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Octava Unión: Perspicacia

Durante la semana todo se volvió una cuidadosa rutina a perspectiva de la mayoría que conocía a Jayce.
Ahora lo veían despertar temprano para arreglarse, desayunar incluso antes que sus hermanos y partir hasta la preparatoria, contestando mensajes en el móvil. Para la hora de entrada a clases, sus compañeros y miembros del equipo de rugby lo veían entrar con Marisa y Antonio, en silencio, como si hubieran discutido o algo por el estilo. Jayce tenía esa misma expresión con el ceño duro, mientras que su amigo estaba con un rostro preocupado y la chica con una cara confiada.
Para la salida, los tres se despedían y el jugador extra se iba directo a los vestidores, quitándose la ropa que traía encima, revelado que debajo tenía el uniforme de deporte, por lo que no era necesario cambiarse del todo, sólo los zapatos. Con eso, cuando los demás apenas iban entrando, él ya estaba terminando de ponerse el calzado, saludaba sin verles la cara a los otros y salía a correr como siempre se lo indicaba el entrenador.
Una vez acabado el entrenamiento, Jayce recogía el material, mientras los demás se duchaban o sólo se arreglaban para irse, a excepción del último día, en el cual el capitán del equipo se acercó a él, detenido por el entrenador, mismo que le puso sólo una mano en el hombro para evitar que siguiera avanzando.
—¡Olvídalo! Es mejor así —explicó aquel al joven, lo que le hizo bajar la mirada, frustrado, y apretar los puños.
—Ya me cansé de fingir, couch.
—Mañana es el juego. Si ganamos, agradécele y habla con él. No lo arruines antes —sentenció el adulto, lo que hizo pensar al joven sobre esto, observado de vuelta como Jayce recogía en soledad los conos del suelo, lento y paciente. Al final, el capitán decidió irse.
Gracias a esto, Jayce aceleró su salida y notó que fuera de su escuela se encontraba el auto de su padre, con el adulto conduciéndolo y esperando a que saliera el menor de la escuela.
—¿Vas a subir o no? —preguntó el sonriente padre al bajar el vidrio de la ventana del copiloto, alegre el chico por esto y entrando al vehículo, dándole un fuerte abrazo a su progenitor luego de cerrar la puerta detrás.
—¿Mamá te dijo?
—Así es. Está muy feliz de ver que hayas regresado al rugby. Al fin y al cabo, a ti siempre te gustó mucho jugar. —Esas palabras le borraron la sonrisa al muchacho, puesta su mirada sobre la ventana que tenía de su lado, a la par que su padre conducía. —Lo siento, hijo. Sé que es un tema complicado para ti, pero pensé que ya habías pasado de eso cuando me dijeron que estabas jugando de nuevo.
—Es sólo por un juego —anunció Jayce al regresar la mirada al frente, triste—. Es para que me dejen de molestar. —El padre apretó el entrecejo. Se notaba molesto por esa noticia.
—¿Quién te molesta, Jayce? —dijo con una voz dura y seria.
—No es lo que piensas. Carlos me estuvo insistiendo en unirme al equipo para ayudarlos contra la preparatoria W. Si ganan ésta, irán contra la G otra vez —explicó el joven, lo que tranquilizó al adulto.
—La G no es la preparatoria que les ganaron luego de que saliste.
—La misma. Supongo quieren probar que esta vez sí pueden sin mí —teorizó el chico, notada la sonrisa de su padre al saber eso.
—¿Tú qué quieres?
—Que acabe esta tortura para volver a tener mi vida normal otra vez.
—¿En serio? ¿No te emociona ser la razón de las victorias del equipo? ¿No te gustaría que tu nombre se quedará en un bonito trofeo en el bachillerato? —Las preguntas molestaron al joven, quien deseaba responder de manera grosera, pero le tenía mucho respeto y amor a su padre, por lo que se tranquilizó y respondió.
—No, no es lo que quiero. Sé que suena a algo que cualquiera anhela, pero no es mi caso. Lo siento si es algo que te gustaría que hiciera, pero yo…
—Ya haces suficiente, Jayce —explicó el padre al suspirar, resignado—. Es sólo que me deja tranquilo ver que te enrolas en cosas sanas. No sé porqué abandonaste el equipo. Hemos respetado tu privacidad desde que sucedió, por eso no puedo entenderte del todo. Lo que sí entiendo es que estás decidido y admiro eso de ti. Mientras no te metas en problemas, me tendrás satisfecho. —Eso último dejó pensando mucho a Jayce. Si bien su padre fue claro, parecía que le había dejado un mensaje oculto.
La noche familiar, a diferencia de otras ocasiones, fue bastante tranquila. Los hermanos de Jayce se portaron bien con él y todos vieron películas juntos antes de ir a la cama, conviviendo como lo habían hecho desde que el más joven era niño.
Aquel recordaba como todo antes era así: sus hermanos adolescentes y despreocupados, sus padres más unidos que nunca y pasando más tiempo en la casa con ellos. La felicidad se respiraba en el aire y era memorias aquellas las que el muchacho conservaba con mucho amor. Ahora, todo es una versión más gris de ello. Si bien todo estaba en aparente paz, sólo lo era por breves momentos, en los fines de semana, y no todos ellos. Sólo cuando todos estaban en la mejor disposición de estar bien.
Al acabar, cada quien subió a su habitación. Por parte del más joven, luego de ducharse, comenzó a mandar mensajes a Hendrik, pues le había respondido algunos en el lapso donde tuvo su convivencia familiar.
—Lamento no haber respondido antes. Estábamos viendo películas todos en casa. Es algo que siempre hacemos los fines de semana —contestó Jayce, respondido al minuto.
—¡Wow! ¡Qué lindo que tu familia tenga esos rituales! ¿Qué película vieron?
—Siniestro. Está interesante. —En eso, el chico decidió hacer una pregunta un tanto personal, pues sentía que Hendrik, al ser mayor, podría guiarle mejor que sus otros amigos—. Oye, quiero un consejo.
—¡Claro! ¿Qué pasó? —envió de inmediato Hendrik, lo que sorprendió al menor.
—Hoy papá me comentó que estaba feliz de saber que estaba volviendo al rugby. Cuando le dije que era algo temporal, pareció ponerse triste. Me aclaró que no deseaba forzarme a hacer nada, pero que le haría sentir más tranquilo si volvía a algo que me hace bien. Algo que me gusta. ¿Debería tratar de volver al rugby, aunque me sienta ahora un poco incomodo? —explicó en el mensaje el joven, esperando por una respuesta que pareció tardar. Como si Hendrik se pensará bien en qué decir.
—Siendo sincero, no soy bueno con el tema de los padres. Nunca tuve una buena relación con ninguno. Menos con mi papá, sobre todo por la homosexualidad. —Leer eso sensibilizó a Jayce, el cual le escribió de inmediato.
—Perdón si toqué un tema sensible para ti.
—No obstante, creo que entiendo de dónde viene la mortificación de tu padre. Hacer deporte es algo que todos nuestros papás esperan de nosotros como hijos hombres. No sé por qué lo dejaste. Has de tener tus buenas razones, pero algo me dice que tampoco se lo dijiste a él. Yo digo que, sí tanto te gusta, trates de volver. Matas dos pájaros de un tiro. Haces feliz a tu papá, quien se nota te importa, y haces algo que amas. Ya queda bajo tu consideración si te sientes listo para dejar el pasado y seguir en ello. —Todo aquello dejó pensando al adolescente unos momentos. Hendrik tenía razón, por supuesto. No era algo que Jayce no hubiera pensado antes. Es sólo que necesitaba que alguien se lo dijera para poder tomar una mejor decisión, para entender que lo que pensaba era justo lo que sucedía. —No te preocupes por eso. Mis problemas familiares pasaron hace mucho. Ya no me importa —respondió Hendrik, sorprendido Jayce de esa respuesta.
—Gracias, Hendrik. Creo que veré cómo me siento después del juego de mañana y tomaré una decisión sobre eso. —La respuesta sólo provocó que Hendrik respondiera con un emoji de corazón, para luego despedirse y desearle suerte en el juego.
Marisa parecía haberse equivocado. Hendrik no pidió a Jayce encontrarse, aunque también mencionó que estaba la posibilidad de que lo hiciera luego del fin de semana. Todo estaba por verse, tan sólo debía tener paciencia.
Por su parte, Jayce se sentía a gusto y con más confianza de hablarle a Hendrik. Estaba seguro que, detrás del terrible asesino, estaba una buena persona. Incluso, empezó a dudar de su deducción. Tal vez el hombre era un súper héroe que justo estaba cazando al vampiro, pero él lo tomó todo a mal.
Las preguntas en su cabeza adormecieron al chico hasta quedar bajo un profundo sueño, donde pudo observar a Hendrik en su casa, tranquilo, con un mandil, una paleta de pinturas y un pincel, trabajando sobre un gran lienzo que parecía interminable. Jayce estaba sentado, tras él, admirando los finos trazos y la coordinación excesiva que tenía para lograr a la perfección cada pincelada sobre el margen imaginario que la pintura.
—¿De qué color es el cielo? —preguntó Hendrik en los sueños de Jayce, para luego voltear a verlo con una brillante sonrisa, lo que se desvaneció al escuchar la alarma sonar en su móvil. Ya era hora de levantarse.
Confiado y con prisa, el joven bajó a la cocina, donde su padre y madre esperaban. Ya el desayuno estaba servido y ambos progenitores llevaban puestos uniformes de la preparatoria de Jayce, en señal de apoyo.
—¿Qué hacen aquí?
—¿No es obvio? Iremos a verte jugar. Claro, si nos dejas —enunció el padre, a lo que Jayce se lanzó sobre ambos abrazarlos, regresado el gesto por los dos—. Desayuna o se nos hará tarde —enunció el hombre, a lo que los tres comenzaron a comer, para luego lavar y pasar al auto que conduciría la madre, arribados a la preparatoria W, en donde sería el juego.
Una vez ahí, el entrenador saludó y agradeció a los padres de Jayce el apoyarlo y dejarlo participar, gesto que ambos adultos regresaron por haber aceptado, aunque sea por un partido, al muchacho de vuelta.
Sin más, el juego dio inicio. Los gritos, la energía, la emoción y el jubilo vivido durante todo el partido se desbordó de entre los jugadores y espectadores. Marisa y Antonio, quienes fueron en secreto, gritaban desde un punto más bajo de las gradas apoyando a su amigo, algo que tanto él como sus padres notaron, feliz el chico de ver el apoyo de personas que lo querían tanto.
Al final, el equipo de Jayce ganó de manera aplastante a la otra casa de estudios, emocionados los jugadores por lo sucedido y tan agradecidos con el miembro momentáneo, que entre todos los fueron a abrazar, saltando y agradeciendo. Al inicio, el chico se sintió abrumado. Estuvo a punto de gritar que se alejaran, pero entonces el capitán lo cargó sobre sus hombros, dándole espacio sobre los demás, consiguiendo el chico sentirse más tranquilo, aunque un poco incomodo, aun así.
Los padres de Jayce y sus amigos se acercaron, a la par que pasaban los siguientes equipos a jugar. Uno de ellos eran los posibles rivales a vencer en la final: la preparatoria G.
El equipo enemigo vio confiado a los muchachos, con sonrisas burlescas y gestos presunciosos. Los chicos se aguantaron decir algo, más cuando los adultos fueron a felicitar a su hijo y a todos.
—¡Buen trabajo! Todos contribuyeron de manera espectacular a esta victoria. ¡Muchas felicidades! —mencionó el padre de Jayce, sonrojados la mayoría de los jugadores por estas palabras.
—Iremos al auto para pasar a cenar en celebración. Te esperamos. No tardes mucho, hijo —pidió la madre y se retiró con su esposo. En eso, el otro dúo se unía con el ganador.
—¡Bien hecho, amistad! ¡El más correlón, como siempre! —mencionó Marisa al abrazar al de ojos azules, dándole también unas palmadas Antonio a aquel como felicitación.
—Cumpliste. Entonces ya se acabó. ¿No? —preguntó el chico de cabello castaño, viendo hacia el capitán, a lo que este se acercó, serio, para responder.
—Sí, ahor…
—No ha terminado —interrumpió Jayce a Carlos—. Esos engreídos de la preparatoria G no van a salirse con la suya. ¡Vamos a quitarles esas estúpidas sonrisas de sus rostros! —exclamó el joven, seguido con un grito de guerra de sus otros compañeros de equipo, impresionados Antonio y Marisa, los cuales se vieron el uno al otro, pasmados.
—¿Es verdad? —preguntó Carlos, como si estuviera soñando.
—Por ahora, sí. Vendré a entrenar menos. Un día sí y otro no. Cuando acabemos con esos sujetos, ya veremos qué pasa —explicó al capitán, cosa que al inició lo dejó sin palabras, pero luego su rostro se volvió estoico y le ofreció una mano a Jayce.
—Tregua, entonces —enunció el líder, provocando una sonrisa en el nuevo miembro.
—¡Abajo la G!
—¡Abajo la G, Jayce!
—¡Auch! —dijo alguien que se acercó desde un costado, impresionado Jayce de verlo.
—¡Hendrik! ¿Qué haces aquí, amigo? —preguntó el muchacho, nervioso, a lo que Antonio y Marisa se asustaron de inmediato.
—No pienses mal. No vengo por ti, en realidad. No sabía que jugarían también ustedes. —En eso, Hendrik abrió su chaqueta, revelada una playera de la preparatoria G.
—¿Qué? ¿Un amigo tuyo es de la preparatoria? —preguntó Carlos al ver eso.
—«Era». Hace ya diez años que me gradué. Ahora sólo vengo a apoyar al amigo de un amigo que está allá sentado, esperándome. Me llamó porque también pertenecí a este instituto. Que mejor que un ex alumno para apoyar. ¿No? —explicó Hendrik, cosa que provocó la risa de Marisa, lo que llamó la atención de todos.
—¡Vaya! Así que tu nuevo amigo Hendrik está en contra de ti. Eso sí que es una sorpresa —enunció Marisa, confiada, seguida la corriente por Antonio.
—¡Qué mala suerte tienes! Siempre te juntas con personas que terminan enemistándose contigo —secundó el joven empujando de forma amistosa al de cabello negro, nervioso aquel y sonriendo como podía.
—No se preocupen. No estoy en contra como tal. No me afecta que uno u otro gane. Es sólo el amor a apoyar a los demás.
—Hendrik. Ellos son Marisa y Tony. Son los amigos de los que te hablé. Él es Carlos, el capitán del equipo de mi prepa —presentó el joven al adulto, saludado por los jóvenes.
—Jayce nos ha hablado mucho de ti. Eres un pintor talentoso, ¿no? —mencionó Marisa, cosa que sonrojó un poco al adulto.
—Yo no diría eso. Sólo trabajo duro.
—A mi madre le encantan esas cosas del arte. Pásame tus redes para seguirte. Igual, si le gusta algo, es capaz de comprártelo —sugirió Antonio, a lo que Hendrik pronto le pasó los datos.
—Bueno, mis padres me están esperando. ¿Cómo se irán ustedes? —preguntó jayce a sus amigos, un tanto apresurado.
—No te preocupes. El papá de Tony nos vendrá a recoger. Nos platicas todo en la noche —dijo Marisa, tranquila.
—Yo regresaré con Edgardo. Nos vemos luego. Mucho gusto, chicos. —Sin más, los jóvenes y el pintor se separaron, nerviosos del evento inesperado, aguantándose las ganas de voltear hacia atrás, temerosos a lo que pudiera ocurrir más delante.




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