Durante el fin de semana, Marisa, Antonio y Jayce se limitaron a hablar de cosas banales. Estaban desesperados por comentar el susto que les dio Hendrik al aparecer de la nada, pero habían acordado no decir nada al respecto por chat sobre él.
A la par de eso, el adulto continuó enviándole mensajes casuales al chico de ojos azules. Aquel, al inicio, se sintió un poco incomodo respondiendo. Hacía su mejor trabajo por sonar natural, pero le costaba, hasta que empezó a tranquilizarse leyendo las cosas que escribía el pintor.
Comenzó a platicarle de su día, de cómo le fue en las ventas en la plaza con sus pinturas y todos los proyectos que tenía pensado hacer. De alguna manera extraña, Hendrik tranquilizó a Jayce con su amabilidad y simplicidad, algo que provocó al muchacho hablarle todavía más, llegando a tener largas conversaciones de horas durante el día.
En eso, los chicos del equipo de rugby subieron una imagen a redes retando a la preparatoria G, la cual ganó y estaba listada para jugar contra ellos en la final. Esto lo compartió el propio Jayce con una leyenda que decía: «Manos les van a faltar para pelarme la verga». Con una sonrisa en el rostro, el joven dio de alta dicha imagen y hubo varias respuestas. Entre ellas, una que no esperaba para nada.
La chica del perfil que tanto revisaba había puesto un emoji sonriente y había dicho lo siguiente:
«¡Qué confiado me saliste!»
Jayce se volvió loco al ver eso. Estaba acostado en su cama, pero se dio la vuelta para sentarse y, nervioso, contestó aquel mensaje: «Es para intimidarlos o que se molesten. Gana el que tiene la cabeza fría». Le dijo a la chica en privado, a lo que ella le respondió poco después.
—Más te vale ganar, entonces. Presumido. —Sin más, Jayce sólo envió un emoji de risa y los mensajes cesaron.
Quería invitarla al juego, decir algo más para continuar la conversación, pero sintió que lo forzaría demasiado. Sobre todo, por haber usado aquella imagen que le quitó algo de seriedad a lo dicho y cortó el flujo.
Al final, no pudo escribir nada más que eso. Estaba frustrado por toda la situación, mas ya era algo que le había pasado antes, así que lo soltó y mejor empezó a prepararse para dormir, despidiéndose de todos, excepto de Hendrik, con el cual continuó platicando hasta ya muy noche, en donde terminó el adulto por despedirse primero, cayendo el menor luego de leer eso.
La semana se reinició. Una vez más tocaba levantarse para ir a clases y trabajar, por lo que todos en la casa de Jayce estaban listos para salir, incluido el joven a quien el padre ofreció llevarse, cosa que no agradó a sus hermanos, mas no hubo objeción como tal.
En el camino, los hombres hablaron mucho, sólo de cosas superficiales, pero de forma más vivida. Parecía que la relación entre ambos había mejorado mucho. Jayce creía que se debía a que estaba retomando el rugby de manera oficial, aunque no estaba seguro.
Una vez estando en la preparatoria, ambos se despidieron con un fuerte abrazo, y cuando el estudiante iba a bajar, su padre lo detuvo con un pequeño recordatorio.
—Si alguien te está molestando, no dudes en decírmelo, Jayce. Sabes que puedes confiar en mí. ¿Cierto? —dijo el hombre, lo que extrañó a su hijo, mas aquel respondió afirmativo con una brillante sonrisa dibujada en su rostro—. Te amo, hijo. —Un tanto más tranquilo, el mayor pudo arrancar y dejar al más pequeño de su progenie detrás.
Eso dejó un tanto pensativo a Jayce, mas no le tomó mucha importancia, pues sabía que su padre se preocupaba demasiado por él. A veces, a un punto exhaustivo.
El chico no dio ni tres pasos hacia la preparatoria cuando lo abordaron Marisa y Antonio. Ellos se veían un tanto desesperados.
—¡Mierda! ¿Por qué tardaste tanto? —preguntó la chica, un poco preocupada.
—¡Lo siento! Papá se ofreció a traerme. No podía decirle que no —respondió Jayce, a lo que Antonio suspiró de alivio.
—Menos mal. ¡Qué lio con lo de Hendrik!
—¡Ya sé! Me sorprendió mucho verlo ahí, pero Marisa tenía razón. Estaba desesperado por verme y se inventó una excusa —teorizó el chico, lo que hizo sonreír a su amiga.
—Era lo más seguro. Su personalidad por mensajes dictaba eso. Además, verlo en persona me contó un poco más sobre él. Perteneció a la G. La preparatoria para cerebritos. Estoy segura que algo importante sobre él nos puede decir. ¿No te ha dicho nada sobre verse hoy? —cuestionó la joven luego de hacer esas conclusiones.
—No aún. De hecho, pensaba yo mismo proponerlo —confesó el joven, lo que impresionó a Antonio y hizo reír a Marisa.
—¿Qué? ¿Estás loco?
—Por eso un día sí y otro no en el entrenamiento. ¿Verdad?
—Atrapado —expresó Jayce luego de sus amigos, cosa que extrañó mucho al otro varón.
—No me digas que ya te cae bien. ¿Recuerdas que mató a tres sujetos? ¿Hola? —mencionaba de forma sarcástica el castaño, lo que provocó al otro molestarse.
—¡Lo sé! De hecho, empiezo a creer que él no es el vampiro. Tal vez sea una persona con habilidades que lo está buscando. Un «vigilante» como los llaman.
—No lo creo —concluyó Marisa, seria—. Cuando vi a Hendrik, noté algunas aptitudes que se identifican con las de una persona maltrecha.
—¿En serio? ¿Cómo cuál?
—Para empezar, te acosó. Usó su preparatoria como excusa, pero era obvio que venía a verte. Cuando se acercó a nosotros y nos presentaste, a mí en especial, se me quedó viendo desde arriba, como si hubiera un poco de desprecio. Supongo que, al ser mujer, entiende que puedo ser una especie de «competencia» para él. Además de eso, agachó la cabeza sin dejar de ver a Carlos, como si estuviera esperando a que dijera algo desagradable o que te hiciera molestar para atacarlo. El sujeto no es un pan de dulce. No sé qué tanto han hablado, pero hay malicia verdadera en él. —En eso, Marisa pidió su móvil a Jayce, el cual, de mala gana, lo entregó.
—¿En serio notaste todo eso ese día? —cuestionó Antonio, escéptico.
—Hubo otras cosas, pero no quiero adelantarme tanto. El lenguaje corporal humano es interesante, mas no es tan exacto como me gustaría y depende de otros rasgos de la personalidad de cada individuo para descifrarlo —explicó la chica, leyendo cada mensaje que Jayce y Hendrik se enviaron.
—No me digas. Entonces no sabes en realidad si lo que nos acabas de decir es verdad o no.
—Así es, Tony. No obstante, las posibilidades son altas. Las humanidades no es una ciencia exacta. Los psicólogos siguen peleándose patrones y otros comportamientos antropológicos interesantes. Yo soy sólo una simple discípula de esos viejos anticuados que creen entender a las generaciones más jóvenes cuando las que tomaron de muestra ya no existen. Es fascinante incursionar en terreno fértil, pero también es una moneda al aire. Aunque muchas cosas, de verdad, parece que siempre se repiten.
—Como me caga cuando te pones a decir puras mamadas. No te entendí ni madres.
—Ese es el punto de decir cosas pseudo intelectuales. Hacer que los ignorantes se callen, aunque digas pura basura —confesó la joven, lo que provocó que Antonio riera de forma sínica y le pintara un dedo, sonriendo Marisa ante eso.
—¿Y bien? —cuestionó Jayce al ver que la chica había explorado muchas de sus conversaciones.
—Han mejorado su conexión. Eso es bueno. Veo porque quieres verlo en persona —enunció la chica, devuelto el móvil—. Ve a verlo si quieres. No te pasará nada e igual nos servirá para seguir conociéndolo.
—¡Claro! Manda a Jayce a la boca de lobo. ¡Cómo no es tu pellejo! —dijo molesto Antonio ante la despreocupación de la chica, cosa que sólo le hizo levantar una ceja a ella.
—¿Por qué no lo acompañas si tanto te interesa su seguridad? —cuestionó alegre Marisa, lo que hizo retroceder a joven.
—No puedo. Hoy veo a mi novia.
—Yo tampoco puedo. Es obvio que no le agrado a Hendrik. No por ahora, al menos. Tal vez haya cavidad para aclarar algunas cosas luego. Es posible que te pregunte por nosotros. Sobre todo, por mí —expresó Marisa, confiada, a lo que Jayce suspiró.
—Iré para pasar un buen rato. Si consigo algo, te lo haré saber. Sólo dime una cosa.
—¿Qué pasó? ¿Quieres un consejo? —preguntó la chica, extrañada.
—¿Crees que intente besarme o algo así? —Ante esto, Marisa soltó una pequeña carcajada, notado el rostro sonrojado de Jayce y tranquilizándose.
—No, no lo hará ahora. Trátalo normal y no tiene porque hacer algo raro. Ten poco contacto con él y míralo como lo que se supone que es: un amigo más. —Con eso, el chico se sintió más en confianza. Asintió y caminó con sus pares hacia el salón de clases, no sin antes ser detenido por Carlos.
—Jayce, perdona que te moleste. No es sobre el entrenamiento —dijo el capitán del equipo de rugby al atravesarse en el camino del trio.
—¿Qué pasó?
—¿Han visto a mi hermana? —cuestionó el mayor, lo que hizo a los tres verse los unos a los otros.
—¿Karla? No, no la he visto. Creo que, de hecho, no vino a clases antes del fin de semana —explicó Marisa, extrañada.
—Sí vino —dijo Antonio, seguro—, pero se fue temprano. No volvió para el receso. —La cara del capitán se mostró preocupada, para luego apretar los labios y llevarse una mano a la frente.
—¿Se puede saber qué pasó?
—Desde el fin de semana no sabemos nada de ella. Supusimos que hizo otro berrinche y se fue con su amiga Salma, pero ella jura que no sabe nada de ella. Pensamos en Ricardo, su novio, pero tampoco aparece. Es posible que estén juntos —confesó el joven a Jayce, impresionados los demás jóvenes por esto.
—Espera. ¿Ricardo no es quien estoy remplazando? ¿No se supone está fracturado o algo?
—En teoría —concluyó Carlos, bastante preocupado—. Por favor, si saben algo de alguno de los dos, avísenme. Se los agradecería.
—Está bien, grandulón. Te avisamos —aseguró Antonio, alejado el hombre para ir a preguntar a más personas por su hermana—. ¡Qué desmadre!
—Con razón el aula se sintió en paz. La vieja ridícula esa no estaba —mencionó Marisa, escuchado un chistido por Jayce para hacerla bajar la voz.
—¡No mames, Marisa! Está perdida y tu cagándote en ella.
—Ella se caga en todos diario. Ojalá la encuentren y la cambien de escuela por estas mamadas —sentenció la chica, pasados los tres a aula.
Terminadas las clases, los tres jóvenes fueron hasta el metro, en donde se separaron de Antonio, pues él debía encontrarse con su novia en el centro. Por su parte, Marisa bajó antes de Jayce, deseándole suerte en su encuentro con Hendrik.
Antes de siquiera salir al receso, el muchacho ya había propuesto a Hendrik verse. Aquel, encantado, aceptó la oferta y le dijo que lo viera en su casa saliendo de clases, cosa que no sorprendió para nada a alguno de los tres amigos.
Algo nervioso, el joven bajó del anden y caminó por las calles a media penumbra del barrio del pintor. La luz del crepúsculo dibujaba horridas líneas anaranjadas de luces que sobresalían de los múltiples edificios que se alzaban a la distancia, sobre todo entre aquellos proyectos abandonados, cada vez más cerca de estos el estudiante.
Con las correas de su mochila bien agarradas y armado de mucho valor, Jayce consiguió llegar hasta el departamento de Hendrik, tocada la puerta un par de veces, abierta ésta al ver el hombre por la ventana que se trataba del chico.
—¡Ey! ¡Bienvenido! Pásale, por favor —dijo el adulto al abrir la puerta para el menor, mismo que sonrió y se introdujo al hogar. El lugar estaba mucho más ordenado que la primera vez que fue. Se notaba que el anfitrión se había esforzado en tener el sitio presentable para la visita.
—¿Cómo te fue hoy? —preguntó Jayce al saludar a Hendrik, alegre éste de tenerlo en casa, cerrada la puerta detrás sin candado o seguro.
—¡Muy bien! Todo muy tranquilo. Deja la mochila, ponte cómodo —invitó el hombre, cosa que el muchacho hizo de inmediato, aunque luego se arrepintió—. ¡De hecho! Estaba pensando en salir a comprar un elote. Tengo mucho antojo. ¿Quieres que vayamos? —La pregunta dejó frío al invitado. Salir a esa hora con alguien peligroso en potencia no sonaba a una buena idea. Parecía que estaba preparando una trampa o algo así, pero al ver el rostro alegre de Hendrik y el brillo de sus ojos, además de todo lo convivido por teléfono, Jayce confió en él y, tras pensarlo unos segundos, asintió.
Con la mochila colocada sobre el sofá, ambos hombres salieron del hogar, cerrado con seguridad, para bajar e ir a buscar ellos bocadillos prometidos.
En un inicio, había un silencio un tanto incomodo, pero pronto Jayce empezó a hablar.
—Sé qué estado medio misterioso con todo lo del equipo de rugby, y no es que quiera ocultarlo. Es sólo que es un tema difícil para mí. No es algo que le diga a cualquiera —confesó el más joven, con la mirada baja y un poco avergonzado.
—No tienes porque contarme algo si no te sientes seguro. Aunque no entienda al cien por ciento por lo que pasas, sé que es importante para ti y yo respeto esa línea. Lo que de verdad tiene relevancia para mí es que pueda ayudarte con lo que sea. Para qué serian los amigos sino para apoyarse. ¿No? —Aquello hizo a Jayce sonreír con ternura, para luego voltear a ver a Hendrik con un rostro relajado y alegre, asintiendo. —¿Cómo vas a querer tu elote? —preguntó el adulto, sonrojado el chico al ver que ya estaban llegando al puesto, mismo que estaba apenas a una cuadra del edificio de Hendrik.
Las risas no se hicieron esperar, y ya adquirida la comida, ambos regresaron a casa, conversando sobre la rivalidad de las escuelas tanto donde cursa el joven como la antigua casa de estudios del adulto, el cual aseguraba que no sabía si desde antes existía aquel conflicto, pues nunca se involucró tanto en los deportes.
Una vez de vuelta en el hogar y ya en privado, ambos se sentaron uno enfrente del otro, todavía comiendo el snack adquirido, lo que le hizo ver a Jayce de otra manera al adulto, pues comía sin cuidado y se manchaba de los aderezos como niño chiquito, algo que hizo reír mucho al estudiante.
«No puedo creer que tú seas el vampiro, Hendrik», pensó Jayce, alegre. Dándose cuenta que ya había sido cautivado por la personalidad del hombre.
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Editado: 31.01.2025