Sucedió otra vez. Una persona se había vuelto una grotesca obra de arte sacada del fondo del infierno, cuyo cadáver se pronunciaba de formas retorcidas e inimaginables en lo que parecía ser el escenario y podio de un asesino que estaba mostrando su obra a los demonios del averno.
Y lo peor, es que ya parecía haberse vuelto normal para los habitantes de aquella ciudad.
Jayce, por su parte, se hallaba en su habitación, leyendo comentarios y publicaciones en redes sociales. En muchos de ellos hablaban de planes futuros, compartían imágenes graciosas o sólo se quejaban de la vida. Sus mejores amigos discutían de temas desagradables en chat y lo etiquetaban en publicaciones de tendencias. Aunque esto no llegaba hasta el fondo de los pensamientos del chico de bachillerato, quien pasaba de largo el texto con su pulgar en automático.
—¡Jayce! ¡Baja a desayunar! —gritó la madre del adolescente, mismo que suspiró de molestia, guardó su móvil, tomó su mochila y salió de su espaciosa habitación.
Al bajar las escaleras, notó que la casa estaba ya casi vacía, mas no le cambió la dura expresión del rostro, ni siquiera el olor a los pancakes hechos por la mujer que seguía hablándole hasta que lo escuchó descender.
Una vez en la mesa, arrojó su mochila al sillón más cercano de la sala y se sentó a comer, notados dos platos vacíos frente a él.
—¿No se te va a hacer tarde? —preguntó la madre al ponerle un vaso de jugo al lado y una lonchera.
—¿Otra vez me llevaré comida? Es un fastidio calentarla —expuso el joven un tanto molesto.
—Todavía no pasa el mes.
—Lo sé, por eso llego tarde —expresó al comer un poco, enojado.
—No, llegas tarde porque no te levantas temprano. Debes ser un poco más disciplinado.
—Supongo ellos están contentos por esto. No entiendo por qué les hacen caso —refunfuñó el chico, dejando de comer por el enojo, no tomando la lonchera y saliendo de su hogar con su mochila en mano—. Me voy. Ojalá el metro no tarde en pasar o vaya lleno de gente apestosa.
—¡Jayce! ¡La lonchera! ¡Jayce! —gritaba la mujer al tratar de seguir a su hijo con la comida que le preparó, pero aquel no volteaba, rendida en la puerta del hogar al ver al chico, molesto—. ¡Por favor, ten cuidado! ¡No hables con extraños! —pidió preocupada aquella, vista la lonchera en su mano y suspirando de arrepentimiento.
Por su parte, Jayce caminaba fuera de la residencial donde vivía, reconocido por los guardias e incluso algunos vecinos de la colonia aledaña. Su camino continuó hasta la primera estación del metro que le quedaba a quince minutos caminando cuesta debajo de su morada.
Ahí compró un pasaje, pasó al anden y esperó el vagón que lo llevaría a la escuela, en el cual se subió sin problemas, transbordando unas estaciones más delante. Fue ahí cuando lo vio, la escena del crimen más reciente del asesino al que llamaban «vampiro», pues gran parte de la sangre de las víctimas desaparecía de sus cadáveres.
La policía forense, los detectives y la prensa estaban en el lugar, igual que muchas personas curiosas y otras que, al igual que Jayce, veían el escenario desde arriba, cubierto el cadáver por mantas plateadas que el viento levantó un par de veces, revelado el siniestro escenario debajo.
«¡Qué flojera!», pensó el estudiante al ver eso, sin darle la más mínima importancia.
Fue entonces que lo vio, a un sujeto alto y moreno de ojos ámbar, pelo cobrizo y sobrero fedora. Estaba del otro lado del andén, con un chaleco sin mangas y su arete con una pluma azul hondeándole por el viento, jugando con unas cartas de póker.
Al inicio, lo pasó de largo con los ojos, mas luego los regresó a él y notó que lo veía directo, con una mirada desafiante y una sonrisa coqueta. El corazón del joven se aceleró, como si dentro de él un instinto le advirtiera del sujeto, el cual le guiñó el ojo.
Ofendido, Jayce pensaba levantar su mano y mostrarle el dedo corazón, pero el metro del otro lado pasó y lo quitó de su vista, mezclado entre los pasajeros y seguro abordándolo. Algo que lo dejó pensando, mas no habría más embrollo, de no ser porque un hombre mayor se acercó a él y le tocó el hombro para llamar su atención.
—¡Joven! Tiene algo pegado ahí —dijo el anciano, a lo que Jayce volteó extrañado, tratando de buscar en su nuca lo que señaló el desconocido, hasta que él mismo se lo retiró—. Es esto —explicó el viejo, dado al estudiante y notado que era un naipe.
El Jack de corazones se encontraba frente a él, y al voltearlo, descubrió que tenía un número de teléfono y un mensaje: «Eres lindo. Besos».
Enojado, Jayce rompió la carta en varios trozos, lo que sorprendió al viejo, retrocediendo ante tal acción un tanto violenta, tirados los pedazos al suelo.
—No era nada. Lo siento —expresó el chico al notar lo que hizo, ya más tranquilo.
—No te preocupes, Lindo. ¡Besos! —dijo el viejo al pasar tras Jayce, lo que hizo a éste voltear para verlo y notar que iba bajando del andén el mismo sujeto que vio al otro lado.
Corrió para tratar de alcanzarlo, mas ya no había nada allí abajo cuando se acercó. Fue como si hubiera visto un espejismo.
Asustado, con el corazón a punto de salírsele, miró alrededor y notó a todos tranquilos, por lo que mejor respiró profundo y se apresuró en irse.
«Por eso odio venir a pie», pensó Jayce, aún más frustrado por su situación.
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Editado: 07.01.2025