Pasó hace ya un mes.
Era un día bastante oscuro para Marisa. Estaba de pie, frente al espejo de su baño, viendo su largo cabello, peinándolo con sus dedos una y otra vez, cada vez apretando más la unión de estos, siendo más ruda y haciéndolo con desesperación, a la par que su mirada frente a su reflejo se fruncia y su rostro serio pasaba a uno de enojo.
Llegó a un punto donde la chica, con ambas manos, se agitó el cabello de manera brusca, moviendo su cabeza y pegando un grito ahogado entre dientes, apretando dichas perlas detrás de sus labios. Ambas manos cayeron en las orillas del lavabo, con su respiración agitada y su cabello hecho una maraña de pelo que le cubría la cara, puesta su mirada en esa imagen, con odio.
«Maldita vida aburrida», pensó Marisa, sin dejar de poder ver su reflejo.
Pronto, salió del baño por completo arreglada, con su cabellera puesto en una cola de caballo y con un pequeño flequillo que le cubría parte de su frente. Con una sonrisa grande y brillante, cosa que su padre vio de inmediato y le hizo sonreír.
—Fin de semana ya. ¿Tienes planes? —preguntó el hombre, a lo que la chica tomó su almuerzo de la mesa y lo guardó en su mochila.
—No otra cosa que no sea dormir en mi habitación escuchando música o algo —explicó la chica, tranquila.
—Deberías tratar de salir a divertirte. Tienes diecisiete años ya. Necesitas tomarte la vida un poco más a la ligera. Aprovecha que ahora podemos hacerlo —mencionó el hombre, preocupado por su única hija.
—«¿Podemos?» —Esa pregunta hizo reír al mayor.
—Disfruta por mí, entonces. —Marisa caminó a la salida, se detuvo y luego regresó corriendo a brazos de su padre para abrazarlo. —No tienes nada que perder y todo qué ganar, hija.
Marisa cerró sus ojos entre los brazos de su padre, para luego abrirlos justo en el choque, escuchados los gritos de una mujer, el lloriqueo de Antonio y viendo a Jayce sangrando de la cabeza, desmayado frente al volante de su auto.
La mirada de la joven estaba perdida, le dolía el cuello y la piel que la banda del cinturón de seguridad del había rasgado, salvándole tal vez la vida. Mareada, con poca fuerza y asustada, consiguió quitarse el cinturón y abrir la puerta de su lado del copiloto, cayendo al asfalto, donde se encontró sobre un charco que le manchó todo el brazo y parte de una rodilla.
Al levantar su mano hacia su cara, entre la luz del faro roto y el fuego que apenas y se creó en el cofre del auto, Marisa pudo ver la sangre y luego escuchó el llanto de un infante.
En la actualidad, la joven de cabello corto estaba dando vueltas en círculos frente de sus amigos, que estaban sentados en una banca, pensando lo que debían de hacer. Emocionada, frustrada y nerviosa, sabía que era su momento, pero no tenía idea de cómo iba a manejarlo.
—Oye, Marisa. ¿No crees que te lo estas tomando un poquito exagerado? —preguntó Antonio, preocupado al ver la reacción de su amiga.
—¿Qué? ¿No estás emocionado? ¡Tenemos al vampiro en nuestras manos! Sólo debemos aprovechar las ventajas que poseemos y hacer que el tonto tropiece para que podamos capturarlo. Siempre hablamos de eso. Creí que estarías igual que yo.
—¡Lo estoy! Es increíble si lo pienso bien. Parece un sueño que lo hayamos encontrado, pero también estamos hablando de la seguridad de Jayce. ¿Sabes? —explicó el muchacho, a lo que la chica rio un poco.
—Jayce, no tienes por qué preocuparte —mencionó la muchacha al acercarse a su amigo, tomado de los hombros por ella y puesta en cuclillas con sus ojos postrados en los del hombre—. Hendrik no te hará daño. Me aseguraré que cada paso que des dentro de esto, sea más seguro para ti que para cualquiera —prometió la chica, haciendo a aquel retirar la mirada a un costado, preocupado.
—No lo sé. Suena a algo muy peligroso de hacer. Se los dije para ver si había una forma de deslindarme de él sin que me matara, pero parece que quieres todo lo contario —confesó Jayce, a lo que Marisa bajó la mirada y apretó los labios, pensando unos segundos su respuesta.
—Pero, ¿qué dices? ¿No lo entiendes? Esto lo estoy haciendo para ayudarte.
—¿En serio? —cuestionó Antonio, escéptico.
—¡Claro! No sabemos la naturaleza de Hendrik. ¡Lo que podría hacer! Dime que sigues hablando con él de manera natural.
—¡Por supuesto! Ayer hablé con él y hoy le mandé los buenos días. Todo casual, no hemos hablado de nada raro —demostró Jayce al tomar su móvil y mostrarlo a los jóvenes.
—Vamos por buen camino. No hay que dejarlo sospechar que entiendes cosas que no deberías. Tampoco puedes evitarlo tanto. Las prácticas de rugby te mantendrán a distancia al menos esta semana, pero luego puede pedirte verte otra vez —sentenció Marisa, puesto nervioso el joven al momento, puesta de pie la chica.
—¿Qué harás entonces?
—¿Cómo que qué, tarado? Iré a verlo. Siendo sincero, la pasé agradable en su casa, aunque los alrededores dan miedo.
—¿Dónde vive?
—En la zona éste. Por la estación «Lluvia» —respondió a la muchacha, lo que la hizo pensar un poco.
—Esa estación es de la línea más nueva. Son departamentos, dijiste.
—Sí, algunos están a medio construir, pero hay muchos edificios terminados y algo dañados, como el que vive Hendrik. Está bien, pero no hermoso —contestó Jayce, pensativa Marisa de momento.
—Está enamorado de ti. ¡Vaya lio! En algún punto puede llegarte a querer besar. ¡Si te niegas puede llegar a matarte! —condenó Antonio, lo que hizo a Marisa chistar con el paladar.
—¡No le metas ideas estúpidas!
—¡Es la verdad!
—No es cierto. Hendrik sabe que Jayce no es gay. Recuerda que ya hubo esa conversación. No intentará hacerlo. Al menos no ahora —explicó la chica, a lo que Jayce se impresionó.
—Espera. ¿Qué? ¿Por qué?
—¡Por favor! Veintisiete años, soltero, detrás de un muchacho de dieciséis. Está desesperado a morir. La mayoría de la gente de nuestra edad es muy manipulable. Me temo a que tratará de hacer un movimiento cuando agarres más confianza. No sé qué nivel de depredador tenga el maldito, pero, para tratarse del asesino y de poder meterte ilusiones cuando quiera, va a ser todo reto adivinar cuál será su primer movimiento en eso —explayó la joven, pensativa.
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Editado: 31.01.2025