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Cuarta Unión: Coincidencia

Tras caminar un par de cuadras, Jayce consiguió llegar hasta la casa de su presunto héroe. Aquella era un departamento en un edificio que se notaba nuevo a relatividad del joven. Las escaleras estaban algo sucias, las paredes maltratadas por el clima y muchas de las viviendas vecinas tenían la pinta de no estar habitadas. Además, algunos edificios aledaños parecían por completo abandonados y a medio construir, lo que le llamó mucho la atención al estudiante.

—Nunca los terminaron de construir —explicó Hendrik al estar por delante de Jayce al subir en su edificio.

—¿Por qué?

—No tengo idea. Creo que la constructora tuvo una demanda fuerte por parte de otras viviendas y quebró. Al menos nuestro edificio salió «decente». Había goteras, grietas y cañerías tapadas, pero nada que un plomero no pueda solucionar —expresó el hombre con algo de nostalgia.

—Se ve peligroso. ¿No tienes miedo que lo puedan habitar personas indeseables? —La pregunta, lejos de hacer pensar al mayor, le generó un poco de disgusto, por lo que sólo bajó la mirada unos momentos y contestó con una actitud un algo pesada y despreocupada.

—No. Aquí es —destacó feliz al llegar a la puerta. En el pórtico tenía una banca vieja afuera, rodeada de algunas macetas con plantas que se notaban muy verdes, aunque los alrededores no se veían igual de cuidados.

Hendrik usó dos llaves diferentes para abrir, como si tuviera seguridad extra la puerta, revelado un hogar que, en primera instancia, estaba un tanto desordenado, a lo que el anfitrión, avergonzado, se disculpó y pasó a limpiar lo que pudo de inmediato, sobre todo basura y un par de platos sucios.

Distraído, Jayce entró y cerró la puerta detrás a petición del adulto, notada una pequeña sala con dos muebles, una mesa de centro, un bastidor con un lienzo encima, papel periódico debajo de estos últimos y varias pinturas regadas por el suelo. Del otro lado, estaba un comedor cuadrado con tres sillas, una barra que separaba dicho espacio de la cocina, y varios electrodomésticos dignos del espacio donde se preparan alimentos. A la izquierda se notaban tres puertas: una del baño y dos a habitaciones, abierta la del cuarto de Hendrik, donde se veía una cama, la ventana al exterior y una televisión de buen tamaño anclada a la pared.

—¿Qué esperas? ¡Toma asiento! ¿Quieres algo de beber? —preguntó el hombre al ir a un pequeño frigobar que tenía en la cocina.

—¿Tienes agua? —cuestionó el joven al sentarse en un sillón, notado cómo el anfitrión tomaba una cerveza en lata para él.

—Sólo limonada con pepino. Me gusta mucho.

—Me parece bien. —Alegre, Hendrik tomó un vaso de vidrio, lo lavó y sirvió ahí la bebida sugerida a la visita, llevándola hasta su mano, agradecido el otro por el gesto, a la par que el mayor se sentaba frente a él y abría su lata.

—¿Vives solo? —cuestionó el estudiante, respondido que sí por el anfitrión—. ¡Vaya! ¿Qué edad tienes?

—¿De cuánto me ves?

—No lo sé. ¿Veinte? —Eso sonrojó un poco a Hendrik, dado un largo sorbo a su bebida.

—Me halagas, pero tengo veintisiete. —Aquello dejó boquiabierto a Jayce, mismo que imitó al hombre y dio un gran trago a su limonada. —Ya llevo un rato viviendo aquí solo. Me independicé por razones personales y porque de verdad ya lo necesitaba. No pude haber tomado una mejor decisión.

—¿Eres de aquí?

—Sí, no soy foráneo. Nací en este estado y todo indica que aquí moriré —bromeó el adulto, recargándose en el mueble—. ¿Qué hay de ti?

—Lo mismo. No sé si continuaré aquí ya que estudie una carrera. Por ahora mis metas sólo llegan a graduarme y obtener un título.

—¿De qué quieres estudiar?

—Arquitectura o diseño industrial —mencionó un tanto indeciso el joven, notada la cara de incredulidad del mayor.

—No tienes cara de esas cosas.

—Tu tienes cara de ser un mago, y eres pintor. ¿Qué tan bien te va con eso? —Aunque parecería que fue dicho de manera cínica, la cara del estudiante mostraba verdadera intriga. Sabía que no le iba de maravilla, mas sí había un tanto de curiosidad en qué tanto ganaba como para mantenerse día a día y tener un espacio propio.

—Decente. Vendo cuadros a final de mes y con eso me mantengo principalmente. Se hace buen dinero si le dedicas tú cien al trabajo —confesó el anfitrión luego de un pequeño suspiro, observado el cuadro que parecía ser una especie de páramo con montañas a la distancia.

—Se ve bien. ¿Tienes más cuadros?

—Sí, están en la habitación del fondo. ¿Quieres verlos?

—¡Claro! —emocionados, ambos se pusieron de pie, pasando hasta donde se hallaban las obras, maravillado Jayce por éstas.

Había de todo: paisajes, escenarios futuristas, retratos superrealistas, formas caóticas, arte pop y abstracto. Tal parecía que Hendrik se aventuraba a cualquier cosa que se le ocurriera, aunque su fuerte se notaba que eran los paisajes, ya que esos cuadros eran en especial detallados y los que más abundaban.

La emoción del estudiante al ver todo eso llenó de calidez el corazón del hombre. Tenía tiempo que alguien no le daba tanta importancia a su trabajo, tanto que a veces se le olvidaba lo talentoso que en realidad era.

Después de unos momentos de admiración, ambos regresaron a la sala con sonrisas en el rostro. Jayce parecía atraído a las obras y no dejaba de ver el lienzo a medias, tratando de imaginar hacia qué dirección podría tomarlo el hombre.

—Puedes venir a ver cómo trabajo —invitó Hendrik al chico, terminada su cerveza y yendo a por más.

—No lo sé. No quiero incomodar —respondió el adolescente, tímido.

—No lo haces —confesó el hombre, regresando con una lata nueva en mano y acomodándose un poco más cerca de Jayce.

De pronto, la sonrisa del invitado se desvaneció, recordando todo lo que había ocurrido. Fue como si las razones que lo habían llevado hasta ahí lo bombardearan de repente, como un balde de agua fría en medio del hostil invierno.




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