Jayce se encontraba sentado en una de las bancas de los vestidores de hombre, solo, con el uniforme de la preparatoria ya puesto, colocados sus codos sobre sus rodillas y su mentón en la unión entrelazada de sus dedos.
El rostro del joven se notaba serio, pensativo, analítico. Veía a los casilleros, pero a la vez, hacia la misma nada, recordando cómo sus amigos se rieron de su conclusión y lo abandonaron para irse y dejarlo solo, pues sabían que iba a entrenar con el equipo de rugby, mismo que ya estaba afuera en práctica.
El silencio del lugar, el olor a sudor de sus compañeros y la humedad que le abrazaba estaban bombardeándole con recuerdos de sus años más jóvenes, donde se la pasaba ahí, jugando, empujando y conviviendo con sus antiguos colegas del deporte.
Las sonrisas, el júbilo y la energía que se notaba parecía hacerles brillar los rostros a todos en dichas memorias, momentos que Jayce apreciaba con toda su alma, hasta que un día, cuando ya todos se había ido y el chico se había quedado solo en el lugar, alguien se acercó a él.
«Jayce. ¿Podemos hablar?», dijo aquella persona en el recuerdo, levantada la mirada del muchacho de ojos azules, cuya sonrisa se dejó ver de entre sus rosados labios, rodeada de una piel perlada de sudor.
En eso, el móvil de Jayce sonó, sacándolo de dicha memoria. Era una notificación de una red social. Uno de sus contactos favoritos había subido una foto con una descripción que el joven leyó en su mente.
Ésta decía: «La vida parece dar muchas vueltas. Parece haberme golpeado fuerte, pero me he levantado. Tuve un problema, pero lo afronté sin vergüenza y ahora estoy lista para crecer y salir adelante».
La expresión del chico se llenó de felicidad y estuvo a punto de darle «me gusta», pero se detuvo y mejor sólo guardó el teléfono para luego ponerse de pie e ir a entrenar.
Al salir, todos lo vieron desconcertados. Dejaron de hacer lo que estaban desempeñando para ver a Jayce entrar, cosa que puso algo nervioso al muchacho, colocado enfrente del entrenador.
—Gracias por ayudarnos, Jayce. Empecemos dándole la vuelta al campo. ¿Te ejercitas? —preguntó el adulto con cuidado.
—Sí, a diario.
—Bien, entonces dale unas cinco vueltas y regresa. Aquí trabajaras sólo coordinación con los demás. Sabemos lo talentoso que eres.
—Gracias. Vuelvo en seguida —expresó el chico para empezar a correr, lo que hizo al entrenador torcer a boca de la preocupación, regresados todos a sus actividades.
El clima ese día estaba templado. El ambiente era algo húmedo y las nubes grises anunciaban próximas lluvias que podrían afectar el vecindario. Algo que no le gustaba a Jayce. Odiaba la lluvia.
El entrenamiento fue duro y continuo, pero la constitución del muchacho era la de una piedra. Su resistencia, velocidad y fuerza fueron demostradas ante todos, a pesar de no ser tan alto como otros chicos, el joven era un talento para el deporte y consiguió la admiración de todos, recordando lo bueno que siempre fue en un simple par de horas.
Al acabar, los miembros del equipo, alegres y cansados, se retiraron hacia los vestíbulos, jugueteando y conviviendo de manera sana. Jayce vio esto y se detuvo, dejándolos ir, para luego pasar hacia donde estaba el entrenador.
—Disculpe. Quiero quedarme a ayudar a recoger —mencionó el temporal, lo que extrañó al adulto. Éste suspiró y respondió.
—Oye, no tienes porqué averg…
—Por favor —interrumpió Jayce sin quitar la expresión dura de su rostro que tanto lo caracterizaba ahora.
—Está bien. Gracias. —Sin más, el estudiante empezó a recoger el material con el que entrenaban, observado de reojo por los demás aquello, lo que no les pareció impresionar mucho.
Al acabar la labor que hizo de forma lenta, comprando tiempo, Jayce pudo ir a los vestidores, desérticos de personas, listo para ducharse.
Aquel se desnudó y abrió una de las regaderas, dejando que el agua lo cubriera por completo, tranquilizado por los golpeteos del líquido en su cuerpo descubierto, hasta que de repente escuchó una voz que lo llamo desde atrás.
«¡Qué guapo te ves así!», resonó en su mente y el chico volteó, asustado y cubriéndose los genitales, mas descubrió que estaba por completo sólo. Su respiración había aumentado y su corazón parecía que se le iba a salir del pecho, por lo que se trató de tranquilizar y apresuró a terminar para irse.
Ya estando afuera con su mochila y maleta deportiva, se encontró una vez más con el entrenador, quien se despidió de él y quiso volver a hablar, pero Jayce, cortante, dejó en claro que no deseaba atender un tema que no fuera lo prometido para el juego.
Al ir en el metro, aburrido, el joven notó que tenía varios mensajes de sus amigos hablando de tonterías y mandándole ánimos para su entrenamiento, cosa que decidió ignorar por el momento. Lo que sí abrió y respondió fueron los mensajes de Hendrik, los cuales eran bastante casuales. Sólo saludó y dijo qué iba a hacer él en el día, deseándole una mañana y tarde agradable.
Con una media sonrisa, Jayce respondió aquellos mensajes de inmediato con lo siguiente: «Hola y gracias. Tuve un día bastante pesado, pero todo está bien. Fui a entrenar rugby a pesar de ya no pertenecer al equipo y apenas voy a casa. ¿Tú cómo vas?».
Para sorpresa del estudiante, el mensaje tardó en abrirse, pero al estar ya caminando cuesta arriba a su casa, el chico sintió la vibración de su móvil y vio que era un mensaje de Hendrik que rezaba: «¡Menos mal ya saliste! Pero, ¿por qué ya no perteneces al equipo? Por tu fisionomía, supuse que practicabas deporte. ¿Ahora estás en otro?». Las preguntas incomodaron un poco al chico, mas no tardó mucho en contestarlas, puesta una cara divertida con los labios de pato al momento de teclear la respuesta.
«No, ya no practico nada. Es una larga historia para otra ocasión. Ya llegaré a casa, de rato te mando mensaje». Con eso, el joven cerró la conversación y en unos minutos más arribo a su hogar, en donde se encontró a sus hermanos y madre, quienes estaban ya esperándolo para cenar.
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Editado: 31.01.2025