Apresurado y todavía un poco intimidado, Jayce consiguió llegar a su hogar. Bajó del auto que lo llevó, cerró la puerta de éste sin decir más y casi corre hasta la puerta que da acceso al pórtico, abierta ésta por su padre, quien no parecía estar contento.
—Bonito hora de llegar —mencionó el hombre con un rostro serio y duro.
—¡Papá! —gritó el adolescente con enjundia, lanzado a su progenitor para abrazarlo fuerte, enternecido el adulto y agitado el cabello del menor por él—. No sabía que vendrías hoy —confesó Jayce, emocionado.
—Tal vez si llegaras temprano, lo sabrías —reiteró el mayor, no con firmeza, sino con algo de dulzura.
—Lo siento, tuve unas cosas qué hacer con Marisa y Tony. ¡Nada malo! Sólo fue ir al centro a buscar unas cosas —extendió el chico un tanto nervioso, provocada la risilla de su padre.
—¿Encontraron lo que buscaron?
—Sí, pero no teníamos forma de obtenerlo. Tal vez luego —explicó sin más, ya separado del adulto para verlo al rostro sin dejar de sostenerlo—. ¿Te quedarás hasta el fin de semana?
—No, sólo tengo oportunidad de venir hoy. Mañana debo regresar a la fábrica. Por eso esperaba verte desde temprano, porque hoy sales antes, ¿no? —El padre continuaba poniendo el tema por delante, lo que hizo a su hijo girar lo ojos de molestia, pero con una sonrisa.
—¡Lo sé! Ya no me lo digas. ¡Lo siento! De haber sabido…
—No, Jayce —interrumpió el adulto, encaminando al chico al interior del hogar—. Estás castigado. No tienes permiso de llegar tarde a casa y lo sabes. Debes mostrar madurez y atender nuestras indicaciones, a menos que haya pasado algo importante. —Lo dicho avergonzó un poco al joven, mas trató de defenderse ante eso.
—¡Sí hacíamos algo importante! No salí por diversión. ¡En serio!
—¿Con Marisa y Antonio? —cuestionó, a lo que Jayce no pudo objetar sin contarlo todo.
—¡Perdón! Fue mi culpa. Se me fue el tiempo. No vuelve a pasar, lo prometo —enternecido, el adulto volvió a despeinar al chico, lo que le hizo quitar su cara de angustia y pena.
—Eso espero. Vamos a cenar. Ya hace hambre. —Ambos se introdujeron hasta el comedor, en donde los hermanos del chico esperaban con mala cara, desesperados, poniéndose de pie la madre, la cual estaba en la sala, para servir la comida.
—¡Hasta que llegas! ¡Maldita sea! ¡Morimos de hambre! —enunció molesto el hermano mayor, seguido de la chica de en medio.
—Sigo sin entender por qué tenemos que esperar a Jayce a comer. ¡Ya no es un niño! —cuestionó la joven, ya molesto el menor por dichas declaraciones.
—Su hermano tampoco es un adulto. Nada les cuesta esperarlo para comer todos juntos ahora que su padre está aquí —explicó la madre, sirviendo los platos.
—¿Pueden no defenderlo por un minuto? ¡Está castigado! Se supone que…
—Derek. Minerva. ¿Por qué no ayudan a su madre a servir la cena? Ella no es ninguna sirvienta —interrumpió el padre, molesto.
—¿Y Jayce? ¡Él llegó tarde! Debería ser quien haga todo —argumentó Minerva, a punto de defenderse el más chico, puesta una mano en su hombro por parte de su progenitor, lo que lo detuvo.
—Hijo, vete a lavar las manos, por favor. No tardes, ya dentro de poco tenemos que ir a dormir. Considera eso —ordenó el hombre del hogar al pequeño, sin perder su sereno rostro hacia él.
—Sí, papá. —Pronto, el joven se fue hasta el baño más cercano a atender lo dicho, a la par que ambos hermanos se quejaban de que eran demasiado condescendientes con él, cada vez con un tono más molesto y hasta gritando, lo que provocó que el padre les ordenara callarse con una voz grave y un elevar de su voz que aterró a todos, hasta a quien estaba lavándose sus manos.
—¡Dejen de decir estupideces y ayuden a su madre! Ya estoy harto de venir del trabajo estresado para que ustedes dos se quejen de su hermano. ¡Son adultos! Compórtense como tal —expresó molesto el hombre, pero con una voz de un volumen más normal.
Enojados, tanto Derek como Minerva atendieron lo dicho de mala gana, cosa que hizo al mayor reiterar que quitaran dichas actitudes o iba a haber problemas, por lo que ambos tuvieron que detenerse, suspirar y continuar con una sonrisa forzada o un rostro seco.
La comida fue servida y todos cenaron a la par que compartían cómo les fue en los días que no habían visto al hombre de la casa. Aquel era quien preguntaba a todos de forma ocasional sobre sus vivencias recientes, a lo que su esposa y Jayce respondían con detalles y de manera vivida, muy por el contrario de Minerva y Derek, que trataban de minimizar las respuestas con frases simples, serenos todo el tiempo y sin mirar a los demás, concentrados en los alimentos.
Aquello fastidió al padre, mas no dijo nada para no provocar más discusiones en la mesa. Mejor se concentró en los que sí deseaban hablar, aunque cuando Jayce era quien contaba algo, sus hermanos apretaban el entrecejo o hacia expresiones discretas en forma de desaprobación o fastidio.
—¡Muchas gracias por la cena! —dijo Derek al terminar y ponerse de pie casi de inmediato, levantado su plato.
—Hay más si quieres repetir —invitó la madre, tierna, a lo que el hombre respondió casi de inmediato, todavía sin ver a los demás.
—No, gracias. Ya llené —dijo al poner el plato en la tarja, abierto el grifo de la misma.
—Lava tu plato…
—Eso hago, papá —enunció Derek, interrumpiendo al hombre, lo que denotaba su enojo, mas el mayor decidió no hacer más.
—Yo también ya acabé. Provecho a todos —enunció Minerva imitando a Derek, llevado el plato y ofrecido por su hermano lavarlo, lo que ella agradeció dándole unas palmadas en la espalda antes de ir hacia las escaleras.
—¿A dónde vas? ¿No vamos a ver una película con tu padre? —preguntó la mamá, cosa que hizo detenerse a su hija, al fin volteando hacia los demás con un rostro serio, aunque su expresión se notaba algo endurecida.
—No, mañana entro a trabajar muy temprano. Necesito descansar. Incluso me voy a bañar de una vez para no retrasarme. —A la par de esto, Derek se acercó a ella, como si también fuera a subir.
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Editado: 31.01.2025