Conexiones 0

Tercera unión: Salvador

Poco antes de bajar, cuando Jayce veía hacia el lugar donde parecía que los hombres iban a buscar aventuras, una persona llamó al muchacho.

—¡Buenas noches, joven! —dijo una mujer de edad avanzada y ojos azules, a quien Jayce, extrañado saludó de vuelta—. Disculpa que te moleste, tal vez no me recuerdes, pero yo sí a ti. Ayer días vi que te comportaste un poco atípico en el andén de la estación «Mirador» —expresó la anciana, cosa que dejó sin palabras al estudiante.

—Sí. ¿En serio? ¿Cómo fue?

—Bueno, es que tengo una sobrina que padece de esquizofrenia y tal vez tú no lo hayas notado, pero fue como ver un síntoma. Por favor, no te ofendas —explicó aquella, asustando a Jayce.

—¿Qué vio? ¿Cómo me comporté?

—Fue raro. Pasó el metro y te quedaste inerte, como si te hubieras congelado. Luego, un muchacho de sombrero y chaleco fue a hablarte. Te dio una carta de póker, misma que viste sin decir nada, paralizado. Él comenzó a irse, tú rompiste el regalo poco después, muy molesto, y empezaste a hablar sólo, hasta que reaccionaste asustado y buscaste por todos lados. Fuiste hasta la escalera, por donde se retiró el que te dio el naipe, pero tenía rato de que se había ido.

—¿Q-qué? No puede ser… —dijo el chico, asustado.

—Lo sé. Mi sobrina era igual. Se quedaba parada viendo a la nada, como si algo pasara por su mente. También reaccionaba lento a situaciones, como si el tiempo se congelara a su alrededor. Ve a hacerte estudios —concluyó la señora a ponerle la mano en el hombro al joven.

—Yo… Entonces él fue hasta donde yo estaba. El sujeto de sombrero fedora y chaleco sin mangas.

—Sí, así es. ¿No lo recuerdas? —Fue ahí que el chico tomó la decisión de seguir buscando, despidiéndose de la amable anciana preocupada, bajando del andén hasta un lugar donde, sin dudas, un joven cómo él correría peligro.

Las calles eran tenebrosas y oscuras. Parecía que los faros de ese lugar estaban descompuestos o alguien hacía que no encendieran. Algunos sólo parpadeaban, lo que volvía todavía más escalofriante la zona. A pesar de todo ello, había bastante gente dispersa, semi oculta.

Todos eran hombres, la mayoría de una edad por encima de los treinta años. Se notaban interesados en Jayce desde que puso un pie dentro, haciendo señas al tocarse en la entrepierna, sonriéndole cuando cruzaban miradas e incluso indicándole que se acercara a ellos o que los siguiera.

El muchacho, por su parte, estaba atemorizado. Los nervios del chico eran notorios, y aunque quería regresar por donde llegó, el temor a ser seguido, por las obvias razones, le hizo mejor tratar de salir por el lado contrario, pues esa calle conectaba con otra avenida a la cual ya casi estaba por llegar.

El plan era preguntar por Hendrik, mas, al estar dentro y notar el ambiente, Jayce quedó intimidado y cambió de parecer. Ahora sólo quería salir de ahí tan pronto le fuera posible.

Por desgracia, eso no iba a ser tan fácil cómo pensaba, pues la entrada del otro lado de la avenida estaba cerrada por una valla vieja, que a pesar de verse un tanto oxidada y débil, tirarla iba a ser un problema y mucho ruido, por lo que decidió darse la vuelta y, ahora sí, salir cómo debió hacerlo en un inicio.

En el regreso, algunos hombres hasta le chiflaron, Jayce se veía ya muy agitado, sobre todo porque notó como algunas personas, descaradas, estaban practicando actividades promiscuas frente a todos, sin ningún tipo de pena o vergüenza. Esto lo llevó a tratar de ir más rápido, cosa que lo llevó a confundirse y dar una vuelta de forma errónea, perdido entre los callejones, apagado el faro más cercano de donde estaba, cubierto ahora por la oscuridad.

Aterrado, el chico buscó la luz más cercana y se decidió moverse hacia allá, pero un hombre corpulento le cortó el paso, mostrándole los genitales.

—¿A dónde con tanta prisa? —dijo el sujeto de gran edad y más alto que Jayce, a lo que éste, asustado, se negó tartamudeando.

—N-no, gracias —replicó, tratando de rodearlo, pero el sujeto no se retiraba.

—No tengas miedo. Para eso entraste —dijo el hombre, acercándose más a Jayce, a lo que aquel, asqueado, corrió y evadió al sujeto, no sin antes escuchar algo—. ¡Ven para acá, papito!

El corazón del chico estaba a punto de salírsele del pecho. No sabía a donde ir, no reconocía las calles y sólo notaba personas que tenían las mismas intenciones que el sujeto que iba tras él.

Desesperado, trató de esconderse en un angosto pasillo, puesto detrás de un bote de basura, en donde abrazó su mochila, llorando y pidiendo que no lo encontraran. Tomó su teléfono, marcó a su padre y cuando escuchó tres tonos, la luz del teléfono provocó que su acosador lo hallará.

La llamada no fue correspondida, pero el sujeto sí llegó hasta él, mismo que guardó su móvil y se puso de pie para tratar de escapar, pero el callejón estaba sin salida.

—¿Para qué te pones nervioso? —dijo el hombre a la par que se bajaba el pantalón.

—¡N-no! No entiende. Eso es un error. Yo no quiero nada de eso. No soy gay —explicaba Jayce, casi llorando.

—¡Tranquilo, papi! Yo tampoco soy joto. Sólo quiero pasarla rico. ¡Ven! No tengas miedo. Bájate el pantalón también —replicó tranquilo y con una voz jariosa.

—¡Es en serio! Sólo vine a buscar a un sujeto llamado Hendrik. ¡Es todo! Me dijeron que venía por aquí. —Al escuchar eso, el tipo sonrió un poco y parece que conocer al susodicho pareció excitarle.

—Ya ven. Te va a gustar —aseguró al arrinconar a Jayce. El joven trató de golpear al hombre, pero éste consiguió bloquear el ataque y sujetarle la mano, a la par que lo tiraba al suelo y se ponía sobre él, cubriéndole también la boca—. Tranquilízate, hermoso. Así se empieza —explicó con un tono jadeante y comenzando a lamer la piel del chico, quien lo golpeaba, pero parecía no tener efecto a pesar de tener buena fuerza.

Lo peor es que dos sujetos parecidos se acercaron, con las mismas intenciones, cubierto el paso de entrada, comenzando ambos a desnudarse. Jayce pidió ayuda en un sonido ahogado por la mano de su abusador y trató de golpear los genitales de aquel, mas no parecía tener efecto. El pánico gobernó al joven y las voces de los tipos fueron desapareciendo mientras escuchaba los gritos de adolescentes que estaban burlándose de él, llamando «maricón» entre otras cosas parecidas, encerrándose en un viejo recuerdo que lo atormentaba.




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