasta dejarme sin aire. De un brinco, trato de recuperar la compostura.

Termino mi recorrido hacia la barra.

—¡Un shoot del whiskey más fuerte que tengas! —le pido al barman.

Eduardo me sigue de cerca cuando tomo asiento en uno de los banquillos. Pero, siendo honesta, lo último que deseo es ver su bonito rostro a mí alrededor recordándome que acabo de engañar a mi prima.

—Jess... —Me llama el castaño, pero no le presto atención. El barman coloca el vasito con whiskey frente a mí, y no lo medito dos veces antes de llevármelo directo a la boca y beberlo de una sola estocada. El líquido arde mientras se desliza pasivamente por mi garganta—. Jess, ¿podemos hablar?

Y de pronto, siento ganas de llorar. Atrapo el borde de mi abrigo, y lo arrastro sobre mis parpados calientes.

—¿Me das otro? —le indico al barman.

Su mano sobre mi hombro, envía una oleada de electricidad que se propaga por mi cuerpo entero. Me obligo a darle la cara.

—¿Te das cuenta de que acabamos de engañar a Kenzie? —le lanzo la pregunta. Pero mi voz es temblorosa. Casi inconsistente. El barman me trae el vaso, pero esta vez no quiero no tocarlo. Solo jugueteo con el vasillo entre mis dedos fríos.

Eduardo suspira.

—Esta mañana le pedí venir, Jess.

Suelto un resoplido sarcástico.

—Oh, ¿quieres que me sienta más cabrona? —digo con amargura.

Él menea la cabeza, y sus facciones son suaves.

—Le pedí venir para poder romper con ella —termina de decir. Toma asiento en el banquillo a mi lado, y sus dedos se entrelazan por encima del taburete. Enfoca mi vasillo con whiskey y le da un trago largo, para luego torcer los labios y arrugar el ceño—. No amo a Kenzie, Jess. —Me mira apenas por encima de su hombro—. No me he enamorado de alguien verdaderamente.




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