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Primera Unión: Retroceso

En el bachillerato, Jayce se encontraba viendo a la ventana, pensativo. Recordaba lo que le había ocurrido en el metro con el extraño sujeto, frustrado por no poder haberlo alcanzado y sorprendido por lo que presenció.
«¿Será una especie de mago? Tenía la pinta», pensó el joven, para luego su amigo que se sienta tras él empujarlo, llamando su atención.
—¡Oye! Te estamos hablando. No nos ignores, sordo —dijo el joven de ojos cafés y piel asoleada, mismo que parecía tener puesta ropa de marca muy cara.
—¿Qué pasó, Tony? —preguntó Jayce, despreocupado y un tanto molesto, lo que hizo reír al otro par.
—¡Cielos! ¿No dormiste bien? Estás bien perdido, amigo —enunció la otra, quien era una chica de cabello corto y mirada pícara, parecía astuta.
—No es eso, Marisa. Me pasó algo raro en el metro de camino para acá.
—¿Otra vez te empujaron?
—¿Un señor trató de discos pirata? —preguntaron Marisa y Tony en respectiva, lo que hizo suspirar a Jayce.
—No, vi a un sujeto extraño. Al principio estaba del otro lado del andén revolviendo unos naipes de póker, pero cuando lo perdí de vista por el metro, en un parpadeo, apareció una carta en mi espalda que un viejo me ayudó a quitarme. Venía un mensaje escrito, y cuando me deshice del objeto, el viejo repitió lo mismo que decía la carta. Lo curioso es que, cuando volteé a verlo, no era el anciano, sino el mismo tipo que había visto antes, bajando del andén. Traté de seguirlo, pero lo perdí de vista —explicó el joven, a lo que sus amigos se le quedaron viendo, perplejos.
—Ok. Suena a una historia de terror, pero de día. No da tanto miedo —expresó Tony de forma burlesca.
—Sí dio miedo. Me hace pensar en qué debo de hacer para convencer a mis padres de que me devuelvan el auto.
—¡Vamos! He tomado el metro toda la vida y nunca he visto cosas raras. Incluso lo he abordado de noche. No seas cobarde —comentó Marisa al recargarse de su asiento.
—¡No sean así! ¿Por qué siento que no les importa?
—¿Qué decía? —mencionó Marisa con una voz seria y un rostro un tanto seco.
—¿Qué?
—La carta, Jayce. ¿Qué decía? —presionó la joven sin dejar de mirar a los ojos a su amigo, mismo que continuaba con su expresión dura de molestia.
—Nada —respondió luego de suspirar—. No es lo importante, pero ya déjenlo así.
—Mejor dinos si viste el siniestro —respondió ante eso la chica, emocionado Tony.
—¡Es verdad! ¡Tú pasas por esa estación! Sucedió apenas hoy en la madrugada y un usuario del metro lo vio desde las alturas. ¿Cómo fue? —preguntó el chico, feliz, a lo que Jayce, enojado y fastidiado, contestó sin verlos.
—Igual que siempre: un desastre. Había policías, forenses y todo eso. Además de chismosos.
—¡Sabía que debí haber ido a echar un vistazo! Ahora hay que esperar a que se filtren —mencionó Marisa, decepcionada.
—¿Crees que los del foro encuentren un patrón? Este mes es la tercera. El sujeto está con todo —secundó Tony, emocionado.
—¿Cómo rayos pueden gustarles un tema tan horrible? ¿Están tontos o qué?
—Jayce, el «vampiro» es un caso único. Ha estado matando 3 años sin ser atrapado. Asesina a cada rato y ni una pista de tan siquiera quien pueda ser. La policía está vuelta loca, los detectives desesperados y la gente asustada. Lo más importante, es que estamos seguros que el tipo quiere decir algo. No hace al azar el acomodo de los cadáveres. Hay un mensaje oculto. Es un artista macabro —explicó Marisa, alegre y apasionada.
—Suena a como si lo admiraras.
—No, para nada. Sólo me es fascinante—revela aquella cambiando su tono de voz y expresion—. Me encantaría saber qué demonios es lo que piensa. El enigma es lo que me atrae, no las atrocidades como tal.
—Sigues sonando como una enferma fanática o algo parecido—replica Jayce, a lo que Marisa, con una cara de molestia y cinismo, le pinta el dedo y escuchan al profesor entrar a clase, por lo que se acomodan.
—¿Tú papá no puede decirte si está malito de la cabeza? —cuestionó Tony a la chica.
—Es neurocirujano, no psiquiatra.
—Es obvio que está enfermo —responde Jayce luego de Marisa—. ¿Quién en su sano juicio deja así a los cadáveres luego de chuparle la sangre como si fuera mosquito?
—¡Los tres de allá atrás! ¿Están ciegos? Ya inicio la clase. ¡Guarden silencio! —La represión del profesor hizo a los tres callarse, empujado Tony por Marisa, la cual está a su derecha, emitida una risa por ambos, observado un pedazo de naipe que Jayce recogió antes de irse del andén, mismo que tiene la J y el corazón de la carta.
Gracias a las largas horas de clase, Jayce consiguió sacarse al sujeto de la cabeza hasta la salida, donde se despidió de Tony y fue hasta el metro con Marisa, misma que había cambiado el tema por otro usual.
—Entonces la tortuga aparece y le indica al sujeto que su amada está en otro cuerpo. ¡Sabía que ese animal haría algo más delante! —explicaba la chica con bastante enjundia, visto que, al estar en el andén, Jayce cambió su expresión y su mirada se perdió en la nada—. ¿Por qué te intriga tanto el sujeto?
—No lo sé. ¿Tal vez porque en menos de 10 segundos apareció detrás de mío en forma de un anciano? ¿Tan difícil es de creer? —preguntó el chico, un tanto desesperado y sarcástico.
—No, no lo es. Es sólo que creo que le estás dando demasiada importancia. Tal vez lo mal entendiste o creíste verlo. Tú mismo dijiste que te desvelaste viendo partidos de football.
—No, porque tengo esto. —Jayce mostró el pedazo del naipe, tomado por Marisa, la cual regresa la mirada al chico levantando una ceja, preocupada.
—Esto no prueba que te equivocaste. Me dice que estás paranoico.
—¡Gracias!
—Oye, en serio. ¿Por qué no vamos a la escena del crimen? Es donde lo viste, ¿cierto? —propuso la chica, a lo que su amigo aceptó, tomado el metro para llegar hasta dicho punto, el cual estaba más concurrido que en la mañana, emocionada Marisa de ver el siniestro, aunque ya no había nada más que bolsas que cubrían donde estaban las manchas de sangre.
—¡Pff! ¿Aún no limpian la sangre?
—El clima está húmedo. Supongo lo harán mañana. ¡Hay que bajar!
—¡Wow! Se supone que venimos por el tipo raro. No por el asesino.
—¿Y si el tipo raro es el vampiro? —Esto dejó helado a Jayce, tomada su mano por Marisa, llevándolo a la salida del andén.
—¡Con más razón debería preocuparme y menos deberíamos de bajar! ¡Olvídalo, mejor! Ya subirán las imágenes a internet. A los foros esos donde los otakus y los creepy como tú y Tony se juntan a hablar de un imbécil que mata por diversión —argumentaba Jayce poniendo algo de oposición, mas no deteniendo su paso con Marisa del todo, sólo dificultándolo.
—No sabemos si es por diversión, un problema psicológico o por un ideal. Es fascinante desde la psicología y sé que suena a una locura, pero me gustan los acertijos —mencionó la chica al detenerse en la salida y voltear a ver a su amigo a los ojos con una gran sonrisa. Aquel miró su entusiasmo y no pudo evitar emitir una ligera sonrisa, para luego ser empujado por Marisa hacia la escena del siniestro.
Ahí, puestos justo al lado de la cinta amarilla que colocó la policía para evitar el paso de los civiles, observado por la muchacha que había oficiales cerca de la zona, por lo que no podría dar un paso más cerca de donde debería.
—¡Qué aburrido! Ya no hay nada ahí. No entiendo por qué restringen el acceso.
—Déjate de payasadas, mujer. ¿Qué quieres ver? Ya sólo hay sangre en el asfalto. Nada más que eso.
—¿Cómo era? —cuestiona sin dejar de ver hacia el frente—. Lo viste, ¿no?
—Sí.
—Entonces cómo er…
—Una mujer. Se veía joven. Tal vez en sus veintes. Blanca, cuerpo normal y de cabello oscuro corto. Estaba descuartizada y sus miembros fueron cosidos de vuelta a su cuerpo de forma desordenada, atravesada por un tubo por la boca o algo así. Eso supongo, porque no alcanzaba a verlo bien. Estaba cubierto.
—No te pases.
—La verdad si era muy desagradable. No me puede caber en la cabeza como alguien puede hacer algo así y no dejar ni una sola pista.
—¿No lo viste? —cuestionó Marisa al inclinarse hacia adelante y poner sus manos atrás, con la mirada justo sobre los ojos de Jayce, puesta una sonrisa juguetona en su rostro—. Él siempre deja pistas. Es sólo que todos somos unos incompetentes y no las entendemos. Quisiera saber, ¿qué carajo está pensando?
—Hace frío y tengo hambre. ¡Vámonos!
—¡Qué aburrido eres! Pero también tengo hambre. —Ambos jóvenes se dan la vuelta y se alejan de la escena del crimen, no sin antes Jayce darle un último vistazo, tomar el pedazo del naipe y dejar que el viento se lo lleve.
—Odio los acertijos —explicó el chico, se dio la media vuelta y comenzó a subir al andén.
—¡Imagínate que sí fuera el vampiro a quien viste! Suena a una película barata adolescente de terror.
—Sí, de esas culeras. Los adolescentes no resuelven casos criminales. Esto no es un anime o algo así.
—Ciertamente no lo es. Bueno, lamento tanto haberte frustrado hoy con esto. Sé que te asustaste o al menos creías que lo del sujeto fue interesante y te ignoramos. Lo siento —dijo apenada Marisa, un tanto sonrojada y con la mirada sobre el suelo. Jayce suspiró ante ello y reflexionó antes de responder.
—No, Tony tiene razón. Estoy enojado por lo del auto. Es todo.
—Jayce, no fue tu culpa que lo chocaras. Esa maldita vieja se atravesó. Es todo, no te culpes. No es como que alguien haya muerto.
—Lo sé, es sólo que me pone a pensar un poco en las decisiones que he tomado. Tal vez sí deba hacerme un poco más responsable.
—¡Claro que no! Somos jóvenes. Tony siempre lo dice: es la edad para desmadrar todo. No sobre pienses eso y mañana vámonos a comer algo. ¿Qué te parece?
—¡Bien! Me parece excelente. —Con eso, ambos se despiden luego de un abrazo y el muchacho ve como su amiga lo deja sólo en el andén.
De regreso a casa, el estudiante reflexiona sobre lo que ha sucedido y tan metido estaba en sus pensamientos que, en un parpadeo, termina en su hogar, donde nota que sus hermanos, todavía con la ropa formal que usan en sus trabajos, están sin zapatos en la sala, cada uno en sus móviles.
—¡Jayce! —dice el hermano mayor al verlo. No se notaba nada contento y cansado—. ¿Agarraste mi botella de Whiskey otra vez?
—¿Qué? ¡No! No he bebido desde el accidente. Ni siquiera me paso por tu habitación desde que le cambiaste la chapa. ¿Crees que no me di cuenta?
—¿Entonces quién lo tomó? ¿Mamá?
—A lo mejor fue la sirvienta.
—¡Oye! Doña Cleo tiene un nombre, mocoso. Y no es ninguna sirvienta, sólo ayuda con el aseo —enunció la hermana del medio, misma que estaba molesta por el comentario.
—¡Lo que sea! No la tomé yo. Si se desaparecen las cosas, no me apunten a mí primero. Pregunten a mamá también o a «Doña Cleo». —En eso, la madre se hace presente, apresurada. Saluda a los mayores con un gesto de su mano y una sonrisa apretada, mientras que a Jayce se le acerca y le planta un beso en la mejilla, hablando con alguien por teléfono sin cesar, pasada a su habitación.
—Luego hablaremos, ladrón —dijo el hombre, seguido por su hermana, dejado solo al menor en la sala, escuchado cómo las puertas de sus cuartos se cerraron.
Jayce, molesto por ello, subió las escaleras haciendo todo el ruido posible y azotando su puerta como si quisiera romper el marco de la misma.
Ya dentro, el chico arrojó su mochila a la cama y se recostó en ella unos momentos. Miró el techo unos minutos, enojado, y empezó a desnudarse para ir a su baño y darse una ducha, en donde recordó lo que había ocurrido el día del incidente que le provocó estar castigado y sin el auto por un mes entero. Estaba cansado de ir a pie hasta el colegio, de ver cosas desagradables del asesino y de tener que soportar gente extraña.
Más tranquilo, Jayce entró a su habitación secándose el cabello, notado que su mochila estaba puesta de manera inusual sobre el mueble en donde la había arrojado. Se hallaba «sentada», como si alguien la hubiera puesto así a propósito. Pronto el joven se colocó la toalla alrededor de la cintura y revisó la espaciosa recamara, sin encontrar rastro de nadie.
Lo que sí, es que vio sobre su escritorio su lampara prendida, apuntando a un naipe boca abajo sobre dicho lugar.
Desesperado, corrió hacia éste y lo tomó de inmediato, visto que es el mismo Jack de corazones.
—Esa es tu carta. ¿No? —dijo alguien tras la espalda del joven, por lo que éste volteó hacia atrás, horrorizado, sentándose en su cama y mirando a todos lados, agitado. Parecía que se había quedado dormido y tuvo una pesadilla.
—¡Jayce! —gritaron desde abajo, lo que lo asustó de momento, saltando como reacción ahí donde estaba—. ¡Ven a cenar, hijo! —continuó la madre, a lo que el chico se levantó, no sin antes notar que, dentro de su mano, todavía tenía el pedazo del naipe que juró haber soltado antes.
—Esto es una mentira. ¡No es real! ¡No es real! —siguió repitiéndose al cerrar sus ojos, asustado.
Al abrirlos, notó que ya no había nada ahí, mas se dispuso a encontrar al sujeto y esta vez hablarle de manera directa.




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